Muchas veces confundimos el dolor con el
sufrimiento. Como decía Buddha, sentir dolor es inevitable mientras que sufrir es
una opción.
Con esta contundente afirmación inicio hoy
esta reflexión sobre el cómo justificar la diferencia existente entre la manera
que tenemos de influir sobre ambos conceptos y cómo, desde un punto de vista
psicológico, podemos influir nosotros para que el sufrimiento acapare el menor
tiempo posible de nuestras vidas.
Dolor y sufrimiento son parte de la vida, aunque en ocasiones sufrimos innecesariamente. A veces los usamos como sinónimos, pero la principal diferencia radica en que mientras el dolor es necesario para el aprendizaje, el sufrimiento simplemente es una elección y, en muchas ocasiones, incluso una forma de vida.
Hay personas que utilizan el sufrimiento como barrera para no asumir el dolor, para no responsabilizarse del dolor o para hacerse la víctima y acaparar así la atención de los otros, supliendo de esta forma carencias de su propia baja autoestima.
Para poder dar cuerpo a la afirmación de Buddha, pondré un ejemplo que ayude a esclarecer lo inevitable del dolor y lo más evitable que puede ser el sufrimiento en determinadas ocasiones.
Cuando acabo de correr un maratón mis piernas están sintiendo un dolor inevitable derivado del estrés repetitivo que han sufrido tras esa larga distancia. Pero, sin embargo, no experimento sufrimiento, sino que éste probablemente decido sustituirlo por felicidad y satisfacción por haber alcanzado la meta que me había propuesto.
En cambio, si tengo la mala suerte de caerme tras un resbalón y romperme una pierna, el dolor seguirá siendo inevitable, pero el sufrimiento aparecerá también como emoción en cuestión de minutos u horas, cuando llegue a casa con la pierna escayolada y el pensamiento de que me queda un largo tiempo para poder caminar de nuevo. Ese sufrimiento se verá retroalimentado por la sensación de dolor prolongado en el tiempo de inmovilidad y en el de rehabilitación. Pero este sufrimiento llega un punto en el que podré controlarlo, básicamente luchando contra él con pensamiento positivo, que podré localizar en la motivación por ver los avances conseguidos tras días de recuperación, por sentir el apoyo de quienes me rodean o por comenzar a hacer planes a medio plazo.
Esta situación no es únicamente posible experimentarla con un dolor físico, sino que se aplica idénticamente ante un dolor emocional, como puede ser la pérdida de un ser querido.
Ante esa trágica situación, por la que
prácticamente todos pasamos alguna vez en nuestra vida, el dolor es de nuevo
inevitable, un dolor que arranca en el momento de la noticia y que nos
acompañará como mínimo durante las primeras fases del proceso de duelo. A
partir de cierto momento, cuando la fase de aceptación se está culminando,
comienza a tomar presencia el sufrimiento, que será el que podremos controlar y
tratar de que desaparezca cuanto antes mejor. Para ello, deberemos de nuevo
hacer un importante trabajo emocional, que poco a poco diluya el sufrimiento,
llenando nuestro estado anímico de emociones más positivas. El problema surge
cuando el sufrimiento se eterniza y la persona cae en un estado depresivo
difícil de dejar atrás.
En psicología, las terapias para evitar que el sufrimiento nos acompañe prolongadamente dando lugar a otros problemas emocionales se basan en la aceptación del dolor desde un principio, evitando que este dolor causado por alguna situación traumática derive hacia una etapa de sufrimiento que comenzaría con la irrupción de pensamientos negativos. Normalizar el sentir emociones negativas ante el dolor, siendo capaz de abandonarlas y sustituirlas por emociones positivas son la base principal de estas terapias.
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