Como
su propia palabra indica, y valga la redundancia, los valores tienen valor por
sí mismos. Los valores nos permiten darle sentido interno a nuestras conductas y
a nuestras actitudes, porque es gracias a ellos que somos capaces de preferir, opinar,
decidir, desechar y elegir un comportamiento en lugar de otro.
Un
mismo valor puede adquirir diferentes matices de significado para diferentes
personas, porque los valores están estrechamente relacionados con nuestros
sentimientos y nuestras emociones. Cada individuo tenemos nuestra escala de
valores y somos capaces de decidir y defender cuáles son los que ocupan el top de
nuestra lista; una lista que iremos modificando con el tiempo a partir de nuevos
conocimientos adquiridos y nuevas experiencias vividas.
Cuando
alguien pretende poner nuestros valores en tela de juicio entramos en una
discusión cíclica y sin salida en la que por lo general ambas partes tenemos
razón. La explicación a esto se basa en esos matices personales que añadimos en
función de nuestras creencias y emociones a la palabra en sí con la que
definimos nuestros comportamientos. Al fin de cuentas, la importancia no radica
tanto en las palabras y en la definición personal que le damos al valor en
cuestión, sino que lo realmente importante es lo que significa y representa
para uno mismo y la manera en cómo actuamos.
Sin
ir más lejos, en cualquier organización en la que participemos (empresa,
familia, pareja, colegio, sociedad,…) nos encontramos con problemas derivados
de la falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Pero si nos
fijamos bien, ¿cuándo surgen estos problemas?. La aparición de las verdaderas
discusiones y de los verdaderos problemas se da siempre tras la conducta,
porque es entonces cuando comprobamos que hay incompatibilidad entre lo dicho y
lo hecho (esa persona ha mentido) o entre lo que ha hecho y lo que yo creo que
debería haber hecho (no compartimos los mismos valores).
Si
los valores no tienen más o menos significados comunes para todos los miembros
de las organizaciones, el ambiente se crispa, las personas se implican menos, bajan
su rendimiento y se pierde en eficacia. Por eso, al detectar la existencia de
incongruencias de valores (e insisto que se detecta más en el hecho que en la
palabra), la comunicación debe hacer su aparición con el fin de consensuar y
llegar al equilibrio necesario para que el organismo funcione correctamente. No
debemos por lo tanto caer en el error de pensar que, por el simple hecho de que
entre personas exista la misma etiqueta para un determinado valor, todos vamos a
actuar igual. Ni tampoco al contrario, pensar que si discrepamos en las
definiciones ello nos va a llevar a actuar de manera muy diferente ante situaciones
similares.
En
definitiva, la pureza primitiva de un valor se pierde en el momento en el que
lo hacemos propio, pues es entonces cuando le adherimos matices personales que
nos conducen a llevar a cabo determinados comportamientos. Pero lo que sin duda
más impotencia genera al reflexionar sobre esa pérdida de pureza es que, en
muchas ocasiones, es el sistema que nos rodea y nos lidera el que está llenando de
impurezas a nuestros valores. Me pregunto, ¿cómo se quiere pretender un mundo
de lealtad y responsabilidad cuando vivimos rodeados de corrupción?, ¿cómo se
puede pedir un mundo de respeto y solidaridad cuando los países se bombardean
entre ellos?… Valores como la sinceridad, el compañerismo, la tolerancia, la
humildad, el altruismo, la empatía o el perdón existían ya en los adultos cuando estos fueron
niños. ¿Qué ocurrió entonces?.
Os invito a la reflexión.
Me gusta la reflexión que haces. La sociedad en la que estamos inmersos actualmente ha perdido esos valores que comentas como la humildad, la sinceridad, el compañerismo, la tolerancia y la empatía. Se ha transformado (sin generalizar porque hay buena gente por ahí) en una competición de consumo, de a ver quién tiene más, de aparentar y de como apuntas, de corrupción y pérdida de valores. Un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias Miguel Ángel. Como bien dices nunca podemos generalizar porque sería un error, pero es cierto que debemos a veces intentar reflexionar por qué se pierden esos valores que de niños prácticamente nos venían innatos... Saludos de vuelta!! ;)
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