martes, 29 de junio de 2021

Sobre egocentrismo y bienestar emocional

En el último post hacíamos referencia al concepto de sufrimiento como “opción” ante el de dolor, que es menos controlable por nuestra parte y llega a ser una imposición para todos nosotros en diferentes momentos de nuestras vidas.

Relacionado con ese sufrimiento, que en ocasiones experimentamos en demasía y retroalimentado por nosotros mismos, hoy quiero hablar sobre el egocentrismo, causa última del sufrimiento humano.

La mayor parte de los problemas y conflictos que mantenemos los unos con los otros son debido al egocentrismo. Con él, además, nos es muy difícil desarrollar la proactividad, porque solemos reaccionar de una forma mucho más impulsiva cuando sucede aquello que no nos gusta que suceda. El egocentrismo y el mirarnos a nuestro ombligo hace que seamos incapaces de predecir o valorar el medio/largo plazo (incluso en ocasiones el corto), haciendo imposible ser proactivos y prepararnos para asimilar cualquier contratiempo que pueda acontecer.

Constantemente queremos que la realidad se adecúe a nuestros deseos y expectativas y cuando esto no ocurre, que suele ser la mayoría de las veces porque hay muchos factores externos que influyen, nos causa gran malestar y sufrimiento. En estos casos, en vez de darnos cuenta de que la manera en que vivimos estos desbarajustes depende principalmente de nosotros mismos, resulta más fácil asumir el rol de víctima y culpar a los demás o a la vida. Y así, mientras no seamos conscientes del error, seguiremos actuando por los siglos de los siglos. Cobra aquí sentido aquello que muchas veces decimos de que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, aunque creo que más bien el ser humano es el único animal que tropieza no dos, sino muchísimas veces con la misma piedra y encima le echa la culpa a la piedra.

Para aprender a ser menos egocéntricos, como en todo aprendizaje, primero debemos desaprender y aceptar que los demás son como son y que las circunstancias no siempre van a ir a favor de nuestras expectativas. Es así como aprenderemos a saber conducir entre los diferentes obstáculos que se nos presentan diariamente. Aceptar que las cosas no sean como queremos no significa estar de acuerdo, tampoco quiere decir que haya que reprimirse ni resignarse, sino simplemente dejar de reaccionar impulsivamente para intentar hacer frente a cada situación y, en la medida de lo posible, tener una visión más realista a medio y largo plazo para poder ser más proactivos.

Esto tampoco quiere decir que tengamos que cambiar para contentar a los demás, sino que tenemos que cambiar para contentarnos a nosotros mismos, porque estamos encerrados en un círculo vicioso en el que las emociones negativas como el miedo, la ira y la tristeza tienen protagonismo y acaban siendo la antesala de patologías severas e importantes como por ejemplo la depresión.

Afortunadamente, es posible dejar de ser reactivos para empezar a ser proactivos y éste es uno de los objetivos del autoconocimiento y del desarrollo personal. Es cuestión de comprender los “porqués” y de entrenar los “cómos”. Será así, cuando seamos capaces de comprender que nuestra experiencia no tiene tanto que ver con lo que nos pasa, sino con la interpretación que hacemos y, haremos posible que la proactividad aflore más fácilmente.

Como conclusión, decir que el autoconocimiento, aunque pueda parecer a primera impresión puro egoísmo, no es un fin en sí mismo, sino que es una manera de aprender a ser felices por nosotros mismos y un medio que nos permite conocernos más en profundidad para poder ponernos en orden mentalmente, poder estar bien con nosotros mismos y poder estarlo después con los demás.



miércoles, 23 de junio de 2021

"El dolor es inevitable, el sufrimiento opcional"

Muchas veces confundimos el dolor con el sufrimiento. Como decía Buddha, sentir dolor es inevitable mientras que sufrir es una opción. 

Con esta contundente afirmación inicio hoy esta reflexión sobre el cómo justificar la diferencia existente entre la manera que tenemos de influir sobre ambos conceptos y cómo, desde un punto de vista psicológico, podemos influir nosotros para que el sufrimiento acapare el menor tiempo posible de nuestras vidas

Dolor y sufrimiento son parte de la vida, aunque en ocasiones sufrimos innecesariamente. A veces los usamos como sinónimos, pero la principal diferencia radica en que mientras el dolor es necesario para el aprendizaje, el sufrimiento simplemente es una elección y, en muchas ocasiones, incluso una forma de vida.

Hay personas que utilizan el sufrimiento como barrera para no asumir el dolor, para no responsabilizarse del dolor o para hacerse la víctima y acaparar así la atención de los otros, supliendo de esta forma carencias de su propia baja autoestima.

