Estamos en JUNIO, mes de la hormiga como animal que nos enseña al aplicar el individualismo para autoprotegerse en este Blog. Comparto con vosotros este artículo que me ha resultado interesante.
El mal llamado ‘distanciamiento social’ –deberíamos llamarlo ‘físico’– impuesto para frenar esta pandemia, puede que cambien algunas maneras de relacionarnos. Pero nos acostumbraremos.
Dos
metros entre una persona y otra. Esa es la distancia que ya
condiciona nuestras vidas y que, sin duda, modificará los hábitos
en nuestras relaciones de proximidad –se podría decir que un
tanto ‘despreocupada’–, si queremos mantener a raya la
pandamemia del coronavirus y evitar nuevos rebrotes, que nos hagan
retroceder el camino andado y nos ‘condenen’ a un nuevo al duro y
temido confinamiento.
Tendremos
que renunciar a esos besos, abrazos, palmaditas en la espalda y
efusivos apretones de mano, tan arraigados en la cultura mediterránea
y que tanto gusta propinarnos a los españoles, incluso entre
desconocidos. Y, lo peor, es que no sabemos hasta cuándo. De
momento, sin vacuna ni tratamientos específicos eficaces, es muy
posible que las medidas de distanciamiento físico se prolonguen de
manera intermitente hasta 2022, según avanza un reciente
estudio publicado en la prestigiosa revista ‘Science’,
realizado por investigadores de la Escuela de Salud Pública de
Harvard. Así que, y como ya apuntó el coordinador del Centro
de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, no estaría de
más ir acostumbrándose y "aprender a relacionarse a la
japonesa". Todo el mundo sabe que si hay algo a lo que no
están acostumbrados los japoneses es al contacto físico a la hora
de saludarse y relacionarse socialmente: el ‘aisatsu’, la
tradicional reverencia nipona, se realiza a algo más de un metro de
distancia y los niños la aprenden a los 3 años. En una órbita
similar giran los países anglosajones, centroeuropeos y
nórdicos, adalides de la que bien podríamos denominar cultura del
‘mírame y no me toques’.
"Parece
difícil que hábitos tan arraigados y simbólicos desaparezcan, pero
también es verdad que, como todo en la vida, las costumbres vienen y
se van"
Y
también sabemos que estas medidas de distanciamiento tienen un mayor
impacto en la vida cotidiana y son más difíciles de cumplir en
países con vínculos sociales mucho más estrechos, como en el caso
de España e Italia. Incluso, puede que desaparezcan algunas
manifestaciones de género, tan innecesarias y caducas, pero tan
intrincadas en nuestra sociabilidad a hora de saludar, que ‘obligan’
a besar a las mujeres y a dar la mano a los hombres. Aunque, “en
principio, parece difícil que hábitos tan arraigados y con tanta
carga simbólica desaparezcan, pero también es verdad que, como
todo en la vida, las costumbres vienen y se van”, aclara
el catedrático de Sociología de la Universidad de Zaragoza
José Ángel Bergua. “Los ceremoniales de cortejo podrían
cambiar –pero no sería la primera vez que esto ocurre–
incluso introduciendo mucha asepsia entre los participantes, que
puede dar lugar a todo un espacio de innovación cultural”. “Muchos
deportes, por ejemplo, son resultado de la represión y sublimación
de la agresividad y el combate –continúa Bergua–. El
baile hace lo mismo con la sexualidad. En los dos casos, esas
innovaciones culturales son ambiguas, pues insinúan lo que pretenden
esconder. En esa ambigüedad reside su atractivo. Con las prendas
encargadas de ocultar las zonas erógenas ocurre lo mismo.
Aunque
es imposible saberlo, de las actuales normas encargadas de
reprimir el contacto y la resistencia de este a desaparecer podrían
surgir innovaciones y divertimentos parecidos. El mundo tiene
siempre este carácter híbrido y ambivalente respecto al cual
resulta muy difícil decidir dónde empiezan y terminan la imposición
y la resistencia, pues todo es, en cierto modo, las dos cosas a la
vez”.
Pero,
sin duda, costará aceptar esas normas disuasorias del contacto
físico. Nos costará aprender a vivir pendientes de esos dos
metros de distancia en las terrazas de los bares, en el restaurante,
en el trabajo, en las playas, en el autobús, en el cine...; a
soportar las interminables y tediosas filas en el supermercado, en la
farmacia, en los comercios…, con todo el estrés y la ansiedad que
generan; costará aprender a no hacinarnos en conciertos, discotecas,
parques... Pero nos acostumbraremos y el coste en nuestras relaciones
sociales será asumible.
