lunes, 18 de octubre de 2021

Sobre Talento y Mediocridad

Ya hace bastante tiempo que el departamento de recursos humanos tiene como misión la detección del talento en los procesos de selección. Detectarlo se puede detectar, pero de nada va a servir si después, una vez incorporado, no se le sigue prestando la atención que requiere.

El talento es una cualidad temporal que, aunque puede permanecer muchísimos años o incluso toda la vida en una persona, no tiene por qué ser así y puede fácilmente dejar de ser permanente. El talento necesita seguir siendo regado y cuidado para que siga aflorando. 

Una empresa exitosa o talentosa puede convertirse en mediocre cuando queda diluida entre las demás, cuando ya deja de sorprender a su cliente y deja de ofrecerle una experiencia de compra excepcional. Lo mismo ocurre con las personas. Una persona con talento puede entrar en el grupo de la mediocridad en el momento en el que deje de dar valor añadido a su desempeño profesional y entre a formar parte de esa mayoría de profesionales que no hacen daño al negocio, pero que tampoco están haciendo que éste destaque y brille.

Ser mediocre no es nada malo, pero tampoco es nada bueno; simplemente, es permanecer en ese punto medio de la famosa campana de Gauss en la que se encuentra la amplia mayoría de una muestra, grupo o población. 

En la gráfica de esa campana, encontramos en sus extremos al menor número de personas de todo el grupo, siendo el lado izquierdo el más negativo (donde se sitúan aquellos que restan y perjudican claramente al negocio, en nuestro ejemplo) y, el extremo derecho, aquel donde se halla el talento, que constituye un claro motor de creatividad, empuje y rentabilidad para la empresa. Precisamente, en este extremo es en el que como empresarios y como empleados desearíamos que se encontrase el gran número de nuestra plantilla de profesionales, en el lado de la excelencia. Jugar en la liga de la mediocridad no beneficia nada a los equipos ni a las personas que lo forman, porque difícilmente se va a poder pasar a una posición más prestigiosa si no se hace un gran esfuerzo. Sin embargo, va a ser más fácil caer al abismo de la decadencia, bien porque la comodidad se convierta en desidia, bien porque otros se pongan las pilas y nos acaben adelantando, desplazándonos hacia el extremo más negativo.

Por ello, es importante no conformarse con formar parte de la mediocridad y es necesario centrarse en querer ser los mejores o, como mínimo, nuestra mejor versión. Ser los mejores, en ocasiones, es un propósito demasiado ambicioso y quizás difícil de conseguir, porque de ello también dependen muchísimos otros factores externos sobre los que a veces no tenemos influencia directa, pero querer ser nuestra mejor versión es un deseo que sí nos va a permitir poco a poco ir distanciándonos de la mediocridad.

Si todos lo hacen, no puede estar mal”, típico comentario que te diría la persona con pensamiento mediocre y conformista. En el entramado profesional nos encontramos no sólo con empleados que tienen esta idea, sino también con muchos mandos que la tienen y la manifiestan. Muy probablemente, además, son mandos a los que se les está premiando por su veteranía y no por conseguir una importante variación positiva del resultado o una destacable progresión en su desempeño. Esto hace que el pensamiento inicial se retroalimente y se complete con la idea de “para qué me voy a esforzar más si con lo que hago ya me están premiando”.

Deberíamos lograr tener personas en nuestros equipos que no se conformen con el “aprobado por los pelos”, porque ante cualquier despiste ese aprobado se convertirá en un suspenso, el cuál requerirá después un gran esfuerzo poder remontarlo. Se necesita detectar el talento, conseguir mantenerlo a nuestro lado, cuidarlo y procurar que siga trabajando con un compromiso constante y lleno de objetivos de mejora continuos que nunca se acomoden y se diluyan en la bruma de la mediocridad. Si realmente deseamos tener un equipo talentoso, estimulemos siempre el valor diferencial de las personas de nuestros equipos para que se traduzca en una serie de acciones que aporten una experiencia diferencial al cliente, quien debe percibirla y, de esta manera, elegirnos antes que a cualquier otra empresa de la competencia. Para ello, procuremos valorar objetivamente las habilidades y los éxitos de las personas del equipo, de manera grupal, pero también individualmente, para que en un equipo mediocre en el que exista una persona talentosa ésta no quede diluida en la mediocridad del grupo, cosa que, además de ser injusto, provocaría su fuga o bien el “contagio” de la mediocridad de quienes le rodean. Acostumbrémonos a trabajar en un entorno en el que se premie a las personas por los pequeños pasos que van consiguiendo, por el avance y consecución de objetivos marcados, y no por la experiencia y veteranía. Es evidente que mayor experiencia profesional no tiene por qué tener correlación directa con mayor talento.


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