Cuando
imparto un curso de liderazgo, el primer debate teórico que suelo abrir se centra en
encontrar las diferencias clave entre lo que significa “ser un/a jefe” y “ser
un/a líder”. Por ello, en este artículo, comienzo del mismo modo para poder
enmarcar el análisis de la inteligencia emocional del líder.
La
jefatura es una posición jerárquica dentro del organigrama de la empresa que
administra y mantiene a un equipo de trabajo. El cargo que asume el jefe es una
réplica de aquellos a quienes tuvo como referente en el pasado (a veces una
copia de la versión que suma y, por desgracia, en otras ocasiones, una copia de
la versión negativa). El jefe se concentra en procesos y su principal arma es
el control, el orden de tareas y la visión cortoplacista. El liderazgo, sin
embargo, puede estar o no dibujado en el organigrama como una figura con mando,
pero lo asume sin duda una persona que innova, desarrolla y trabaja mano a mano como
uno más en el equipo al que lidera. El líder se concentra en las personas,
inspira confianza, sabe delegar y su visión es a largo plazo.
Partiendo,
ahora sí, de esta definición y hablando concretamente de la Inteligencia
Emocional, tomaremos como punto de inicio la premisa de que si queremos compromiso, necesitaremos
personas que ilusionen, y esto sólo lo hacen los líderes.
Para
saber ilusionar a otros, primero tenemos que ser capaces de estar ilusionados
nosotros mismos. Para saber gestionar las emociones de los demás, primero
tendremos que saber gestionar las propias. Por ello, si el jefe quiere ser
líder tendrá que dedicar mucho tiempo a conocerse a sí mismo, a analizar sus
puntos fuertes y sus carencias con las que dedicarles el tiempo necesario para
llegar a controlarlas y mejorarlas.
El
liderazgo emocional trabaja en estas dos direcciones: primero en la de
autocontrol y, después, en la de soporte al control emocional de los demás.
Además, de saber utilizar un tratamiento individualizado para cada miembro del
equipo sin perder nunca de vista la estrategia global de la actividad que se
está llevando a cabo.
Con
esto, podemos afirmar que el liderazgo es inteligencia emocional en más de un
80%. Es evidente, por lo tanto, la importancia que tiene saber colocar en los
puestos estratégicos de una organización a personas que cumplan esta afirmación
o, al menos, que sean moldeables para que, con formación y apoyo, consigan ser
personas inteligentes emocionalmente hablando. No interesa una organización
cuya estructura jerárquica esté basada en nombramientos por venta, antigüedad o
amiguismo, sino una estructura de mandos que además de jefes sean líderes.
Personas
con ilusión y pasión por lo que hacen, proactivas y que sepan adelantarse a los
acontecimientos, que sepan comunicar (sobre todo escuchar), que tengan
iniciativa, sentido de la justicia y la equidad, compromiso y facilidad por
delegar y, muy importante, sentido del humor, serán buenos y buenas candidatas
para ocupar puestos de mandos en cualquier estructura organizativa.
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