viernes, 4 de julio de 2014

7 capacidades para mejorar tu Inteligencia Emocional

La habilidad para percibir, entender, razonar y manejar las emociones de uno mismo y la de los demás es lo que generalmente conocemos como Inteligencia Emocional. Esta habilidad está relacionada con ciertas capacidades que determinan cómo reaccionará una persona ante sus propios sentimientos y ante los sentimientos de los otros.

Una persona emocionalmente inteligente muestra automotivación, perseverancia a pesar de las dificultades y frustraciones, autocontrol, empatía y comprensión ante las necesidades de los demás y, ante todo, mucho positivismo.

Partiendo con estas cuatro pinceladas introductorias a la inteligencia emocional no cabe duda que debemos elaborarla, potenciarla y practicarla primero internamente para, después, ser capaces de utilizarla en beneficio a quienes nos rodean. Es por ello que para ser más inteligentes a nivel emocional tenemos que hacer hincapié en estas 7 capacidades, recordando la secuencia: primero tiene que ser internamente y segundo con y para los demás.
  1. Sé empático: para poder ponerte en el lugar de los demás, primero debes saber identificar tus pensamientos y sentimientos y la fuerza que cada uno de ellos ejerce sobre las decisiones y acciones que llevas a cabo. Cuando llegues a entender que tus emociones te hacen actuar de una forma u otra estarás preparado para poder entender en qué grado cada persona puede actuar de distinta manera y verse afectada con diferente intensidad ante una misma situación.
  2. resiliente: aprende a reconocer el desencadenante de tu estrés y cómo afrontarlo ante situaciones difíciles. La capacidad para salir airoso de una situación difícil, de la cual te llevas un aprendizaje y un refortalecimiento de tu fuerza interior, es necesaria para trasladar esa misma fuerza a las personas que estén pasando por un bache emocional.
  3. Ábrete a nuevas ideas: combate tus miedos, sólo tú puedes conseguirlo. Lánzate, atrévete, prueba y sal de tu zona de confort. Descubre todo aquello que te estás perdiendo a tu alrededor y sólo cuando lo hayas intentado podrás determinar qué te gusta y qué no.
  4. Sé desinteresado: una persona egoísta carece de empatía y dirige sus conductas a su propio beneficio. El altruismo te va a permitir hacer cosas por y para los demás sin esperar nada a cambio. Nunca se sabe si algún día vas a ser tú quien de ellos necesites un empuje de ilusión.
  5. Autoconócete: atiéndete a ti mismo y conócete ¿cómo si no podrás conocer a los demás?. Está bien que sepas conocer tus puntos fuertes y tus limitaciones, de este modo es mucho más fácil entender que los demás también las tienen y no tienen por qué ser las mismas que las tuyas.
  6. Comunica: practica tus habilidades comunicativas. Tan importante es la comunicación intrapersonal como la interpersonal. Y la segunda nunca podrá ser excelente si antes la primera no se ha trabajado correctamente.
  7. Sé optimista: asumido queda que todo tiene su parte positiva y su parte negativa. Debemos aprender a hacer del limón limonada y llegar a entender que cualquier contratiempo siempre es una lección que nos permite ser cada vez más sabios.

Y recuerda que tener una inteligencia emocional bien trabajada posibilita el éxito en las relaciones humanas y profesionales, contribuye al clima constructivo en las organizaciones, potencia la creatividad y nos acerca a la felicidad en tanto nos sentimos mejor con nosotros mismos y con el feedback que de los demás recibimos.

martes, 24 de junio de 2014

Si estás consiguiendo todo lo que quieres quizá sea hora de recibir un bofetón

Entiendo que el título de este artículo pueda sonar muy agresivo y más si no existe detrás una explicación como la que pretendo dar en las siguientes líneas. Este título no deja de ser un captador de atención con el que iniciar un escrito en el que reflexionaré sobre el crecimiento patológico del amor propio, del mirar a los demás por encima del hombro y, en definitiva, de la falta de humildad y de empatía.

