El mes pasado hice un viaje de esos que podemos decir se
organizan de manera casi improvisada y a un destino que, seguramente, no
hubiese escogido como primera opción. Lo de la improvisación es lo de menos
para esta entrada que enmarcará este mes de Mayo en “Nosotros: las personas”.
En cambio, lo de “seguramente no hubiera sido la primera opción” tiene más
importancia si os digo que esta vez quiero hablaros de los prejuicios.
Pero antes, os doy cuatro pinceladas de Colombia, una
república situada en América del Sur y cuya capital es Bogotá. Con una
superficie superior al millón de km2 y una población alrededor de los 49
millones de habitantes, Colombia se ha caracterizado durante el siglo pasado y
hasta no hace mucho por su inestabilidad política, que le ha llevado a tener
varias guerras civiles. Desde la década de 1960 el conflicto interno
entre el Estado contra diversos actores armados (guerrillas, paramilitares,
narcotraficantes y crimen organizado), así como la economía ilegal dedicada al
tráfico de drogas convirtieron al país en uno de los más peligrosos de
Sudamérica y del mundo. En 2016, el Gobierno desarrolló un proceso de paz con
la guerrilla con el objetivo de encontrar una salida política al conflicto.
Actualmente, aunque la situación no es de estabilidad plena, Colombia trata de
combatir esta lacra que ha arrastrado durante décadas para poder alcanzar una situación de progreso y transformación continuada.
Y ahora sí, confieso que yo he sido uno de los primeros en tener
prejuicios sobre Colombia y, a pesar de tener muy claro e intentar siempre de
no fomentar y alimentar los juicios de valor sesgados que todos nos hacemos,
esta vez he vuelto a comprobar que cuando te encuentras con la realidad, ésta
te da un buen bofetón y te hace ver que tu idea era sólo eso, una idea bastante
lejana a la vida misma.
Estamos inmersos en un mundo de generalizaciones en el que
tendemos a pensar que porque alguien sea de una determinada manera, todos
aquellos que guardan relación con algún aspecto de este alguien tienen que ser
o comportarse también de esa forma. Lo más difícil, pero necesario es luchar
contra estas generalizaciones y, a veces, no hay más remedio que afrontar la
realidad y darse cuenta que la película que uno se había montado dista mucho de
lo que realmente ocurre. Y es que los prejuicios se forman de manera
inconsciente en las personas y distorsionan la percepción que puedan tener de
las cosas.
La pobreza, la inseguridad y las drogas son quizás los tres
prejuicios estrella cuando semanas atrás comentaba con mis allegados que me iba
a pasar unos días a Colombia. No se puede negar que las tres concurran en
determinadas zonas del país, pero ¿en qué país no las tenemos también?.
Cierto es que aún queda mucho por hacer en Colombia, pero tan
cierto es que se lleva mucho tiempo haciendo cosas y que éstas no son vox
populi como lo siguen siendo las negativas del pasado. Utilizar la serie de
“Narcos” como la realidad colombiana en 2018 es un error garrafal que hace que
el avance que intentan hacer los ciudadanos de este país se vea tremendamente
ralentizado en el tiempo.
Durante los 10 días que estuve en Colombia y visitando tres de
sus ciudades más importantes: Cartagena de Indias, Medellín y Bogotá, pude
comprobar que uno puede caminar tranquilo por la calle (siempre atento a lo que
sucede alrededor, pero como hacemos en cualquier lugar y sobre todo si es uno
que visitamos por primera vez). Pude comprobar que haciéndose de noche, uno
puede continuar en la calle, que la gente es amable a la vez que curiosa cuando
ven que los turistas se interesan por su país. También puedo afirmar que la
propaganda que se hace del “visit colombia” es brutal: la gente te agradece la
visita, te pide que recomiendes los lugares o sus servicios a aquellos que
tengan intención de ir a Colombia, los guías turísticos saben sacar todo lo que
hace a Colombia y a los colombianos dignos de ser visitados… en fin, ni vi
pistolas, ni me ofrecieron droga, ni me secuestraron, ni me robaron y ni
siquiera tuve la sensación de inseguridad que tanto miedo nos generan nuestros
prejuicios.
Aunque lo poquito que visité me pareció estupendo, quiero
remarcar aquel lugar que más me conmovió y que forma parte de Medellín.
Concretamente, el barrio de San Javier o comuna nº13, considerada durante
años el barrio más peligroso del mundo. Prostitución, asesinatos, drogas,… eran
el pan de cada día en las calles de esta zona en la que viven más de 130.000
personas. Hoy, después de que en el año 2002 se iniciara la conocida “Operación Orión” que consistió en un Estado de Excepción para acabar con la
guerrilla de las FARC y otros comandos armados en el barrio de San Javier, la
comuna 13 es un barrio por el que se realizan tours y los turistas pueden
pasear libremente realizando fotografías a los maravillosos graffitis que adornan
las paredes de sus calles. La comuna 13 es un barrio en transformación que ha
cambiado las armas por pinceles y donde la esperanza es el mensaje que se
pretende contagiar a otros suburbios de la ciudad de Medellín.
Os dejo aquí una selección de fotografías de este barrio antioqueño de Medellín que recomiendo encarecidamente visitar como parte del tour que deberíais realizar por este país tan rico en cultura, naturaleza y espíritu innovador.
Desde el metrocable que nace en San Javier podéis tener
una vista impresionante y
panorámica de la ciudad de Medellín.
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En San Javier o comuna 13, vas a quedarte impresionado de
la cultura, de los graffitis, de los niños y
su vida en
la calle, bailando, jugando y saludando a cualquier "gringo" que ven
por allí.
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Allí vas a encontrarte decenas de graffitis. Éste deja evidente el mensaje de "Esperanza" |
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