jueves, 27 de marzo de 2014

¿Cooperar en un entorno competitivo?

Hoy vuelvo a hacer una llamada a la reflexión a partir de la siguiente contradicción: “pretendemos que exista cooperación en una sociedad altamente competitiva”.

Mientras que competir conlleva la lucha por un interés u objetivo común con la única finalidad de que exista un ganador y un perdedor, cooperar o colaborar implica establecer cierta justicia para que ambas personas o grupos salgan ganando.


Los modelos competitivos son modelos inflexibles y rígidos desde el momento en el que siempre tiene que haber un ganador y un perdedor. Hay un claro interés personal sustentado en el egoísmo, en la falta de empatía y en un pensamiento muy a corto plazo, justo hasta el momento de alzarse con el triunfo.


Los modelos cooperativos, en cambio, son modelos flexibles en los que la comunicación entre los agentes es clave a la hora de establecer un acuerdo que permita un final en el que ambos ganen a partes iguales o al porcentaje que ellos mismos establezcan en ese acuerdo. Es un claro modelo basado en el ganar-ganar (win-win).


¿Qué ocurre con nuestro modelo educativo tradicional? ¿Qué ocurre en los empleos donde se premia a los empleados por su rendimiento individual? ¿Qué vemos en nuestros políticos cuando debaten sobre temas de alta importancia?. Está claro que en estos tres casos se fomenta la competitividad versus la cooperación.

Los valores que se nos inculcan en la escuela están basados en la teoría de la cooperación: debemos ponernos en el lugar del otro, hay que mirar por el bien común, educación para la ciudadanía, ética, trabajo en equipo… en fin, mil y una formas teóricas de inculcarnos colaboración entre personas. Pero ¿qué ocurre en la práctica?. El modelo educativo fomenta que los niños se comparen constantemente entre ellos (quién es el más listo de la clase, quién el mejor jugador de fútbol a la hora del recreo, quién el que mejor dibuja…), queriendo cada cual destacar por encima de los otros y sacar las mejores notas, ser el máximo goleador o ser el que obtenga el premio en el concurso al mejor dibujo que se celebre. Además con el factor añadido de que todos quieren captar la atención de un mismo agente, el profesor, quien tiene decisión propia para manifestar públicamente la excelencia o la no excelencia de los alumnos.

En el trabajo, cuando el rendimiento personal es valorado en términos de producción sin atender al método ni al proceso, los empleados luchan por lo que el sistema les obliga a luchar: producir cuanta más cantidad mejor, porque de ella dependerá la retribución o mérito que se obtengan. Una política retributiva basada sólo en lo cuantitativo y no en lo cualitativo conlleva a que no exista el trabajo en equipo, a que los trabajadores pierdan cualquier conexión de sinergias con sus compañeros y pierdan totalmente la empatía y la comunicación interpersonal que tan necesarias son para fomentar el compañerismo y el buen clima laboral.

Por último, en un bipartidismo político tan manifiesto como el que tenemos en España, las decisiones que puedan tomar los Gobiernos del PSOE y del PP cada vez que suben al poder son totalmente contradictorias: “pusiste la ley del aborto, ahora yo te la quito”; “dijiste que el sistema educativo iba a ser así, ahora yo te lo desmonto y lo pondré asá”… y así vamos, así nos tienen, como un rebaño de ovejas que sólo hacen que seguir al pastor que ahora les ordena hacia dónde caminar, sin darnos cuenta de que lo que deberíamos hacer es no decantarnos ni por los unos ni por los otros en las próximas elecciones, sino buscar una alternativa más cooperadora y no tan competitiva que nos permita avanzar y no retroceder en cada paso que dimos años atrás.

Cuando en la escuela, en la empresa y en la sociedad política, que son los tres ejemplos que saco a la palestra en el artículo de hoy, los componentes competidores no son capaces de lograr por sus propios méritos ser los mejores, es entonces cuando desplazan la competitividad hacia un punto mucho más peligroso: el personal. El individualismo, que obliga a tener un modelo competitivo, lleva a buscar los trapos sucios y a meter el dedo hasta el fondo de la llaga del oponente con tal de salir fortalecido: el friki en el colegio, el pelota en el trabajo o el mujeriego en la política son sin duda reacciones viscerales a la imposibilidad de llegar a los objetivos que el modelo competitivo está marcando. Se pierden los valores, se pierde la justicia y se pierde la educación, continuando por un camino en el que hacemos las cosas mucho más difíciles de lo que podrían haber sido, consiguiendo quizás logros a corto plazo, pero habiendo pisoteado al otro y habiendo generado a la larga frustración a ambos: al uno por no haber ganado y al otro por haber sido maltratado por el simple hecho de ser el que más destacaba en esa lucha impuesta.


lunes, 17 de marzo de 2014

La psicofisiología de nuestras emociones

A diferencia del resto de animales, el ser humano tiene la capacidad de poder experimentar una situación de estrés ante la ausencia de un estímulo. Mientras que un ciervo experimenta estrés en el momento que siente la presencia de un cazador que le está a punto de disparar, el ser humano es capaz de activar el mismo proceso estresante sólo por el hecho de pensar que tiene a alguien apuntándole con un arma o que en un futuro alguien le disparará, aunque en ese momento se encuentre en el sofá de su casa. Así actúa el poder de nuestra mente.