La
necesidad de sentirnos cuidados
"Es
legitimo preguntarse por los efectos de estas medidas de
distanciamiento, que conllevan aspiraciones de salud y que generen
preocupación", apunta Maribel Casas-Cortés, antropóloga
del Departamento de Sociología de la Universidad de Zaragoza e
Investigadora Ramón y Cajal. “La evidencia médica y el consenso
científico respaldan que pueden evitar la vuelta al panorama
anterior de confinamiento. Y esta es una razón de peso que, en
términos antropológicos, se caracteriza por tener conciencia de las
necesidades ante el peligro, la emergencia y la capacidad de
adaptación”. Y, por eso, “vamos a supeditar esa cultura de
la cercanía, que tanto identifica a los españoles, a esta razón de
peso, para no volver a ponernos en peligro”.
"No
nos saludaremos con dos besos, pero vamos a seguir siendo igual de
expresivos, aunque adaptándonos a los nuevos protocolos"
"En
estos momentos, las personas se preguntan: ¿estas medidas me cuidan
individual y colectivamente o no me cuidan? Y el siguiente paso
es buscar esas normas que nos protegen y que nos cuidan, sobre
todo a los niños, y que van a hacer que se nos respete, porque ya
somos muy conscientes del peligro. La gente quiere sentirse cuidada”,
añade Casas-Cortés, que incide en que esta sensación no
repercutirá en la socialización de las personas, al tratarse de
restricciones temporales. “Tendemos a decir que el coronavirus
nos ha mostrado una realidad sin precedentes, pero –y no hace falta
remontarse cien años atrás–, hace bien poco, se han
producido epidemias como el SARS o el ébola, en Asia y en África,
donde se tomaron medidas de distanciamiento similares, y esto no
significa que haya generaciones de jóvenes que no sepan
socializar”. Al contrario, afirma que siguen teniendo “la
misma rebeldía” inherente a su edad. “La gente está muy
preocupada por cómo afectará la covid-19 a las relaciones entre los
más jóvenes –comenta–, pero ha habido otras sociedades
industrializadas que ya han pasado por esto y no ha transformado sus
culturas”.
La
antropóloga argumenta que los seres humanos, y sobre todos los niños
pequeños, somos la especie más adaptable y que desarrollaremos
nuevas fórmulas. “No nos saludaremos con dos besos, pero
vamos a seguir siendo igual de expresivos, aunque adaptándonos a los
nuevos protocolos”. Considera que la sociedad española es muy
flexible y que será muy interesante ver qué estrategias se van
desarrollando, según las franjas de edad. “Buscaremos otras
maneras, por Whatsapp o cara a cara, pero la socialización seguirá
adelante”, apunta, aunque tendremos que convivir con estas medidas
de carácter temporal con la finalidad de frenar esta epidemia.
"Yo
lo veo desde una perspectiva más global y va a ser mucho peor
superar la experiencia de la pérdida de tantísimas vidas, puestos
de trabajo…, cuestiones de mayor calado que esos dos metros de
distancia”, asiente. “Desde el punto de vista antropológico,
ahora existe la necesidad de exigir mayor responsabilidad; de
sentirse en un país con las infraestructuras sanitarias necesarias,
por si esto vuelve a ocurrir –concluye–. Una gran parte de
la población está siguiendo las normas a rajatabla y confía en
estas medidas preventivas”.
Hacer
solo lo que nos mandan
Y,
sin embargo, a Adriana Marqueta, doctora en Psicología por la
Universidad de Zaragoza, le preocupa que, cuando se piensa en
acatar las normas, “no nos estemos planteando nada más que
hacer aquello que nos mandan”. “Hay personas –continúa–,
cuya fortaleza está en función de lo que le dictan los demás, y
estas no van a tener ningún problema en mantener esa distancia
física tan necesaria para atajar la pandemia. Pero ahora, deberíamos
plantearnos nuestra propia responsabilidad para actuar. Es decir: voy
a acatar las normas, sí, y no solo porque me lo mandan, sino porque
también voy a fortalecer mi salud emocional, mental y física. Y
eso, va a ser bueno para mí y para los demás". "Ahora, es
muy importante que cada uno encuentre su fuente de seguridad en sí
mismo”.
"Todavía
recuerdo cuando pensábamos que en España sería imposible dejar de
fumar en los bares"
Marqueta
recalca que estos cambios que estamos viviendo –mantener la
distancia, usar mascarillas y guantes, lavarnos las manos con gel
hidroalcohólico– “son muy visuales, llaman mucho la
atención, al fin y al cabo, estamos haciendo algo que nunca habíamos
hecho antes”, aunque, en lo de hacer fila, ya tenemos alguna
experiencia. Y afirma contundente que, “si tenemos la certeza de
que estas medidas nos protegen, las cumpliremos. Nos adaptaremos y
cambiaremos algunas costumbres”. “Todavía recuerdo
–explica– cuando pensábamos que en España sería imposible
dejar de fumar en los bares. Y, ahora, ¡no se le ocurriría a
nadie! Ante lo nuevo, el ser humano siempre muestra reticencia,
siente miedo, pero al final, se adapta”. “Y ya hemos demostrado
que tenemos capacidad para enfrentarnos a situaciones dramáticas,
adversas –no olvidemos que generaciones muy cercanas vivieron una
guerra civil– y salir reforzados”.
