sábado, 26 de abril de 2014

Emociones y empresa

Atrás ha quedado, al menos eso parece en nuestra cultura, que no sea propio de los hombres el mostrar nuestras emociones. El miedo, la ira, la tristeza, la alegría, la sorpresa y el asco o desprecio son emociones universales que todos alguna vez sentimos y, ¿por qué no expresarlas cuando se están sintiendo?

Ese tópico ancestral que sobre todo los del género masculino hemos escuchado alguna vez siendo niños cuando llorábamos, sigue existiendo en muchos contextos empresariales en pleno siglo XXI.

Parece mentira que sigan existiendo organizaciones en las que el factor emocional no sólo no se tenga en cuenta ni se gestione, sino que además se considere ajeno a cualquier aspecto laboral. Los estados de ánimo influyen en nuestro desempeño laboral desde el mismo momento que se consideran la base de todas nuestras decisiones. Y es que cualquier decisión que tomemos afecta a la calidad de las relaciones que establecemos, a las actitudes que demostramos y, por supuesto, al rendimiento que ejecutamos en el trabajo. Siendo así, ¿acaso no crees importante la relevancia de las emociones en el contexto laboral?

Si las emociones son nuestro motor de actuación ¿qué de malo tiene que las mostremos?. En el interior de cualquier persona son las emociones las que deciden. Si por imposición o por propia decisión las mantenemos ocultas difícilmente quienes nos lideran y acompañan (jefes, directivos, compañeros, clientes…) podrán entender qué nos ocurre y el porqué estamos ejecutando una determinada tarea de un modo u otro. Por el contrario, el sacar nuestras emociones y sentimientos a flote nos ayuda a no sentirnos inhibidos y a no sentirnos sobrecargados emocionalmente; además que facilita que los demás empaticen con nosotros y, dado el caso, nos apoyen y asesoren.

La empresa con su cultura y sus valores y el empresario con sus prejuicios y su subjetividad deben llegar a entender que las emociones son impulsos a la acción y la acción bien efectuada es la base del negocio. Presuponemos que cualquier empleado quiere efectuar su trabajo lo mejor posible tanto por su propio interés de autorrealización como por el interés del buen funcionamiento del negocio, que además le asegura la continuidad en la empresa. Por lo tanto es un error llegar a pensar que el mal comportamiento de un empleado se debe a un simple “no querer hacer las cosas bien”. Detrás de ese comportamiento existirá, seguramente, una falta de motivación, de interés o de problemas personales que deben ser estudiados y gestionados oportunamente antes de sacar conclusiones totalitarias y erróneas.




No debemos olvidar que todo se puede llegar a complicar un poco más, ya que el sentimiento de una persona puede fácilmente hacerse viral y contagiar a otros que tenga al lado, incluidos los propios clientes. En este caso, el clima laboral será el termómetro que nos indique, en positivo o en negativo, si la gestión emocional se tiene en cuenta y forma parte en el cometido empresarial de esa organización.


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