Hace ya unas décadas que la sociedad exige cambios, en ocasiones sobrevenidos y de manera
precipitada como ha ocurrido con esta crisis sanitaria, que nos ha obligado a
cambiar nuestros procesos, nuestra manera de trabajar, de relacionarnos, de
vivir… Y, en otras ocasiones, de manera más previsible, pero no por ello menos
rápida, como son los cambios constantes al que el auge tecnológico nos arrastra
desde hace ya algunas décadas.
Debemos ser conscientes de que el
cambio es algo inherente a la persona y, por ende, a la sociedad.
Cambiamos constantemente porque la vida en sí misma es un ciclo de cambio. Sin
embargo, también es cierto que no nos gusta demasiado el cambio y
acostumbramos a ser bastante reticentes, sobre todo cuando lo vemos como algo
ajeno a nosotros mismos y como algo que nos imponen.
Esa resistencia nace del miedo a
lo nuevo, sobre la que suele aflorar un sentimiento catastrofista.
Por eso, es importante que, desde la empresa, pero también desde la propia
persona, sepamos reconocer que los cambios no son siempre malos y que debemos
darles una oportunidad, admitiendo en primer lugar que quedarse anclado a la
larga no nos ayudará.
Como decía, las nuevas tecnologías,
la globalización, y ahora una pandemia, han introducido
modificaciones significativas sobre las bases en que se desarrollaba la
actividad empresarial, lo que obliga a establecer procesos de
adaptación en la producción, en los sistemas, en los puestos de
trabajo y, por consecuencia, en la mente de las personas. Estos procesos no
pueden quedar a medio camino, sino que deben desarrollarse para poder después
sacar conclusiones, valoraciones y nuevas decisiones que permitan establecerlos
como definitivos, modificarlos o bien retroceder al estado inicial si la
implementación resultase fallida. Pero como digo, es necesario darles
una oportunidad y un tiempo antes de sacar conclusiones negativas desde el
inicio.
Por lo que respecta a las personas, a los
empleados, cualquier cambio interno comporta cambios mentales, pues
cambian los roles, las funciones, las relaciones, la manera de dirigir y
liderar,… y aquí es donde se hace evidente la importancia que tiene no sólo
poner el foco en el cambio corporativo, sino también en el cambio paralelo que
ocurre en las percepciones de las personas, para evitar bloqueos actitudinales
que conviertan a un equipo en un simple conjunto de personas desmotivadas,
siendo perjudicial tanto para la empresa como para ellas mismas.
Por este motivo, volviendo a la empresa,
concretamente al liderazgo de los mandos, una nueva cualidad
necesaria en los líderes de hoy es la de saber gestionar
conflictos y la de saber hacer de psicólogo y coach con
las personas que gestiona. Estas nuevas cualidades son las que van a permitir diferenciar
al jefe (entendido como gestor de personas basado en el mando y control),
figura más relacionada con las culturas del siglo pasado, del líder (entendido
como orientador y gestor del cambio), figura que resulta
imprescindible en las empresas que quieran estar en el pódium de su sector y en
las empresas referentes del mercado en las que cualquier persona quisiera poder
entrar a trabajar.
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