En el último post hacíamos referencia al
concepto de sufrimiento como “opción” ante el de dolor, que es menos
controlable por nuestra parte y llega a ser una imposición para todos nosotros
en diferentes momentos de nuestras vidas.
Relacionado con ese sufrimiento, que en
ocasiones experimentamos en demasía y retroalimentado por nosotros mismos, hoy
quiero hablar sobre el egocentrismo, causa última del sufrimiento humano.
La mayor parte de los problemas y
conflictos que mantenemos los unos con los otros son debido al egocentrismo.
Con él, además, nos es muy difícil desarrollar la proactividad, porque solemos
reaccionar de una forma mucho más impulsiva cuando sucede aquello que no nos
gusta que suceda. El egocentrismo y el mirarnos a nuestro ombligo hace que
seamos incapaces de predecir o valorar el medio/largo plazo (incluso en
ocasiones el corto), haciendo imposible ser proactivos y prepararnos para
asimilar cualquier contratiempo que pueda acontecer.
Constantemente queremos que la realidad
se adecúe a nuestros deseos y expectativas y cuando esto no ocurre, que suele
ser la mayoría de las veces porque hay muchos factores externos que influyen,
nos causa gran malestar y sufrimiento. En estos casos, en vez de darnos cuenta de
que la manera en que vivimos estos desbarajustes depende principalmente de
nosotros mismos, resulta más fácil asumir el rol de víctima y culpar a los
demás o a la vida. Y así, mientras no seamos conscientes del error, seguiremos
actuando por los siglos de los siglos. Cobra aquí sentido aquello que muchas
veces decimos de que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces
con la misma piedra, aunque creo que más bien el ser humano es el único animal
que tropieza no dos, sino muchísimas veces con la misma piedra y encima le echa
la culpa a la piedra.
Para aprender a ser menos egocéntricos,
como en todo aprendizaje, primero debemos desaprender y aceptar que los demás
son como son y que las circunstancias no siempre van a ir a favor de nuestras
expectativas. Es así como aprenderemos a saber conducir entre los diferentes
obstáculos que se nos presentan diariamente. Aceptar que las cosas no sean como
queremos no significa estar de acuerdo, tampoco quiere decir que haya que reprimirse
ni resignarse, sino simplemente dejar de reaccionar impulsivamente para
intentar hacer frente a cada situación y, en la medida de lo posible, tener una
visión más realista a medio y largo plazo para poder ser más proactivos.
Esto tampoco quiere decir que tengamos
que cambiar para contentar a los demás, sino que tenemos que cambiar para
contentarnos a nosotros mismos, porque estamos encerrados en un círculo vicioso
en el que las emociones negativas como el miedo, la ira y la tristeza tienen protagonismo
y acaban siendo la antesala de patologías severas e importantes como por
ejemplo la depresión.
Afortunadamente, es posible dejar de ser
reactivos para empezar a ser proactivos y éste es uno de los objetivos del
autoconocimiento y del desarrollo personal. Es cuestión de comprender los “porqués”
y de entrenar los “cómos”. Será así, cuando seamos capaces de comprender que
nuestra experiencia no tiene tanto que ver con lo que nos pasa, sino con la
interpretación que hacemos y, haremos posible que la proactividad aflore más
fácilmente.
Como conclusión, decir que el
autoconocimiento, aunque pueda parecer a primera impresión puro egoísmo, no es
un fin en sí mismo, sino que es una manera de aprender a ser felices por
nosotros mismos y un medio que nos permite conocernos más en profundidad para
poder ponernos en orden mentalmente, poder estar bien con nosotros mismos y
poder estarlo después con los demás.
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