No es la primera vez que hablo en este
espacio sobre la Felicidad como meta. Las personas, de manera prácticamente
mecánica e inconsciente, tendemos a ponernos objetivos en nuestra vida que nos
permitan ser más felices una vez alcanzados, sin darnos cuenta que muchas veces
los objetivos no son suficientemente realistas o, más concretamente, sin
cerciorarnos que aun alcanzándolos quizás la felicidad no sea la recompensa que
obtengamos.
Cuando pensamos en la felicidad o cuando hablamos de ella, la mayoría de las veces lo hacemos en futuro, como si nunca la hubiéramos experimentado con plenitud o como si alguna vez se nos escapó y tuvimos que empezar nuestra persecución tras ella para volver a tenerla. En otras ocasiones, se habla de ella en pasado, como algo que tuvimos tiempo atrás, pero que algún acontecimiento hizo que se quedase inmóvil y anclada en un punto mientras que nosotros avanzábamos hacia el presente sin ella, por lo que en estos casos todavía se hace más difícil, por no decir imposible, considerar que podremos retroceder en el tiempo a por ella.
Estemos en un sentimiento de
expectativas enfocadas en un futuro o lo estemos en un estado de apatía y
tristeza por ver cómo la felicidad se nos fue de la manos quedando en un tiempo pasado, debemos hacer un
trabajo consciente para entender que la felicidad ni se quedó anclada tiempo
atrás ni nos está esperando en el yo del futuro. La felicidad es mucho más que
eso, es algo abstracto, difuso y pasivo que siempre está ahí esperando a que
alguien la agarre y la haga suya.
La felicidad está presente en el aquí y en
el ahora y sólo depende de nosotros el querer verla, apreciarla y disfrutarla.
Si pensamos en ella como una meta o como algo que tenemos que alcanzar, difícilmente
conseguiremos disfrutarla nunca, porque será muy difícil que lleguemos algún
día a estar plenamente conformes con lo que tenemos. Si el pobre cree que la
felicidad la alcanzará cuando sea rico y algún día fuese agraciado con un gran
premio, esa felicidad sería efímera y pronto se daría cuenta que de nuevo necesitaría otra cosa para ser feliz. Si el trabajador cree que la felicidad la
alcanzará cuando se jubile, probablemente llegará ese día y observará que la
felicidad no estaba ahí esperándole como había imaginado. Si otra persona
considera que la felicidad la va a conseguir cuando cree una familia, llegado
el momento, también se dará cuenta que la felicidad todavía sigue estando por
delante de él. Porque la persona rica, la trabajadora y la soltera, cuando hayan
conseguido su objetivo desearán ser más jóvenes, desearán tener cerca a alguien
que perdieron o desearán gozar de una salud que ya no tienen… y así seguirán
sin ser felices.
La persona que quería ser rica, la que
quería jubilarse y la que quería hacer una familia, eran personas que ya tenían
la felicidad a su lado cuando comenzaron a plantearse esos objetivos, pero que
simplemente no supieron verla. Tras haber alcanzado sus objetivos, en la
mayoría de casos además objetivos materiales, la felicidad puede asomar durante
un corto tiempo, pero pronto verán como vuelve a desvanecerse y tendrán nuevos
objetivos a alcanzar para poder volver a experimentarla. Y es así como
muchísimas personas malgastan sus años de vida siguiendo la estela de la
felicidad sin llegar nunca a vivir junto a ella.
La felicidad hay que disfrutarla y hay
que verla de otra forma. Hay que saber que está en todo momento a nuestro
alrededor, a veces en mayor presencia, otras veces de una manera menos
evidente, pero hay que saber encontrarla. Sin duda, las expectativas que nos
generamos son las que juegan un papel fundamental cuando hablamos de la
felicidad. El hecho de tener expectativas muy ambiciosas puede destruir nuestra
posibilidad de experimentar felicidad, por la complejidad de alcanzarlas.
La felicidad suele ser proporcional a
nuestro nivel de aceptación e inversamente proporcional a nuestras expectativas,
es decir, cuando nuestras expectativas son poco realistas o no tienen en cuenta
contratiempos que puedan acontecer, podemos recibir un inesperado jarro de agua
fría y alejarnos de la tan ansiada felicidad debido a la frustración
experimentada.
Existen numerosas expectativas poco
realistas que solemos utilizar constantemente y prácticamente sin darnos cuenta:
“La vida debería ser justa”. Hay
que aceptar que la vida no lo es. Hay personas que tienen buena suerte y
personas que no la tienen y, por lo tanto, de nosotros dependerá dónde fijamos
ese nivel de aceptación para que nuestras expectativas no sean inalcanzables y no
sigamos esperando que “la justicia” juegue a nuestro favor.
“Todo saldrá bien”. Nos lo
decimos a menudo y es una forma de motivarnos, pero no debemos creernos al 100%
esta frase. No podemos confundirnos, porque si algo no sale bien, de nuevo,
volveremos a frustrarnos.
“La gente debería entenderme y
comportarse bien conmigo”. Otra de las cosas que tenemos que aceptar en
esta vida es que no podemos caer bien a todo el mundo. Habrá personas a las que
caigamos bien y personas a las que no les caigamos bien. Aceptando esto, seremos
mucho más felices.
Y como estas podríamos poner diferentes ejemplos
de expectativas a las que solemos dar especial importancia. La clave para poder
ser felices está en el ajuste que hagamos sobre nuestras expectativas y para
ello debemos saber controlarlas, aceptar más la incertidumbre e intentar vivir
las situaciones en el presente sin anticipar el resultado del futuro, el cual podría
ser muy diferente al esperado.
También debemos ser conscientes de que
hay expectativas más realistas y otras que no lo son tanto, porque en función del
grado de posibilidad de que las circunstancias estén a la altura de nuestras
expectativas, nuestro nivel de aceptación de lo malo que pueda ir ocurriendo,
nos ayudará a caer más o menos en picado en ese abismo de la frustración.
Puede ser también bueno comunicar y
compartir las expectativas con los demás, porque también pueden ser una ayuda que
nos permitan muchas veces bajar los pies a tierra y darnos cuenta de que lo que
estamos esperando puede ser demasiado utópico.
Finalmente, va a ser muy importante
tener un plan B que también nos resulte válido. Como hemos comentado, puede
haber contratiempos que nos desvíen bastante de la meta que queremos conseguir
y un plan alternativo puede ser beneficioso para sentirnos realizados y con los
objetivos cumplidos.
Está claro que trabajar más en el “yo”, en la autoreflexión y en la inteligencia emocional, que incluye habilidades como la tolerancia a la frustración, por ejemplo, trae considerables ventajas, entre ellas, y para mí la más importante, la de disfrutar más del momento presente, llegando a ser felices desde ya.
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