Como sabéis los que seguís mi blog
desde hace tiempo, muchas de mis publicaciones son fruto de experiencias
vividas, leídas y/o escuchadas.
Trato de reflexionar esta vez después de una de mis últimas publicaciones en Facebook y Twitter sobre el documental "The Cove" (podéis verlo en el siguiente enlace en versión española "La Ensenada"), no tanto por el
contenido en sí del documental, cuya denuncia abriría un gran debate a nivel
mundial, sino por parte de la reacción de mis seguidores en ambas redes sociales (sin ánimo de personalizar la crítica a ninguno de ellos, sino más como una autocrítica a nuestra sociedad ).
Hace unos días me recomendaron ver este vídeo sobre lo que ocurre en Taiji (Japón) donde masacran a más de 23.000
delfines cada año. En él se denuncia y refleja claramente el desconocimiento de la mayoría del pueblo japonés, y por
consiguiente del mundo, y la manipulación de los gobiernos que obtienen
beneficio económico de dicha cacería. Tras visionarlo y comprobar que era un
buen documental merecedor de ser compartido y denunciado por todos, lo publiqué con la intención de que no cayera en el olvido y continuase estando
vivo en la red.
Un vídeo de cualquier personaje del
corazón o de cualquier freaky televisivo, que se está embolsando miles de euros a costa
de la audiencia que les sigue y ríe sus gracias, se convierte en viral en las
redes en cuestión de minutos. Todo lo contrario con lo que ocurre con este
documental, en el que se están poniendo sobre la mesa temas tan serios como la
crueldad gratuita del ser humano, el atentado contra la naturaleza, el
pasotismo de muchos políticos, las mentiras de los medios de comunicación y la
creciente ignorancia de los ciudadanos, que incluso ven afectada seriamente su
salud sin ser conscientes de ello. El vídeo pasa desapercibido en la red
(teniendo en cuenta la cantidad de personas que tenemos acceso a él –cualquiera
con conexión a Internet–) y una minimuestra de ello es los casi
inexistentes likes que ha tenido mi publicación en comparación a cualquier otra
que hubiera hecho sobre “mi primer día de playa del año”, “la comida que hoy ha
preparado mi madre” o “la foto jocosa de una petarda televisiva a la que entre
todos estamos haciendo multimillonaria” (aunque esto último yo no lo publicaría
jamás en mis espacios).
Y aquí va mi reflexión.
El ser humano no nace egoísta, no nace
insensible, no nace inhumano, no nace con valores tan desarrollados como los
que al final acaba demostrando en su hacer, pensar o decir. Los valores, que a través de ciertas conductas mostramos los ciudadanos de este mundo, siempre hablando en términos generales, se
aprenden, se inculcan, se copian de otros y se integran en la personalidad del
individuo aceptándolos y entendiéndolos como normales. Parece que cada vez más
estamos programados para convertirnos en seres egoístas, cuyo único objetivo es
salvar nuestro propio trasero y obviar cualquier cosa que ocurra a nuestro
alrededor... claro!! mientras ésta no nos afecte directamente.
¡Sálvese quien pueda!, parece que este
es el valor de moda en la sociedad del siglo XXI.
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