La
psicóloga matiza que el confinamiento ha hecho que mucha gente se
sintiera sola y que tenemos que recuperar el lenguaje emocional, de
los afectos. “En estos momentos, no nos podemos tocar, pero sí
estar cerca de las personas que queremos” y, si es
necesario, “aprenderemos a mostrar los afectos de otra
manera”. “¡Ojalá podamos seguir abrazándonos! –exclama–,
el ser humano necesita el contacto físico para vivir, pero
mantengamos los abrazos de verdad, no los de cortesía. ¿Igual
cambiamos eso de dar dos besos a personas que acabamos de conocer?”.
"Cuando
no podemos elegir, automáticamente se activa el mecanismo de la
adaptación"
La
percepción del riesgo, vital
Para
su colega María González de la Iglesia, doctora en Psicología
por la Facultad de Medicina de Zaragoza y vocal de la Junta Directiva
de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, es vital que
seamos capaces de “mantener la percepción del riesgo”. Las
personas que han padecido los efectos de la pandemia, que han sufrido
la pérdida de algún familiar, son más conscientes del peligro y
están reaccionando mejor a las medidas de distanciamiento que
los que piensan que “eso del coronavirus, no va con ellos, que solo
afecta a los otros”. Por eso, “tengo muchas dudas –afirma–,
y nos va a costar adaptarnos. Durante el proceso de
desescalada, mucha gente se ha lanzado a la calle como ‘pollo
sin cabeza’ y eso es un gran peligro”. Pero González confía
en que seremos capaces de frenar los contagios, porque “ese mismo
individualismo, que nos hace pensar en nosotros mismos –no me
siento en una terraza por miedo a contagiarme–, lleva implícito
pensar en los demás”. “Es momento de acatar las normas –resume–
y, cuando no podemos elegir, automáticamente se activa el
mecanismo de la adaptación. Todo el proceso del ser humano se
resume en dos palabras: adaptación y supervivencia. Nos adaptamos o
morimos”.
Y,
si en algo coinciden todos, es en que también deberíamos
acostumbrarnos a cambiar los términos, porque el
distanciamiento nunca debería ser social, sino físico, pues de
lo que se trata, ni más ni menos, es de ampliar el espacio entre
personas para reducir el contagio.
Ese
abrazo que ahora echamos tanto de menos
“Ese
abrazo que ahora tanto echamos de menos puede parecer el gesto más
libre y espontáneo del mundo y, aun siéndolo, estar sujeto a pautas
establecidas: duración, intensidad, fuerza, postura, palmaditas o
no…”, explica el sociólogo zaragozano Juan Manuel Iranzo
Amatriaín, doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la
Universidad Complutense de Madrid. “El abrazo es un ritual
social que, pese a su sencillez, permite expresar multitud de
sentimientos; hay miles de abrazos distintos. Pasa igual con los
saludos –continúa–, el modo como andamos por la calle, las
conversaciones de circunstancias... La vida social a pequeña escala
es un rosario de rituales de interacción que se combinan en redes y
estructuras, configurando cada sociedad”.
"Hemos
compartido un ritual nuevo y muy efectivo: el aplauso diario a los
sanitarios, que nos ha dado fuerza para resistir"
Para
refrendar su tesis, el sociólogo argumenta que “en los siglos
XVI se produjo la Reforma protestante y la Contrarreforma
católica. La mayoría de la gente tenía una idea muy vaga de
las diferencias teológicas entre iglesias, lo que no les impedía
perseguirse con ferocidad, y vivía su fe sobre todo a través de
ritos y ceremonias que crearon emotividades características
distintas. De ahí vienen la sobria severidad nórdica y la
barroca y efusiva sentimentalidad mediterránea". Por otro
lado, "existen en toda Europa algunos rituales donde los adultos
pueden reunirse, charlar y relajarse juntos: la sauna
finlandesa, la ‘Stammtisch’ (tertulia) alemana, la terraza
española, la cena en casa con amigos en Francia o Italia. Su
función es la misma, pero su ritual es distinto y nutre emociones y
normas de trato diferentes”. “Y ahora, en gran parte de Europa
–puntualiza–, hemos compartido un ritual nuevo y muy
efectivo: el aplauso diario a los sanitarios. Aún más que para
agradecerles su esfuerzo y su sacrificio ha servido para hacernos
visible unos a otros nuestro compromiso y nuestra unión, y nos ha
dado fuerzas para resistir”.
https://www.heraldo.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario