Apenas hace un mes hablábamos de la
importancia de lograr gestionar correctamente las salidas de nuestras zonas de
confort que vamos construyendo a lo largo de nuestras vidas. Concretamente, conocíamos
cómo era la vida del Salmón para poder explicar y entender la necesidad de esta
gestión principalmente emocional. A principios de mayo empezábamos a conocer en
España el plan de desescalada, referido a cómo salir del confinamiento al que
durante el mes de abril y parte de marzo nos habíamos visto sometidos por la
invasión de la pandemia del coronavirus. Hoy, principios de junio, España se
encuentra, como muchos otros países, en plena desescalada, teniendo zonas en
las que las libertades se empiezan a recuperar, aunque con bastantes cambios a
como las conocíamos apenas 3 meses atrás.
Por ello, este mes, quiero centrarme
en lo que quizás más nos está costando aceptar, incluso siendo conscientes que cualquier
infracción o acto incívico puede volver a llevarnos a un rebrote del
virus que nos vuelva a confinar en nuestras casas. Me refiero, a las “normas” que
contiene este plan de desescalada vinculado a franjas horarias, edades y zonas,
añadiendo a todo esto restricción de movimientos y de espacios (prohibición de viajar,
de ir al gimnasio, a un espectáculo, a un restaurante con un grupo de amigos,
de entrar en un comercio sin pensar en llevar mascarilla o ponerte gel
antiséptico en las manos, sin poder disfrutar de la piscina o de la playa, sin
poder ir a visitar a los abuelos a sus residencias, etc…). El plan de desescalada
conlleva implícita la misma norma que tuvimos durante el confinamiento: apelar
al individualismo lo máximo que se pueda para protegernos del contagio. Y para
hablar de este concepto sociológico, el individualismo, voy a presentaros a un
animal que bien podría haber cabido en un post relacionado con el trabajo en
equipo, pero que lo incluyo aquí debido a una de sus facetas que nos viene
como anillo al dedo para aprender sobre el tema que hoy nos ocupa. Este animal
es la Hormiga.
Las hormigas son una familia de insectos
con el nivel más alto de organización social que se da en determinados animales.
Existen más de 150.000 especies conocidas y habitan en todos los continentes excepto
en la Antártida y algunas grandes islas como Groenlandia e Islandia. Como el
resto de insectos, las hormigas cuentan con exoesqueleto (esqueleto externo que
recubre, protege y soporta el cuerpo del animal) y tienen una visión pobre o nula,
orientándose con sus dos antenas que detectan sustancias químicas, corrientes
de aire y vibraciones. Las hormigas tienen 6 patas y, en algunas especies, las
reinas y machos tienen alas. La mayor parte son depredadoras, carroñeras o herbívoras.
Viven en colonias, que pueden llegar a ser longevas, en las que la reina puede
vivir hasta 30 años, mientras que las obreras viven entre 1 y 3 años. Los machos
apenas viven unas semanas. Se comunican entre ellas por medio de feromonas
(secreción de sustancias químicas), se defienden atacando mediante mordiscos o
picando y son capaces de formar ejércitos para la lucha. Lo que más llama la
atención de las hormigas es su capacidad de organización y su especialización
en tareas que van encaminadas a alcanzar un mismo objetivo. Además, y
vinculándolo al tema que nos concierne en esta ocasión, son capaces de
autoaislarse cuando se enferman para no contagiar a las hormigas sanas, quienes
evitan el contacto con ellas, pero a la vez las protegen manteniendo
distanciamiento y reforzando la protección de la reina y de las “hormigas
enfermeras”. Según un estudio publicado en la revista Proceedings of the RoyalSociety B, este comportamiento reduce la mortalidad de las hormigas
enfermas de un 80% a un 10%.
Me quedo con estas últimas líneas
descriptivas de la hormiga. En tiempos de coronavirus, como la hormiga, hemos sido más o menos capaces de organizarnos, especializarnos en determinadas tareas y encaminar muchos de nuestros actos hacia un mismo objetivo: vencer la pandemia. Pero además, decimos que las hormigas son
capaces de autoaislarse y protegerse cuando existe un riesgo que las
hace enfermar y podría acabar con la colonia. Éste es sin duda el aspecto clave
al que ahora nos instan todos nuestros gobiernos y expertos en sanidad y epidemiología
con el fin de vencer al virus y evitar cualquier
rebrote que pueda devolvernos a las medidas estrictas de confinamiento y privación
de libertades a las que hemos sido sometidos estas últimas semanas.
Si en la hormiga es innata esta cualidad
de autoprotección, a nosotros nos la tienen que recomendar, repetir e incluso
obligar mediante el uso de la Ley. Quizás deberíamos ser conscientes que la
hormiga no lo hace por capricho, sino por necesidad de protección para asegurar
la supervivencia. Nada lejos del propósito que nosotros deberíamos perseguir,
el de evitar más muertes, proteger a nuestros más vulnerables (principalmente,
los ancianos) y mantener para ello el distanciamiento social que nos
asegure una disminución importante del riesgo de contagio. Desgraciadamente, en los últimos días vemos pequeños colectivos que para nada tienen claro estos riesgos y actúan incívicamente poniendo en riesgo la salud de todo el mundo. Es cierto que son una minoría, pero lo suficiente como para propagar un virus prácticamente desconocido y sobre el que por ahora no tenemos una vacuna.
Durante estos meses, el personal
sanitario, entre otros profesionales, ha estado formado por las hormigas
enfermeras que han estado velando por las víctimas de este virus. Ahora, nos
toca a nosotros ser responsables y mantener el distanciamiento y el
individualismo necesario para conseguir el objetivo único de vencer la pandemia
y volver a nuestra añorada normalidad.
Para finalizar, sólo añadir que, si bien es cierto que en muchas ocasiones se habla de los efectos
negativos del individualismo, que va en contra de la propia naturaleza humana
que nos caracteriza por ser seres sociales que necesitamos relacionarnos con
los demás para sentirnos queridos e integrados en un grupo, ahora, en estos tiempos que corren, tenemos que intentar restar importancia a esos
aspectos negativos del individualismo y hacer un esfuerzo de potenciación del mismo para poder
salvarnos y llegar a ser una sociedad altamente efectiva como éramos
antes de esta pandemia. Para ello, las alternativas a la no socialización las
podemos encontrar a través de la tecnología, de la que últimamente estamos
haciendo un uso claramente exponencial, pero también en el respeto de todas las medidas que se están implementando para facilitarnos la ardua tarea de distanciarnos de los demás por un tiempo.
EL INDIVIDUALISMO NO ES TANTO UN FIN COMO UN CAMINO, NO EL MEJOR, SINO EL ÚNICO (Friedrich Hebbel) |
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