Todos nos habremos encontrado en ocasiones con personas que se crecen cuando las cosas les salen bien de primeras, consiguiendo todo lo que quieren y sin estar acostumbrados a recibir un “no” como respuesta. El exceso de éxito puede hacer que se lleguen a ver como dioses y con ello comiencen a dejar de lado a amigos, familiares o compañeros que consideren no están a su altura. Es a estas personas y en estas ocasiones a las que me refiero en el título que encuadra esta entrada, porque cuando a alguien el éxito se le sube a la cabeza y comienza a levitar, o se le da un buen baño de realidad para que vuelva a poner los pies en tierra o el golpe que tarde o temprano le vendrá puede arruinar su vida a nivel social, laboral y, mucho peor, emocional.



En mi experiencia profesional y en mi vida personal me he encontrado con personas a las que por la confianza que nos unía (y digo unía) pude advertirles de lo que muy probablemente les llegaría si seguían actuando con cierta altivez. Les decía algo así como “ahora puedes ser la persona más afortunada del mundo, podrás llegar a conseguir ser el presidente de tu compañía incluso, pero también puede llegar el día que te pares a mirar a tu alrededor y te des cuenta de que estás solo”. Si por un casual me estuvieran leyendo sabrán a qué momento y bajo qué circunstancias me estoy refiriendo. Pero sin importar quiénes son ni cuándo les hablé sobre este tema, lo realmente relevante aquí es que una serie de logros continuos pudo hacerles llegar a pensar que las cosas iban a ser siempre así, haciéndoles totalmente vulnerables a la incapacidad de tolerar la frustración cuando el éxito no les acompañase.

Creo necesario hacer un autoanálisis, un escaneo periódico de nuestra realidad, de nuestro pasado y presente, para tener siempre claro que el futuro es incierto y que una serie de logros fortuitos (o no) pueden dejar de serlo en un momento u otro. Y para llegar a aceptar eso hay que estar preparado, para además poder aprender de los errores y, finalmente, conseguir salir reforzado. Y lo que es más importante, pudiendo contar con las mismas personas que nos apoyaron, que nos quisieron y que nos animaron en tiempos pasados y a quienes no les dimos de lado sólo porque las cosas nos iban mucho mejor que a ellas.

Ser humilde y empático, saber compartir las alegrías y nunca mirar a nadie por encima del hombro y con afán de superioridad, nos va a ayudar a ser mejor personas y a contar con el apoyo de los demás cuando se dé la vuelta a la tortilla de la vida exitosa que podamos estar teniendo.

Si el fracaso puede ser la semilla para el éxito, también puede ocurrir todo lo contrario y, de poder haberlo tenido todo a nuestro favor en los buenos y en los malos momentos, una mala gestión emocional y sentimental hacia los demás podría provocar que nos viéramos solos justamente en el momento en el que más necesitaríamos estar arropados, cuando las circunstancias ya no nos estuvieran acompañando.

Hasta aquí mi reflexión de hoy. Muy importante ser conscientes de la importancia de hacernos un análisis autocrítico y, paralelamente, de la necesidad de dar la oportunidad a los más allegados para que también tengan libertad y facilidad para advertirnos del camino que no deberíamos seguir.

jueves, 19 de junio de 2014

La marca "Juan Carlos I"

