Por desgracia siempre ha estado entre
nosotros, y en pleno s.XXI, a pesar de las catástrofes que nos vienen por todos
lados (naturales y climáticas, sanitarias, económicas, bélicas…), el ser humano
sigue siendo incapaz de erradicar el verdadero dardo envenedado de la intolerancia. Y,
aunque sobre ella voy a debatir y reflexionar durante este mes de agosto que
estamos iniciando, no lo voy a hacer desde la connotación negativa; por ello,
la temática del mes será la de la tolerancia.
Para seguir con la analogía animal que
durante este año dedico en este blog a cada tema, para hablar de la tolerancia
quiero que aprendamos hoy del que se dice es el ser más tolerante del reino
animal: el Capibara.
El capibara, que recibe otros
nombres según el país donde habita, es el roedor de mayor tamaño que existe en
nuestro planeta. Vive en los bosques y sabanas tropicales hasta casi los 2.000
metros sobre el nivel del mar. Tiene una cabeza pequeña en comparación con su
cuerpo macizo y pesado, que puede llegar a los 65kg. Su pelaje es
cobrizo y sus patas cortas, con cuatro dedos las anteriores y tres las posteriores.
Habita normalmente en Sudamérica, en las cuencas del río Orinoco, del Amazonas
y del Río de la Plata, desde el este de Venezuela y la Guayana hasta Uruguay,
Paraguay y el norte de Argentina. Los capibaras son animales prácticamente
crepusculares, que pasan la mayor parte del calor del día en agujeros en el
barro o dentro de las aguas, pudiendo estar sumergidos hasta 5 minutos. Viven en
grupos, constituidos por la pareja y las crías, aunque también pueden convivir
con otros adultos y formar grupos de entre 6 y 20 ejemplares, liderados por un
macho dominante que suele ocupar esta posición durante varios años. Se
alimentan principalmente de hierbas y plantas acuáticas, y como otros roedores practican
la coprofagia o ingestión ocasional de sus propios excrementos, de los que obtienen
nutrientes. Las hembras suelen reproducirse una vez al año y tienden a tener
entre 2 y 8 crías. Su esperanza de vida ronda los 8-10 años. Sus principales
depredadores son los pumas, jaguares, anacondas y caimanes. El hombre los caza
por su piel y su carne y, en algunos casos, pueden ser cazados para domesticarlos
y utilizarlos como animales de compañía.
Ciertamente, no existe ningún estudio
científico que corrobore que los capibaras se lleven bien con todos los
animales; de hecho es muy probable que ante sus depredadores naturales prefieran
no probar suerte en términos de amistad. Pero sí es cierto que en internet y en
las redes sociales, estos animales han adquirido la fama de ser los animales más
sociables y los que mejor se llevan con otras especies. Podemos encontrar numerosas
fotos que así lo demuestran.
Lo importante no es discutir si son o no los más sociables, sino que el quid de la cuestión, y en lo que se centra la
temática de este post, es reflexionar sobre la tolerancia. Las personas podemos ser y
somos muy diferentes en cualquier aspecto sobre el que paremos nuestra atención
y, ahí está la magia de la diversidad, de los valores humanos, del respeto, de
la capacidad de convivencia más allá de las creencias, razas, orientaciones
sexuales, clases sociales… Una magia que, desgraciadamente, aún no ha aflorado
como debiera en gran parte de nuestra sociedad. Durante los últimos años, el
mundo ha sido testigo de terribles ataques terroristas motivados por ideologías
políticas y religiosas que chocan entre sí; apenas hace dos meses, en mayo, en
plena pandemia del Covid-19, el mundo se echaba a la calle para protestar por el
asesinato racista por parte de un policía de George Floyd en Mineápolis; hace una semana la prensa se
hacía eco de un caso de homofobia en un hospital de Buenos Aires, en el que se
rechazaba la sangre de un donante por ser homosexual; y estos son sólo algunos ejemplos
de la falta de tolerancia que habita como uno más entre nosotros. Una verdadera
pandemia a la que se podía poner remedio con la unidad y con el foco en una
solución global, pero a la que los países, los gobiernos y, en definitiva, a muchas
personas no parece importarnos demasiado mientras no nos toque de cerca.
La tolerancia, definida como la “actitud
de quien respeta las opiniones, ideas o actitudes de las demás
personas aunque no coincidan con las propias” debería ser la asignatura más
importante durante toda la educación escolar en cualquier lugar del mundo. Es cierto
que muchas familias educan a sus hijos bajo el valor de la tolerancia, lo veo,
se ve, se palpa en generaciones más jóvenes, pero no es suficiente. La tolerancia
debiera ser cosa de todos: de la escuela, de la familia, de los políticos, de los
líderes religiosos, de los influencers… sólo así, unidos, encontraríamos la
vacuna para minimizar los efectos de una pandemia que lleva generación tras generación contagiándonos y a la que mínimos esfuerzos se le ha dedicado.
La tolerancia debiera empezar por reforzar
muchos otros aspectos de la inteligencia emocional, como son la escucha activa,
la empatía, la humildad… porque sólo así, escuchando y entendiendo el porqué de
los demás (de los que en un principio parecen nuestros rivales, nuestros enemigos, "los diferentes"), poniéndonos después en el lugar de ellos para quizás lograr
comprenderles, siendo capaces de ver que el poder nos corrompe y nos hace infelices
y que la vida es mucho más que todo eso, mucho más fácil de lo que nosotros la
hacemos… sólo así, lograremos ser más tolerantes y lograremos ser más fuertes
para afrontar otros temas de importancia vital que escapan de nuestras manos,
como son esas crisis naturales y sanitarias a las que al principio hacía
referencia.
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EN LA PRÁCTICA DE LA TOLERANCIA, NUESTRO ENEMIGO ES NUESTRO MEJOR MAESTRO (Dalai Lama) |
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