La psicología inversa suena a truco
barato, a manipulación, pero en determinadas circunstancias y contextos
organizacionales, sobre todo cuando hay cierta resistencia al cambio, al
compromiso o a la colaboración, puede convertirse en una herramienta poderosa.
Se trata de una técnica de persuasión
que consiste en sugerir lo contrario de lo que realmente se desea, para que la
otra persona, al sentirse libre o desafiada, haga lo que en realidad querías
que hiciera.
No se trata de ir por la oficina diciendo a las personas que “mejor no hagan bien su trabajo” para ver si así lo hacen mejor. Es algo más complejo y sutil que eso. La psicología inversa se basa en el principio de la reactancia, esa necesidad que sentimos de proteger nuestra libertad cuando percibimos que alguien nos la está arrebatando. Este concepto psicológico podría tener sinónimos más coloquiales como son la oposición o rebeldía emocional, la necesidad de autonomía, el rechazo a la imposición o la actitud desafiante.
¿Te acuerdas de cuando eras niño y te decían que no podías tocar algo… y lo primero que hacías era tocarlo? Pues eso. Nuestro deseo de libertad nos impulsa a actuar justo en la dirección opuesta a lo que se nos impone. Y esa lógica, bien aplicada, puede jugar a favor en algunas dinámicas laborales.
Lo primero que hay que decir es que no todas las personas reaccionan igual ante una restricción. Hay quienes son más desafiantes por naturaleza y hay quienes necesitan sentir que eligen libremente antes de tomar una decisión. Identificar estos perfiles dentro del equipo es clave para saber si usar o no la psicología inversa.
Por poner un par de ejemplos, si le
dices a un perfil joven con ambición: “No estoy seguro de que este proyecto
esté a tu nivel todavía”, puedes despertar una respuesta de autosuperación
y estarías usando la psicología inversa. O si sustituyes órdenes de entrega por
retos implícitos como “No sé si serás capaz de entregar ese informe antes
del viernes...”, puedes despertar ese deseo de demostrar capacidad y también estarías usando la psicología inversa.
Esta técnica no debe ser nunca
la primera opción ni la estrategia dominante en la gestión de personas, pero sí
puede ser útil en momentos puntuales, cuando hay bloqueos o resistencias, y
queremos generar reflexión o motivación sin forzar. Una cultura de comunicación
transparente, asertiva y respetuosa es siempre más sostenible a largo plazo.
Por eso, hay que saber a quién, cuándo y
cómo aplicarla. No funciona con todo el mundo, y con personas con baja
autoestima puede ser incluso contraproducente. Si no creen en sí mismas, pueden
tomarse nuestras palabras al pie de la letra y reforzar su inseguridad.
El truco no está en engañar, sino en entender cómo funciona la mente humana y acompañar los procesos desde el respeto. En Recursos Humanos, como en la vida, la clave está en encontrar el equilibrio entre dirección y autonomía. Y, de vez en cuando, un poco de psicología inversa bien utilizada puede ayudar a inclinar la balanza hacia donde necesitamos ir.
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