Hoy se escribe un nuevo renglón en la Historia de España: el Príncipe Felipe se convierte en Rey. El pasado 2 de junio nos hicimos eco del mensaje que su padre, el Rey Juan Carlos I, comunicaba a todos los españoles en el que explicaba los motivos que le llevaban a la abdicación de la Corona.
Me parece interesante hablar en esta ocasión de la marca personal de Juan Carlos I, pues se trata de una marca personal que gozó de cierta estabilidad a lo largo de sus años de reinado, pero que de un tiempo a esta parte ha dado un giro de 180º, pasando de ser un Rey bastante apreciado dentro y fuera del territorio español a convertirse en uno de los personajes públicos más criticados.
Yo nací bajo el reinado de Juan Carlos I, en unos años en los que España ya había pasado por una etapa de transición de la dictadura a la democracia y en los que el monarca era considerado un gran embajador del país. Estuvo presente en momentos críticos como fue el intento de golpe de Estado de 1981, asegurando la estabilidad de la democracia; apoyó la unidad europea y sus visitas internacionales propiciaron relaciones con otros países, que vendrían bien para un país con un pasado reciente caracterizado por más penas que glorias. Estas funciones institucionales junto a su forma de ser cercana al pueblo, bromista, humilde y campechana le ayudaron a crear una huella en la mayoría de los españoles que parecía impecable.
Lejos de abucheos, críticas y silbidos, al Rey y a la Reina se les aplaudía, se les vitoreaba y se les regalaban muestras de cariño en cualquier pueblo, ciudad y país que recibiera su visita. Pero entrado el siglo XXI la crisis financiera y el paro, el caso de corrupción de su yerno Iñaki Urdangarín en el que también se vio implicada su hija la Infanta Cristina, sus escarceos amorosos con la princesa Corina y su fotografía junto a un elefante que acababa de asesinar en Botswana, entre otros, hicieron que todo lo que había ganado en décadas anteriores se desvaneciese tras una avalancha de lodo que fue borrando cada una de las huellas que había ido dejando en el corazón de los españolitos. A aquellos que ya de por sí no eran partidarios de la monarquía se les fueron uniendo poco a poco nuevos detractores, que con argumentos tan antisolidarios y corruptivos en momentos de dificultades en sus hogares cambiaron la idea de ejemplaridad que tenían del monarca y su familia por un ataque directo hacia su persona.
La Casa Real, que no es ajena a estos hechos, ha decidido en un momento claramente estratégico hacer el cambio de papeles y poderes entre el Rey y su hijo. La crisis política de los partidos hasta ahora líderes del país, el surgimiento de nuevas fuerzas políticas populares, el efervescente grito por la disgregación de la unidad del país y la innegable metida de pata de Juan Carlos y de algunos miembros de su familia han propiciado la premura de la abdicación.
Si en otros artículos ejemplificaba sobre la buena labor de creación y mantenimiento de las marcas de personalidades como el Papa Francisco, Leo Messi, Nelson Mandela o Adolfo Suárez, la de Juan Carlos I es sin duda el ejemplo de cómo una marca personal potente y firme se ve destrozada por la propia persona y por sus más allegados.
Falta ahora por ver cómo continuará la saga Borbón con Felipe VI, un nuevo Rey del que algunos opinan está perfectamente preparado para estar al frente de esta España que no remonta y otros, en cambio, piden a gritos un referéndum para votar a favor de la III República.

jueves, 5 de junio de 2014

La cara amarga del uso de las redes sociales

Recientemente he llegado de pasar unos días de vacaciones en Cuba. Durante algo más de una semana no he tenido acceso a Internet por las ya conocidas restricciones y dificultades que el país tiene para ofrecer la conexión. Mi teléfono móvil ha funcionado exclusivamente como alarma/despertador y la ocasión me ha servido para reflexionar sobre la tremenda dependencia que tenemos a Internet. Estar desconectado me ha servido también para revivir algo que algunos ya ni han conocido y que yo no había vivido desde hacía muchos años, un mundo sin Internet en el que las personas disfrutan de otro modo y en el que es muy complicado llegar a verles con un teléfono móvil en las manos como vemos aquí miremos hacia donde miremos.

Como todo en la vida los extremos nunca son buenos. Si en anteriores artículos hablé sobre las desventajas de no querer estar conectado a un mundo 2.0 como el actual, hoy voy a hablar sobre los inconvenientes que tiene el estar literalmente enganchado a las redes sociales.

La adicción a las redes sociales y al estar conectados a todas horas con este mundo virtual hace que se pierdan muchos momentos, situaciones e incluso experiencias con personas que tenemos en nuestro entorno presencial más inmediato. Además, la adicción no sólo puede tener efectos psicológicos sobre quien la padece, sino que los descuidos por la atención fijada en el móvil pueden provocar accidentes tales como atropellos, choques entre personas o tropiezos.



Las redes sociales llegaron para quedarse y han abierto puertas y posibilidades a muchas personas para estar en contacto sea cual sea su situación geográfica. Mediante las redes sociales podemos obtener respuestas al instante, podemos compartir conocimiento, difundir noticias y conocer a personas que de otro modo sería prácticamente imposible. Pero un mal uso de las mismas puede causar problemas en la vida cotidiana de las personas, privándoles de su tiempo con sus allegados y con actividades que requieren una atención mínima para su correcto desempeño.