El cuerpo del ciervo dedicará toda su energía para activar los músculos necesarios que le hagan huir de la situación y en décimas de segundo echará a correr. Del mismo modo el cuerpo de la persona dedicará toda su energía para intentar huir de esa situación estresante, dejando de lado otras necesidades menos importantes para más adelante (comer, descansar, el cuidado personal, el sexo, la vida social…). En el primer caso, el del ciervo, la dedicación de la energía que hace su cuerpo durará unos minutos, hasta que haya desaparecido la amenaza o hasta que el cazador haya terminado con su vida. En el segundo, la persona puede estar días, semanas incluso meses en esa dedicación enérgica por una amenaza que ni siquiera ha percibido en real sino que es fruto de su imaginación.

La complejidad psicológica del ser humano puede llevarle a enfermar y a experimentar un periodo de estrés continuo que derive en depresión o en una situación estresante que complique su salud.

Los seres humanos somos tan complicados que también llegamos a confundir en muchas ocasiones el amor y el odio. Ambas emociones son muy diferentes en cuanto al comportamiento al que nos lleva, pero se activan en el mismo lugar del cerebro. Son dos emociones tan afines fisiológicamente hablando que en el caso de dos amantes no podríamos saber si están haciendo el amor o apuñalándose, conociendo sólo sus constantes hormonales y sus reacciones fisiológicas (frecuencia cardíaca y tensión arterial). A diferencia del resto de animales, los seres humanos tenemos las emociones mezcladas; podemos amar y odiar al mismo tiempo a alguien, como dice Robert Sapolsky (científico y escritor estadounidense), por eso no podemos ser como los perros, cuyo amor al amo está puramente basado en la lealtad.

La resiliencia es una capacidad fundamental para la gestión y control de las emociones, al menos hasta el nivel de no caer en la propia confusión permanente que te pueda derivar a la enfermedad mental. Una mente estructurada y una inteligencia emocional trabajada y desarrollada te permitirán mejorar tu capacidad de resiliencia y, en definitiva, tu salud y calidad de vida.

De nuevo, un artículo en el que reafirmo lo que dije en el primero que escribí: no podemos negar que los humanos estamos hechos de emociones.


lunes, 10 de marzo de 2014

La Comunicación Interna como eje vertebral de la reputación empresarial

Con bastante frecuencia los trabajadores se quejan de la falta de comunicación en sus empresas. Uno de los axiomas de la comunicación es el de la imposibilidad de no comunicar, pues todo comportamiento es una forma de comunicación y, al no existir el "no comportamiento", tampoco puede existir la "no comunicación". Incluso el silencio es un comportamiento y por tanto el silencio también es comunicación.

Cuando los empleados están negando la comunicación interna en el entorno en el que trabajan, en realidad se están refiriendo a otros aspectos de la comunicación: falta de transparencia, de coherencia, de claridad, de empatía, etc. en los mensajes que descienden de sus mandos y directivos o, en muchas ocasiones, también en los propios mensajes del departamento o equipo del que forman parte.   

Lo que es evidente es que la comunicación la hacemos todos y, por ende, no cabe duda que comunicar es responsabilidad de todos los que pertenecemos a la empresa. Sí es cierto que en empresas de mentalidad cerrada, en las que la jerarquización y el poder siguen siendo predominantes, la comunicación deja de ser fluida por mucho que sus empleados quieran darle vitalidad y mejorar aquellos aspectos que la hacen pobre y deficiente. 

Sigue estando muy presente una gran falacia: la de pensar que la información debe estar exclusivamente en manos de quien tiene el poder. Esto no hace más que crear un efecto viral negativo en el que el rumor recorre a sus anchas por despachos, por pasillos y ahora también por las redes sociales. Que la empresa sea más abierta, más transparente y más tolerante a la participación de sus empleados en las decisiones que lleve a cabo, no significa que pierda poder, sino que lo redistribuye de tal manera que mediante esa participación directa se fomenta la credibilidad de los empleados y se mejora el clima laboral.

Cualquier empresa quiere lograr credibilidad externa, pero esto no será posible si los que dentro trabajan no creen en lo que hacen y en el para qué lo hacen. Ser coherentes y congruentes entre lo que se muestra fuera y lo que se vive dentro es la clave para que los empleados sientan compromiso y orgullo de pertenencia a la compañía.

Los frecuentes expedientes de regulación, las reducciones de jornada, la supresión de algunos beneficios sociales, la congelación salarial y los cambios de horarios que empapan nuestros informativos son probablemente necesarios en la actual coyuntura económica en la que nos encontramos, pero la manera de comunicarlos, disfrazarlos o esconderlos e intentar pasarlos por alto hacen que el llegar a entenderlos y asimilarlos por parte de todos los afectados pueda variar bastante.

Como empresario algo que no debes nunca olvidar es que, sobre todo en empresas medianas y grandes, el querer controlarlo todo es imposible. Lo hagas de un modo, lo hagas de otro, nunca va a ser a gusto de todos y, por tanto, siempre vas a tener defensores del sistema y también detractores. Pero a pesar de esta realidad la Dirección debería trabajar en un plan de comunicación de manera proactiva ante una próxima reforma que fuera a llevarse a cabo. La comunicación debería ser rápida, porque en el momento que apareciese el rumor y la empresa aún no hubiera informado, la sensación del empleado sería la de un intento por parte de la empresa de querer esconderle algo.

La participación, la transparencia, la coherencia y la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace así como la alineación entre la comunicación externa y la interna son las que permitirán asegurar el compromiso y la vinculación del empleado con la compañía, fortaleciendo al que está dentro por sentirse valorado y tenido en cuenta, y fortaleciendo la reputación de la empresa hacia el exterior, de quienes no olvidemos que los primeros voceros de lo bueno y de lo malo son los propios empleados.