Soy
de esos que cuando no tiene sueño y se acuesta en la cama esperando a que la
ovejita empiece a balar, voy navegando por las redes sociales y pasando de una
publicación que te lleva a otra y así sucesivamente, hasta que siento que el
móvil está a punto de estamparse contra mi cara; ¡¡momento de dormir!!
Anoche,
siguiendo esta dinámica, pude leer una graciosa fábula que me lleva a escribir
la reflexión de hoy. En realidad, esta fábula no tiene detrás solamente una,
sino hasta 3 moralejas diferentes y me sentí identificado por lo vivido y por
lo visto en los más de 20 años de experiencia profesional que acarreo ya a mis
espaladas.
La
fábula decía así:
"Un
pajarito estaba volando hacia el sur para huir del invierno. Pero hacía tanto
frío que se congeló y cayó en medio de un prado. Mientras estaba tendido en la
hierba llegó una vaca que se le cagó encima. El pajarito se quedó hundido en la
mierda de la vaca, pero pronto se dio cuenta de que era muy cálida. ¡Lo estaba
calentando! Se quedó allí dentro, tumbado y feliz, y empezó a silbar de
felicidad. Un gato que pasaba por allí lo oyó y se acercó a investigar.
Siguiendo los silbidos, encontró al pajarito enterrado, lo sacó de allí dentro
y se lo comió"
Tenemos la mala costumbre de
creernos lo que otros nos cuentan sobre un tercero sin darle la oportunidad de
conocerle. Confiamos muy rápido en unos sin apenas conocerles y, a la vez,
desconfiamos mucho de otros cuando hemos escuchado críticas sobre ellos. Nos
encanta prejuzgar por lo que dicen, hacen o nos cuentan de los demás… Y está
demostrado que la mayoría de las veces metemos la pata hasta el fondo, porque de quien
confiamos (el gato), nos acabamos llevando la gran sorpresa; de quien fuimos
críticos y pensamos que fueron malas personas (la vaca), nos acabamos dando
cuenta que tampoco lo fueron tanto y lo hicieron por nuestro bien o como mínimo
sin toda la maldad que presupusimos; y porque no sopesamos las consecuencias de
nuestros propios actos (el silbido del pajarito) y en vez de pensar dos veces lo que tenemos que decir,
la impulsividad nos puede y acabamos perdiendo, por no haber sido lo
suficientemente proactivos y habernos adelantado a lo que se nos podría venir encima, en vez de pensar sólo en el aquí y el ahora.
Esta
fábula viene a resumir de manera simpática, a la vez que escatológica, estas
realidades de las que muchas veces hemos sido parte involucrada y de las que
muchas otras hemos sido meros observadores.
Antes
de exponer las tres moralejas que se desprenden, trato de dar 3 consejos:
- Intenta valorar las críticas que te hagan siempre de manera constructiva y no ponerte directamente a la defensiva. A veces sólo hay que hacer un pequeño esfuerzo de empatía y escucha activa para darse cuenta de que lo que otros te dicen es para ayudarte y no para atacarte ni hundirte. Ni el malo es tan malo...
- Trata de conocer a la persona antes de prejuzgar y dejarte contaminar por comentarios que sobre ella puedas escuchar. Después, ya serás tú mismo quien valore si merece la pena seguir la relación o si, por el contrario, lo que te dijeron era totalmente cierto. Acuérdate que de gente tóxica y de la que mal meten contra otros están las empresas llenas y, a veces, nos fiamos más de estos que son quienes nos acaban dando la patada. ...ni el bueno tan bueno.
- Procura poner en práctica técnicas como la meditación para calmarte y tratar de no ser impulsivo y visceral, pues muchas veces se pierde la razón por la boca y una situación que podría haber quedado en anecdótica o algo delicada, se convierte en un desastre difícil de reparar después. Quien mucho habla, mucho yerra.
Y
ahora sí, sobre estos tres consejos, las 3 moralejas de la fábula:
1. No todo aquel que te tira mierda
encima es tu enemigo.
2. No todo aquel que te saca de la
mierda es tu amigo.
3. Y si estás de mierda hasta el
cuello, mantén el pico cerrado.