miércoles, 26 de enero de 2022

Cuando el estrés debe empezarnos a preocupar

¿No tienes la sensación de que los “eneros” siempre son estresantes después de unos días de descanso de Navidad? ¿No tienes la sensación de que la llamada “cuesta de enero” se ve endurecida por una situación de cambio de ritmo continuo en muchos ámbitos? ¿Y no tienes la sensación de que a todo esto se le añade la incertidumbre prácticamente diaria que nos está ocasionando esta pandemia?



Quizás estamos en uno de los momentos más oportunos del año, y probablemente también de la última década, para hablar del estrés. Un estado que nos sobrepasa y sobre el que tenemos que actuar a tiempo para que no se convierta en un mal peor e irreversible.

En este blog hablo de personas, pero también de personas en el mundo laboral. Es por ello, que me centraré especialmente en el estrés laboral, aunque totalmente se puede aplicar a cualquier tipología de estrés en cualquier otro contexto de nuestras vidas.

Las empresas, entendiendo a estas como el conjunto de empleados y empleadas, desde la Dirección hasta los operarios, debemos buscar soluciones a la gestión del estrés para asegurar el trabajo en un entorno sano y saludable. Como decía antes, además de ser un mes oportuno para tratar este tópico, nos encontramos en un momento ideal para poder hacer esta gestión del estrés, ya que estamos todavía en un tiempo de pandemia que puede alargarse mucho más allá de lo esperado y ya que estamos ante un estrés extra debido a toda la incertidumbre que hoy en día nos rodea en todos los ámbitos.

Los cambios en la empresa, que en este contexto se ven además afectados por la incertidumbre sanitaria, social, política, económica…, suelen provocar tensiones que acaban derivando a estrés. Las organizaciones son cada vez más líquidas, es decir, que los roles están cada vez más intercalados, creando más confusión, originando la creación de órdenes contradictorias y generando caos en todos los estamentos de la empresa.

Antes de continuar, se me viene una duda que debiera haber planteado al comienzo. Estamos hablando del estrés, pero ¿tenemos claro qué es el estrés?


Podríamos decir de él que es un estado que nos produce malestar, que viene provocado por algo externo y que es un fenómeno que nos afecta biológica, psicológica y socialmente.

Más allá de esta obviedad, cabe decir que el estrés debe existir siempre en la especie humana, del mismo modo que en los demás animales. Pero debe existir en unos niveles de tolerancia asumibles, ya que se trata de un mecanismo biológico que está diseñado para la supervivencia. Por ello, aunque lo veamos con una connotación negativa, lo cierto es que su origen no lo es, sino que siempre ha existido para asegurarnos la capacidad de supervivencia y adaptación.

Sea cual sea el motivo que nos esté provocando estrés, la realidad es que existe un desequilibrio entre las demandas y nuestros recursos para afrontarlas. Por ello, para afrontar esta situación, tendremos que ser capaces de realizar un esfuerzo de adaptación, de cambio de conducta, de adquisición de una nueva habilidad, de aceptación, de renuncia… al hecho causante, que nos permita rebajar nuestro nivel de estrés.

En este esfuerzo, sin duda, aparecerán las emociones que ayudarán o interrumpirán el proceso de afrontamiento. Si ocurre que el proceso se prolonga en demasía, el malestar continuará provocando el estrés, mientras que si somos capaces de superar ese malestar con creces, éste quedará revertido y lo veremos como una motivación y un nuevo “chute” de energía con el que salimos reforzados de una situación a priori negativa.

Si nos vemos superados y decidimos acudir a la ayuda profesional para mitigar nuestro estado de estrés, el profesional va a poder ayudarnos a reorientar nuestra manera de pensar y actuar, va a ser nuestro coach en este proceso por el que le estamos consultando, pero no va a poder quitarnos el estrés como podría quitarnos una muela. Dependerá en gran medida, por no decir en toda, del cómo nosotros gestionemos las principales fuentes que nos causan el malestar originario del estrés, que en el entorno laboral podría ser: mucho o poco trabajo, poca consideración social del empleo, poco sueldo, inseguridad y precariedad, dificultad para conciliar la vida personal y profesional, etc…

Llegados a este punto y como conclusión, por no alargar más este tema que nos daría para mucho, debemos ser conscientes que tenemos el control de la situación en nuestras manos antes de que el malestar se eternice y dé lugar a estrés, ansiedad, depresión… Es posible cambiar la perspectiva y esto es una elección nuestra, sobre la que evidentemente podremos apoyarnos de otras personas y de profesionales, pero siempre partiendo de la base de que el cambio comienza en uno mismo.