viernes, 27 de diciembre de 2019

¿Existe el altruismo? (por Loreto Martín Moya)

Estamos en DICIEMBRE, mes de San Nicolás como ejemplo de la conducta altruista en este Blog. Comparto con vosotros este artículo que me ha resultado interesante.

¿Qué es el altruismo? ¿Qué hay detrás de muchas de las conductas altruistas? ¿Bajo qué condiciones es más fácil que nos mostremos generosos con el otro? En este artículo profundizamos en este tema tan interesante.


El altruismo es una de los valores o motivos más importantes que rigen la interacción social. Parece estar íntimamente relacionado con la solidaridad y ayudar a otras personas. De hecho, cuando somos niños, nuestra supervivencia está condicionada al altruismo de nuestros propios padres.


No obstante, y fuera de lo que se cree dentro de la cultura popular, el altruismo no está exento totalmente de razones o motivos. No emana de la bondad más pura y absoluta del ser humano.
Esta idea se basa en numerosos estudios e investigaciones psicológicas cuyo objetivo era el de esclarecer qué es exactamente el altruismo, de dónde emanan las conductas aparentemente altruistas y desinteresadas y en qué condiciones surgen.
Altruismo o conducta de ayuda
En la actualidad, los psicólogos utilizan dos términos diferenciados: altruismo y conducta de ayuda. Esta última expresión surge a raíz de un grupo de investigadores que quiere centrarse exclusivamente en conductas que, objetivamente, ayudan a un tercero; dan igual las razones por las que ese tercero es ayudado.

Muchos actos aparentemente generosos y caritativos no son más que el resultado de conductas de pánico o euforia. Estas emociones llevan al individuo a llevar a cabo una serie de acciones que están poco relacionadas con el hecho altruista, aunque un tercero se beneficie. Por ello, aunque cualquier conducta altruista es una conducta de ayuda, no todas las conductas de ayuda son necesariamente altruistas.

Empatía y altruismo

La discusión sobre la existencia del motivo altruista emana de alguna manera a partir de la emoción que creemos debería acompañar a ese altruismo. El origen del altruismo podría rastrearse en la emoción que lo causa. Esta emoción, como Martin Hoffman (1975) concluyó, podría denominarse empatía.

El mismo autor define la empatía como una respuesta afectiva que es apropiada para la situación de otra persona distinta a nosotros. Esa respuesta afectiva se podría traducir después en conducta de ayuda. Hafield, Cacioppo y Rapson (1993) hablan del contagio emocional y de cómo este es el componente fundamental de los procesos empáticos y del hecho altruista. El contagio emocional tiene dos mecanismos básicos:
  • Reguladores en la interacción no verbal: nuestras interacciones se caracterizan por tender a la sincronización e imitación inconsciente de la voz, los movimientos y posturas y las expresiones de nuestros interlocutores.
  • Feedback facial: algunos cambios en nuestras facciones pueden provocar variaciones en nuestra experiencia emocional. Se ha estudiado durante mucho tiempo, y esta frase ilustra a la perfección el enigma de nuestras emociones: ¿lloramos por qué estamos tristes, o estamos tristes por qué lloramos?
Si nos relacionamos con alguien que se siente mal, es fácil que nuestra expresión facial pase a concordar con la del otro, es decir, se sincronice. Se producirá a su vez un proceso de feedback facial, puesto que cambiará el estado emocional en una dirección congruente con la del otro, y ahora con la de nuestra expresión facial.

Altruismo intrínseco: hipótesis de la compasión

Batson (1979) identifica el altruismo con la compasión, y defiende que el hecho altruista transcurre a través de varias etapas. Batson dice que la motivación altruista es un fin en sí misma y no implica ningún beneficio para el individuo.
Después de que el sujeto haya sentido esa motivación altruista tiene lugar un cálculo hedónico, donde se realiza una ponderación de las consecuencias de la acción, pero este siempre se da después de haber sentido esa motivación prosocial.
Para Batson, por tanto, el altruismo —que él llama compasión— es intrínseco, porque la conducta de ayuda es satisfactoria en sí misma: no busca nada más allá del interés del otro.