La adicción causa distracciones en el puesto de trabajo, impacto negativo en las relaciones personales sobre todo con personas que no hacen uso de redes sociales, reducen la actividad física, las horas de sueño, provocan despistes en la carretera, etc, por no entrar en el perjuicio que pueden llegar a tener en la seguridad de los datos privados de las personas, quienes en muchas ocasiones caen en el olvido de que cualquier cosa que se cuelga en la red puede tener espías o hackers por muchos que sean los filtros de seguridad que uno ponga en sus publicaciones.

La dependencia a las redes sociales no tardará en ser considerada una enfermedad y, en pocos años, la encontraremos en los manuales de trastornos psicológicos, pues afectarán directamente al individuo en su entorno social, laboral, personal y, por lo tanto, emocional. Porque no olvidemos que en el trasfondo de cualquier conducta subyacen nuestras emociones y no existe muestra más simple de ello en el hecho de que todos nos hemos reído, enfadado y preocupado ante un móvil, un ordenador o una tablet, simplemente porque al otro lado otra persona estaba también expresando sus emociones, sentimientos y comportamientos que provocaban en nosotros esas respuestas emocionales.

La adicción puede acarrear intranquilidad, nerviosismo, irritabilidad y estrés cuando por cualquier razón no se tiene acceso a Internet, provocando consecuencias negativas en la esfera social del individuo. De hecho, cada vez más escuchamos palabras como: FOMO - Fear of missing out (obsesión por perderse algo que esté sucediendo), Whatsappitis (adicción al whatsapp), Nomofobia (ansiedad por la ausencia de móvil), Vibranxiaety (percepción errónea de que el móvil está vibrando), ejemplos de las denominaciones que ya comienzan a darse a este tipo de adicciones.

Si el tiempo que se le dedica a las redes sociales va in crescendo puede llegar el momento en el que se vean afectadas nuestras relaciones cara a cara con amigos y familiares, convirtiéndonos en personas cada vez más asociales, al menos en el entorno offline, convirtiéndonos en sujetos pasivos y ajenos a las situaciones que se están desarrollando a nuestro alrededor. 

martes, 27 de mayo de 2014

3 ingredientes para un buen cocktail comunicativo

Hace unos meses escribí tres artículos dedicados a tres de las habilidades comunicativas más importantes: la escucha activa, la empatía y la asertividad.

En el artículo de hoy pondré a las tres en un mismo cocktail para defender la idea que si ya por separado son habilidades clave cuando hablamos de comunicación, la mezcla de las tres se convierte en una bomba comunicativa.

Antes de probar ese cocktail valoremos qué pretendo obtener al utilizar estos tres ingredientes. Para que el éxito comunicativo sea perceptible se debe conseguir que la comunicación logre el efecto que se desea (eficacia), que además lo haga con el menor número de recursos y tiempo posibles (eficiencia) y, por supuesto, que exista la posibilidad de obtener un beneficio tras la acción objeto de comunicación (efectividad).

Ahora que ya os he explicado el fin al que deseo llegar, entremos más al detalle en cada una de estas tres habilidades comunicativas:
  • Escuchar activamente requiere no sólo un sobreesfuerzo al que se hace cuando oímos, sino que es necesario un esfuerzo también superior al que se hace cuando simplemente escuchamos. Oímos el teléfono, el canto de los pájaros y el murmullo de la gente que habla a nuestro alrededor en la calle. Escuchamos a nuestro jefe cuando nos indica que la reunión está a punto de comenzar, a nuestra madre cuando nos avisa de que la comida está lista y al turista que por la calle nos pregunta sobre una dirección. Pero escuchar activamente requiere además activar un proceso de interpretación no tanto de lo que está diciendo esa persona, sino del cómo y del porqué lo está diciendo. Requiere, sin duda, activar nuestros mecanismos de empatía.
  • Para activar nuestra empatía no sólo basta con ponerse en el lugar del interlocutor, sino que debemos entenderle en su conjunto como persona única y diferente al conjunto de individuos de un colectivo, con una cultura, unos conocimientos, una experiencia profesional y una vida personal que le son propias. Sabiendo por tanto alejarnos de nuestros prejuicios y de nuestras ideas y opiniones, porque empatizar no quiere decir estar de acuerdo o no, simplemente es entender el trasfondo del mensaje que nos emite esa persona y lograr confeccionar una respuesta acorde a la expectativas emocionales del otro.
  • Y digo emocionales porque dado el caso que tengamos que negar la petición del otro, las formas que acompañen a ese mensaje harán que el decir un "no" diste mucho si lo hacemos desde la negación que si lo hacemos desde la asertividad. Porque ser asertivo implica una expresión emocional sin castigar ni amenazar al otro, sino simplemente siendo franco, sincero y coherente con lo que expresas, lo que piensas y lo que haces. Una conducta asertiva en esta línea distará mucho de ser percibida como un ataque o un rechazo por parte del individuo que la recibe.

