Es la primera vez en 10 años que estoy
tanto tiempo sin publicar una entrada en este blog. Concretamente, 7 meses
desde la última que publiqué en el mes de mayo. Antes, semanal o mensualmente,
iba publicando diferentes reflexiones, a pesar de que últimamente es cierto que
ya disponía de mucho menos tiempo para sentarme y redactar. En esta ocasión, la
falta de tiempo es de nuevo la causa, pero siendo sinceros también es que en mi
lista de prioridades todo ha bajado como mínimo un escalón porque en el más alto
ahora está mi hija. En junio fui padre y, como siempre digo a mis compañeros de
trabajo, “lo primero es lo primero”. Y sobre esto voy a hablar en este
post, no sin antes felicitar a mis lectores este nuevo año que espero venga
cargado de buenos momentos y noticias.
De las 168 horas que tiene una semana, 40
nos las tiramos en el trabajo, pongamos que otras 40 durmiendo y de la mitad
que nos queda debemos sacar tiempo para estar con la familia, hacer vida
social, practicar actividades de ocio, comer, comprar, médicos, bancos,
gestiones varias y para mimarnos a nosotros mismos. Lo cierto es que a la
mayoría de las personas nos falta tiempo para abarcarlo todo y es el
momento de tomar decisiones y marcar prioridades.
A esta realidad se le añade otra y es que
somos la misma persona allá donde nos hallemos o hagamos lo que estemos
haciendo y, por ende, es prácticamente imposible desconectar de una
situación para conectar al 100% en otra. Se puede trabajar mucho en ello,
pero siempre vamos a arrastrar estados anímicos de un contexto a
otro y de un rol a otro, por mucho que queramos evitarlo. Ojalá
todo fuera tan fácil como a la vez que ficho la entrada en mi puesto de trabajo,
desconectar el interruptor de los problemas que tenga en mi vida personal, o al
fichar la salida, desconectar el interruptor de los marrones que me haya tenido
que comer en mi jornada laboral.
El poco tiempo y la imposibilidad de
desconexión completa entre las esferas en las que nos movemos hace que, en
muchas ocasiones, debamos tener clara nuestra lista de prioridades y tratar
de poner el foco en aquello que más feliz nos haga o que más nos esté
ayudando en un determinado momento de nuestra vida, para tratar de diluir y
olvidar lo que nos estresa o nos descoloca emocionalmente.
Cuando un empleado me dice que tiene un
problema en casa o, como en mi caso este año, una nueva y buena noticia,
siempre les digo lo mismo: “atiende a ello, lo primero es lo primero”.
Obviamente, no se está dando manga ancha a un deterioro en el rendimiento
laboral, sino que se le da el permiso para que esté tranquilo si en determinado
momento va a necesitar flexibilidad para poder sobrellevar la nueva situación.
El trabajo y la familia, por centrarnos en
dos de los contextos que más suelen importarnos a las personas, se hacen cada
vez más compatibles gracias a los derechos (retribuidos y no retribuidos) que
se nos otorgan a los trabajadores para poder dedicar más tiempo a la casa. Cada
vez son más las empresas que apuestan por la flexibilidad laboral y la
conciliación de la vida laboral y familiar, permitiendo trabajar desde casa,
realizar reuniones de manera virtual o mejorando horarios y huyendo del
presentismo innecesario que tan importante había sido en décadas pasadas.
Pero que las empresas, las leyes y la
sociedad estén cada vez más abiertas a esta conciliación no es suficiente.
Nosotros también debemos aprender a conciliar el trabajo con la vida
familiar y para ello es necesario saber organizarse, gestionar
la frustración al ver inviable el llegar a todo y ser capaz de encontrar
momentos de autocuidado en los que tengamos la posibilidad de
desconectar tanto del trabajo como de la familia para centrarnos en nosotros
mismos.
Por lo tanto, sí, lo repito, “lo primero
es lo primero”, pero para ponerlo en práctica debemos ser capaces de planificarnos,
poner objetivos y metas realistas, marcar tiempos y
horarios, aceptar que no siempre vamos a llegar a todo, delegar siempre
que sea posible en otras personas aquellas cosas que me ocupan tiempo y quizás
no son necesarias que yo mismo lidere en todo momento, adaptar nuestra
fuerza interior de cada momento a las exigencias que se nos presentan
y adaptar también nuestro desgaste energético a las diferentes
etapas laborales o familiares por las que vamos pasando con el paso del tiempo.