Altruismo extrínseco: ayudar con beneficios añadidos 

Otros autores, no obstante, defienden que el altruismo es extrínseco, es decir, no es satisfactorio en sí mismo. La satisfacción no viene exclusivamente por haber ayudado a una persona, pero sí porque conlleva unos beneficios añadidos o evita unos ciertos costes. Esta ponderación se realizaría sin que sea preciso sentir compasión de antemano.
Teoría de la búsqueda de refuerzos
Cialdini, Baumann y Kenrick (1981) defienden que la motivación altruista no es más que una forma de motivación egoísta, aunque mucho más encubierta. A través de ella no se buscan beneficios materiales —esto sería claramente una conducta egoísta y no habría dudas acerca de ello—. Sin embargo, a través del hecho altruista se buscan ciertos refuerzos simbólicos.

Algunos de estos pueden ser prestigio, mejorar la autoimagen, o la satisfacción personal de cumplir con nuestros valores. El hecho de no ayudar, a su vez, también puede acarrear castigos simbólicos, como la desaprobación social o el remordimiento.
Por ello, cuando se ayuda a una persona para no sentirse mal después, o si se siente satisfacción al ayudar por estar cumpliendo con una regla moral propia, eso no sería altruismo intrínseco. De hecho, está más cerca de la motivación del logro que de ese tipo de altruismo.
Teoría del estrés vicario
Piliavin, Dovidio y Gartner (1991) defienden que la conducta de ayuda está destinada a mitigar el sufrimiento de uno mismo, y no el del otro. Esto quiere decir que se quiere calmar a través del hecho altruista el propio malestar emocional.

Al observar la necesidad en el otro, se produce un proceso empático que resulta aversivo, puesto que vemos al otro sufrir. Se evocan por tanto emociones negativas fuertes para el propio sujeto. A veces se puede evitar esa situación huyendo, pero hay otras que no. Por ello, decidimos ayudar, para quitarnos ese malestar de encima.
Teoría de la unicidad
Por último, Cialdini y Neuberg (1997) estudian la conducta de ayuda dentro de los procesos de unicidad. Hay estudios que demuestran que la identidad de uno mismo es dinámica y maleable, es decir, cambia a lo largo de nuestra vida.
Por otro lado, la corriente evolucionista defiende la proximidad cognitiva y biológica entre los seres humanos. Por ello, no ayudamos al otro porque somos altruistas, sino porque los límites de nuestras propias identidades se funden y confunden con las del otro; somos seres parecidos morfológicamente.
Sentimos parecido y vivimos parecido. Esto conlleva que ayudamos al otro en la medida en que lo confundimos con nosotros mismos.
¿Es malo ayudar buscando beneficios?
Es posible que, según las circunstancias, uno u otro proceso de los mencionados tenga una mayor incidencia en nuestro comportamiento. Por ello, la respuesta a la pregunta de si el altruismo existe debería contestarse con matices.
No todas las conductas de ayuda que se emiten son altruistas. De hecho, parece que pocas pueden pasar el filtro de la socialización, del cálculo hedónico o de la búsqueda de refuerzos para postularse como conductas puramente altruistas.

En este sentido, el hecho de que una conducta de ayuda busque algo más que el ayudar al otro no es malo. Asimismo, aunque a través del hecho altruista se busque, por ejemplo, conseguir la aprobación de un grupo, lo cierto es que no deja de haber una tercera persona, o incluso un colectivo, que es ayudada.

De manera que, sin caer inocentemente en la idea de que el altruismo intrínseco salpica todas las conductas de ayuda, o al menos muchas de ellas, parece desacertado rechazar la mano de otro porque busque responda a un interés personal. Si nosotros somos ayudados, en muchos casos podría resultar indiferente la motivación de esa ayuda.


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