Si lo que perseguimos es una comunicación eficaz, eficiente y efectiva, el uso adecuado de las habilidades comunicativas (que previamente tendremos que haber madurado) es la clave para el éxito comunicacional.

Ahora sí, ¡probemos qué sabor tiene nuestro cocktail!


domingo, 11 de mayo de 2014

Las diferencias entre Emoción y Sentimiento

Son numerosas las ocasiones en las que he hablado de Emociones y de Sentimientos en los artículos que he publicado en este blog. A raíz del comentario de uno de mis seguidores en una de mis últimas entradas “Emociones y empresa”, se me ocurrió dedicar una nueva a hablar de la diferencia existente entre emoción y sentimiento.

Etimológicamente las dos palabras, que proceden del latín, ya presentan una definición que nos hace vislumbrar el matiz que las diferencia.

  • EMOCIÓN del latín e m o t 
    ĭ o
    significa "movimiento", "impulso".
  • SENTIMIENTO (de Sentir) del latín s e n t 
    ī r e
    significa "pensar", "opinar", "darse cuenta de algo".

Las palabras "movimiento" e "impulso", de la emoción, nos llevan a pensar en reacciones o acciones intensas y cortas en el tiempo. Por el contrario, las palabras "pensar", "opinar" y "darse cuenta de algo", del sentimiento, nos evocan a actuaciones más elaboradas y, por lo tanto, duraderas en el tiempo.

Las emociones son un conjunto complejo de respuestas químicas y neuronales inconscientes producidas por el cerebro (concretamente por la Amígdala, situada en el Sistema límbico o Cerebro emocional) cuando el individuo percibe un objeto, persona, lugar o recuerdo que le son distintivos. En uno de mis artículos, al que me refería al principio de este, indicaba que las emociones universales son el miedo, la ira, la tristeza, la alegría, la sorpresa y el asco o desprecio (como en todo, pueden haber diversas opiniones según autores). La duración de las emociones es relativamente corta en el tiempo (de segundos a minutos), porque se asocian directamente a la respuesta de nuestro cerebro ante el estímulo que las ocasiona.

Los sentimientos, por su parte, se producen tras la evaluación consciente (desde el Lóbulo frontal, perteneciente al Neocórtex o Cerebro racional) que hacemos de la percepción de nuestro estado corporal durante la respuesta emocional. Así si nuestra emoción ha supuesto una alegría tras habernos reencontrado con una persona a la que hacía mucho tiempo que no veíamos, nuestro sentimiento permitirá que durante ese día o a lo largo de los próximos días estemos más contentos. La duración de los sentimientos puede ser mayor en el tiempo que la de una emoción (de minutos a días o incluso semanas y meses). El estado de ánimo de una persona es la expresión de sus sentimientos y dependerá de la gestión que de ellos haga que el estado anímico positivo o negativo sea más o menos duradero.

Podríamos decir que el sentimiento es el resultante de la emoción meditada, es decir, el razonamiento e interpretación que de la emoción hagamos dará como resultado un sentimiento en nosotros. Y aquí se halla para mí lo más importante del tema, porque si Sentimiento = Emoción + Razonamiento, sobre este último nosotros tenemos total control. 

Sólo depende de uno mismo la actitud e importancia que quiera darle a las cosas y sólo depende de uno mismo que decida impregnarse de positivismo o, por el contrario, ahogarse en la más profunda pena. Sabiendo que el pensamiento entra en juego en esta fórmula, sabemos que está en nuestras manos la posibilidad de manejarlo y gestionarlo para dejar las emociones negativas aisladas en el tiempo y potenciar al máximo las positivas.