Para poder dar cuerpo a la afirmación de Buddha, pondré un ejemplo que ayude a esclarecer lo inevitable del dolor y lo más evitable que puede ser el sufrimiento en determinadas ocasiones. 

Cuando acabo de correr un maratón mis piernas están sintiendo un dolor inevitable derivado del estrés repetitivo que han sufrido tras esa larga distancia. Pero, sin embargo, no experimento sufrimiento, sino que éste probablemente decido sustituirlo por felicidad y satisfacción por haber alcanzado la meta que me había propuesto. 

En cambio, si tengo la mala suerte de caerme tras un resbalón y romperme una pierna, el dolor seguirá siendo inevitable, pero el sufrimiento aparecerá también como emoción en cuestión de minutos u horas, cuando llegue a casa con la pierna escayolada y el pensamiento de que me queda un largo tiempo para poder caminar de nuevo. Ese sufrimiento se verá retroalimentado por la sensación de dolor prolongado en el tiempo de inmovilidad y en el de rehabilitación. Pero este sufrimiento llega un punto en el que podré controlarlo, básicamente luchando contra él con pensamiento positivo, que podré localizar en la motivación por ver los avances conseguidos tras días de recuperación, por sentir el apoyo de quienes me rodean o por comenzar a hacer planes a medio plazo.

Esta situación no es únicamente posible experimentarla con un dolor físico, sino que se aplica idénticamente ante un dolor emocional, como puede ser la pérdida de un ser querido. 

Ante esa trágica situación, por la que prácticamente todos pasamos alguna vez en nuestra vida, el dolor es de nuevo inevitable, un dolor que arranca en el momento de la noticia y que nos acompañará como mínimo durante las primeras fases del proceso de duelo. A partir de cierto momento, cuando la fase de aceptación se está culminando, comienza a tomar presencia el sufrimiento, que será el que podremos controlar y tratar de que desaparezca cuanto antes mejor. Para ello, deberemos de nuevo hacer un importante trabajo emocional, que poco a poco diluya el sufrimiento, llenando nuestro estado anímico de emociones más positivas. El problema surge cuando el sufrimiento se eterniza y la persona cae en un estado depresivo difícil de dejar atrás. 

En psicología, las terapias para evitar que el sufrimiento nos acompañe prolongadamente dando lugar a otros problemas emocionales se basan en la aceptación del dolor desde un principio, evitando que este dolor causado por alguna situación traumática derive hacia una etapa de sufrimiento que comenzaría con la irrupción de pensamientos negativos. Normalizar el sentir emociones negativas ante el dolor, siendo capaz de abandonarlas y sustituirlas por emociones positivas son la base principal de estas terapias.

martes, 8 de junio de 2021

Las expectativas, un arma de doble filo para nuestra felicidad

No es la primera vez que hablo en este espacio sobre la Felicidad como meta. Las personas, de manera prácticamente mecánica e inconsciente, tendemos a ponernos objetivos en nuestra vida que nos permitan ser más felices una vez alcanzados, sin darnos cuenta que muchas veces los objetivos no son suficientemente realistas o, más concretamente, sin cerciorarnos que aun alcanzándolos quizás la felicidad no sea la recompensa que obtengamos.

Cuando pensamos en la felicidad o cuando hablamos de ella, la mayoría de las veces lo hacemos en futuro, como si nunca la hubiéramos experimentado con plenitud o como si alguna vez se nos escapó y tuvimos que empezar nuestra persecución tras ella para volver a tenerla. En otras ocasiones, se habla de ella en pasado, como algo que tuvimos tiempo atrás, pero que algún acontecimiento hizo que se quedase inmóvil y anclada en un punto mientras que nosotros avanzábamos hacia el presente sin ella, por lo que en estos casos todavía se hace más difícil, por no decir imposible, considerar que podremos retroceder en el tiempo a por ella.

Estemos en un sentimiento de expectativas enfocadas en un futuro o lo estemos en un estado de apatía y tristeza por ver cómo la felicidad se nos fue de la manos quedando en un tiempo pasado, debemos hacer un trabajo consciente para entender que la felicidad ni se quedó anclada tiempo atrás ni nos está esperando en el yo del futuro. La felicidad es mucho más que eso, es algo abstracto, difuso y pasivo que siempre está ahí esperando a que alguien la agarre y la haga suya.