Para finalizar quisiera hacer un apunte bibliográfico: Antonio Damasio, neurólogo portugués, es autor del libro "El error de Descartes" en el que dedica un capítulo a las Emociones y los Sentimientos.


lunes, 5 de mayo de 2014

Nuestras malas costumbres

A veces me da la sensación de que vivimos en una burbuja que lejos de ser transparente es totalmente opaca. Una burbuja que no nos deja ver el camino por el que vamos (presente), mucho menos el horizonte (futuro), aunque sí el camino ya recorrido (pasado) porque este no hace falta verlo ya que forma parte de nuestra memoria. No tan sólo en cuestión de tiempo, sino también en cuestión de espacio, la burbuja opaca tampoco nos deja ver lo que tenemos a nuestro alrededor, apartándonos en ocasiones de la auténtica realidad en la que vivimos.

Nos pasamos la vida pensando que ésta será eterna, que las desgracias sólo les pasa a los que tenemos al lado, pero que mientras no me toque a mí no tengo por qué preocuparme demasiado, nos lamentamos del pasado sin prestar atención al presente y mucho menos al futuro. Nos arrepentimos de lo que hicimos o no hicimos, sin querer darnos cuenta de que eso ya no se puede cambiar y sobre todo sin darnos cuenta de que es ahora cuando podemos hacer algo para que lo hecho o no hecho en el pasado adquiera un nuevo camino en el presente.

Y así de complicado nos lo hacemos todo y cuanta más creatividad tenga uno, más enrevesado puede llegar a hacerse su día a día. Buscamos opinión en los demás, unas veces porque somos muy influenciables y acabamos haciendo lo que los demás esperan que hagamos y otras veces sólo por escucharles, aunque acabemos haciendo todo lo contrario. Nos cuesta encontrar el punto medio de las cosas y es en ese punto medio donde seguramente esté el éxito, donde seguramente estén las bases de la felicidad, pero sinceramente ¿has sido capaz alguna vez en tu vida de tener todos los puntos equilibrados?... yo no.

Tenemos la mala costumbre de ir paseando por la calle, mirando al suelo y pensando en lo que nos han dicho, en lo que nos ocurrió o en lo que tenemos que hacer cuando lleguemos a casa, a la oficina o de aquí a dos semanas, pero difícilmente disfrutando del paseo, del momento, alzando la mirada y observando los edificios, la arquitectura, el paisaje, la gente, la primavera en los árboles…

Sólo cuando el presente se convierte en pasado es cuando caemos en la cuenta de haber dejado de hacer cosas que deberíamos haber hecho, y además parece que nos guste recrearnos en ese pensamiento sobre el pasado, que nos hace perder el oremus, olvidando el presente y a quienes forman parte del mismo, convirtiéndose esto a su vez en un nuevo error presente que no tardará en formar parte de nuevos lamentos.

Debemos ser capaces de tener ese instante de reflexión diaria que nos ayude a respondernos a eso de “¿qué voy a hacer hoy?”. ¿Qué tal si comenzamos por proponernos unos objetivos diarios que conviertan nuestra rutina y nuestras malas costumbres en nuevos hábitos más saludables?: procurar que la vuelta a casa después del día de trabajo se convierta en un paseo más que en una carrera, detenernos a observar lo que hay y ocurre a nuestro alrededor, desconectar con una lectura, escuchar música o tomar un café con un amigo/a, ir al gimnasio no para estresarse más sino para relajarse y descargar la adrenalina acumulada durante el día, etc.

Realmente todo tiene cabida en este listín de propuestas, se trata de no permanecer en esa burbuja opaca, sino de ir limpiando sus paredes para convertir la opacidad en transparencia y poder ver nítidamente nuestro presente y vislumbrar nuestro futuro, sólo como referencia y no como obsesión.

Somos animales de costumbres y aunque nos cueste el cambio debemos, al menos para las malas costumbres, ser capaces de actuar como motor de autocambio permanente y adaptarnos a los nuevos tiempos y sobre todo para lograr sentirnos mejor con nosotros mismos.

Y como lo de hoy va sobre malas costumbres os dejo aquí una canción de la cantante andaluza Pastora Soler (‘La mala costumbre’) que más allá de su voz y de su estilo nos deja un mensaje de esos lamentos que nos hacemos sobre el pasado por no haber prestado la suficiente atención cuando éste fue presente.




El uso de la psicología inversa en el entorno laboral

La psicología inversa suena a truco barato, a manipulación, pero en determinadas circunstancias y contextos organizacionales, sobre todo cu...