La felicidad está presente en el aquí y en el ahora y sólo depende de nosotros el querer verla, apreciarla y disfrutarla. Si pensamos en ella como una meta o como algo que tenemos que alcanzar, difícilmente conseguiremos disfrutarla nunca, porque será muy difícil que lleguemos algún día a estar plenamente conformes con lo que tenemos. Si el pobre cree que la felicidad la alcanzará cuando sea rico y algún día fuese agraciado con un gran premio, esa felicidad sería efímera y pronto se daría cuenta que de nuevo necesitaría otra cosa para ser feliz. Si el trabajador cree que la felicidad la alcanzará cuando se jubile, probablemente llegará ese día y observará que la felicidad no estaba ahí esperándole como había imaginado. Si otra persona considera que la felicidad la va a conseguir cuando cree una familia, llegado el momento, también se dará cuenta que la felicidad todavía sigue estando por delante de él. Porque la persona rica, la trabajadora y la soltera, cuando hayan conseguido su objetivo desearán ser más jóvenes, desearán tener cerca a alguien que perdieron o desearán gozar de una salud que ya no tienen… y así seguirán sin ser felices.

La persona que quería ser rica, la que quería jubilarse y la que quería hacer una familia, eran personas que ya tenían la felicidad a su lado cuando comenzaron a plantearse esos objetivos, pero que simplemente no supieron verla. Tras haber alcanzado sus objetivos, en la mayoría de casos además objetivos materiales, la felicidad puede asomar durante un corto tiempo, pero pronto verán como vuelve a desvanecerse y tendrán nuevos objetivos a alcanzar para poder volver a experimentarla. Y es así como muchísimas personas malgastan sus años de vida siguiendo la estela de la felicidad sin llegar nunca a vivir junto a ella.

La felicidad hay que disfrutarla y hay que verla de otra forma. Hay que saber que está en todo momento a nuestro alrededor, a veces en mayor presencia, otras veces de una manera menos evidente, pero hay que saber encontrarla. Sin duda, las expectativas que nos generamos son las que juegan un papel fundamental cuando hablamos de la felicidad. El hecho de tener expectativas muy ambiciosas puede destruir nuestra posibilidad de experimentar felicidad, por la complejidad de alcanzarlas.

La felicidad suele ser proporcional a nuestro nivel de aceptación e inversamente proporcional a nuestras expectativas, es decir, cuando nuestras expectativas son poco realistas o no tienen en cuenta contratiempos que puedan acontecer, podemos recibir un inesperado jarro de agua fría y alejarnos de la tan ansiada felicidad debido a la frustración experimentada.

Existen numerosas expectativas poco realistas que solemos utilizar constantemente y prácticamente sin darnos cuenta:

La vida debería ser justa”. Hay que aceptar que la vida no lo es. Hay personas que tienen buena suerte y personas que no la tienen y, por lo tanto, de nosotros dependerá dónde fijamos ese nivel de aceptación para que nuestras expectativas no sean inalcanzables y no sigamos esperando que “la justicia” juegue a nuestro favor.

Todo saldrá bien”. Nos lo decimos a menudo y es una forma de motivarnos, pero no debemos creernos al 100% esta frase. No podemos confundirnos, porque si algo no sale bien, de nuevo, volveremos a frustrarnos.

La gente debería entenderme y comportarse bien conmigo”. Otra de las cosas que tenemos que aceptar en esta vida es que no podemos caer bien a todo el mundo. Habrá personas a las que caigamos bien y personas a las que no les caigamos bien. Aceptando esto, seremos mucho más felices.

Y como estas podríamos poner diferentes ejemplos de expectativas a las que solemos dar especial importancia. La clave para poder ser felices está en el ajuste que hagamos sobre nuestras expectativas y para ello debemos saber controlarlas, aceptar más la incertidumbre e intentar vivir las situaciones en el presente sin anticipar el resultado del futuro, el cual podría ser muy diferente al esperado.

También debemos ser conscientes de que hay expectativas más realistas y otras que no lo son tanto, porque en función del grado de posibilidad de que las circunstancias estén a la altura de nuestras expectativas, nuestro nivel de aceptación de lo malo que pueda ir ocurriendo, nos ayudará a caer más o menos en picado en ese abismo de la frustración.

Puede ser también bueno comunicar y compartir las expectativas con los demás, porque también pueden ser una ayuda que nos permitan muchas veces bajar los pies a tierra y darnos cuenta de que lo que estamos esperando puede ser demasiado utópico.

Finalmente, va a ser muy importante tener un plan B que también nos resulte válido. Como hemos comentado, puede haber contratiempos que nos desvíen bastante de la meta que queremos conseguir y un plan alternativo puede ser beneficioso para sentirnos realizados y con los objetivos cumplidos.

Está claro que trabajar más en el “yo”, en la autoreflexión y en la inteligencia emocional, que incluye habilidades como la tolerancia a la frustración, por ejemplo, trae considerables ventajas, entre ellas, y para mí la más importante, la de disfrutar más del momento presente, llegando a ser felices desde ya.