martes, 30 de junio de 2020

Marcados por la distancia para erradicar la pandemia (por Lucía Serrano)

Estamos en JUNIOmes de la hormiga como animal que nos enseña al aplicar el individualismo para autoprotegerse en este Blog. Comparto con vosotros este artículo que me ha resultado interesante.

El mal llamado ‘distanciamiento social’ –deberíamos llamarlo ‘físico’– impuesto para frenar esta pandemia, puede que cambien algunas maneras de relacionarnos. Pero nos acostumbraremos. 

Dos metros entre una persona y otra. Esa es la distancia que ya condiciona nuestras vidas y que, sin duda, modificará los hábitos en nuestras relaciones de proximidad –se podría decir que un tanto ‘despreocupada’–, si queremos mantener a raya la pandamemia del coronavirus y evitar nuevos rebrotes, que nos hagan retroceder el camino andado y nos ‘condenen’ a un nuevo al duro y temido confinamiento.

Tendremos que renunciar a esos besos, abrazos, palmaditas en la espalda y efusivos apretones de mano, tan arraigados en la cultura mediterránea y que tanto gusta propinarnos a los españoles, incluso entre desconocidos. Y, lo peor, es que no sabemos hasta cuándo. De momento, sin vacuna ni tratamientos específicos eficaces, es muy posible que las medidas de distanciamiento físico se prolonguen de manera intermitente hasta 2022, según avanza un reciente estudio publicado en la prestigiosa revista ‘Science’, realizado por investigadores de la Escuela de Salud Pública de Harvard. Así que, y como ya apuntó el coordinador del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, no estaría de más ir acostumbrándose y "aprender a relacionarse a la japonesa". Todo el mundo sabe que si hay algo a lo que no están acostumbrados los japoneses es al contacto físico a la hora de saludarse y relacionarse socialmente: el ‘aisatsu’, la tradicional reverencia nipona, se realiza a algo más de un metro de distancia y los niños la aprenden a los 3 años. En una órbita similar giran los países anglosajones, centroeuropeos y nórdicos, adalides de la que bien podríamos denominar cultura del ‘mírame y no me toques’.

"Parece difícil que hábitos tan arraigados y simbólicos desaparezcan, pero también es verdad que, como todo en la vida, las costumbres vienen y se van"

Y también sabemos que estas medidas de distanciamiento tienen un mayor impacto en la vida cotidiana y son más difíciles de cumplir en países con vínculos sociales mucho más estrechos, como en el caso de España e Italia. Incluso, puede que desaparezcan algunas manifestaciones de género, tan innecesarias y caducas, pero tan intrincadas en nuestra sociabilidad a hora de saludar, que ‘obligan’ a besar a las mujeres y a dar la mano a los hombres. Aunque, “en principio, parece difícil que hábitos tan arraigados y con tanta carga simbólica desaparezcan, pero también es verdad que, como todo en la vida, las costumbres vienen y se van”, aclara el catedrático de Sociología de la Universidad de Zaragoza José Ángel Bergua. “Los ceremoniales de cortejo podrían cambiar –pero no sería la primera vez que esto ocurre– incluso introduciendo mucha asepsia entre los participantes, que puede dar lugar a todo un espacio de innovación cultural”. “Muchos deportes, por ejemplo, son resultado de la represión y sublimación de la agresividad y el combate –continúa Bergua–. El baile hace lo mismo con la sexualidad. En los dos casos, esas innovaciones culturales son ambiguas, pues insinúan lo que pretenden esconder. En esa ambigüedad reside su atractivo. Con las prendas encargadas de ocultar las zonas erógenas ocurre lo mismo.

Aunque es imposible saberlo, de las actuales normas encargadas de reprimir el contacto y la resistencia de este a desaparecer podrían surgir innovaciones y divertimentos parecidos. El mundo tiene siempre este carácter híbrido y ambivalente respecto al cual resulta muy difícil decidir dónde empiezan y terminan la imposición y la resistencia, pues todo es, en cierto modo, las dos cosas a la vez”.

Pero, sin duda, costará aceptar esas normas disuasorias del contacto físico. Nos costará aprender a vivir pendientes de esos dos metros de distancia en las terrazas de los bares, en el restaurante, en el trabajo, en las playas, en el autobús, en el cine...; a soportar las interminables y tediosas filas en el supermercado, en la farmacia, en los comercios…, con todo el estrés y la ansiedad que generan; costará aprender a no hacinarnos en conciertos, discotecas, parques... Pero nos acostumbraremos y el coste en nuestras relaciones sociales será asumible.

La necesidad de sentirnos cuidados

"Es legitimo preguntarse por los efectos de estas medidas de distanciamiento, que conllevan aspiraciones de salud y que generen preocupación", apunta Maribel Casas-Cortés, antropóloga del Departamento de Sociología de la Universidad de Zaragoza e Investigadora Ramón y Cajal. “La evidencia médica y el consenso científico respaldan que pueden evitar la vuelta al panorama anterior de confinamiento. Y esta es una razón de peso que, en términos antropológicos, se caracteriza por tener conciencia de las necesidades ante el peligro, la emergencia y la capacidad de adaptación”. Y, por eso, “vamos a supeditar esa cultura de la cercanía, que tanto identifica a los españoles, a esta razón de peso, para no volver a ponernos en peligro”. 

"No nos saludaremos con dos besos, pero vamos a seguir siendo igual de expresivos, aunque adaptándonos a los nuevos protocolos"

"En estos momentos, las personas se preguntan: ¿estas medidas me cuidan individual y colectivamente o no me cuidan? Y el siguiente paso es buscar esas normas que nos protegen y que nos cuidan, sobre todo a los niños, y que van a hacer que se nos respete, porque ya somos muy conscientes del peligro. La gente quiere sentirse cuidada”, añade Casas-Cortés, que incide en que esta sensación no repercutirá en la socialización de las personas, al tratarse de restricciones temporales. “Tendemos a decir que el coronavirus nos ha mostrado una realidad sin precedentes, pero –y no hace falta remontarse cien años atrás–, hace bien poco, se han producido epidemias como el SARS o el ébola, en Asia y en África, donde se tomaron medidas de distanciamiento similares, y esto no significa que haya generaciones de jóvenes que no sepan socializar”. Al contrario, afirma que siguen teniendo “la misma rebeldía” inherente a su edad. “La gente está muy preocupada por cómo afectará la covid-19 a las relaciones entre los más jóvenes –comenta–, pero ha habido otras sociedades industrializadas que ya han pasado por esto y no ha transformado sus culturas”.

La antropóloga argumenta que los seres humanos, y sobre todos los niños pequeños, somos la especie más adaptable y que desarrollaremos nuevas fórmulas. “No nos saludaremos con dos besos, pero vamos a seguir siendo igual de expresivos, aunque adaptándonos a los nuevos protocolos”. Considera que la sociedad española es muy flexible y que será muy interesante ver qué estrategias se van desarrollando, según las franjas de edad. “Buscaremos otras maneras, por Whatsapp o cara a cara, pero la socialización seguirá adelante”, apunta, aunque tendremos que convivir con estas medidas de carácter temporal con la finalidad de frenar esta epidemia.

"Yo lo veo desde una perspectiva más global y va a ser mucho peor superar la experiencia de la pérdida de tantísimas vidas, puestos de trabajo…, cuestiones de mayor calado que esos dos metros de distancia”, asiente. “Desde el punto de vista antropológico, ahora existe la necesidad de exigir mayor responsabilidad; de sentirse en un país con las infraestructuras sanitarias necesarias, por si esto vuelve a ocurrir –concluye–. Una gran parte de la población está siguiendo las normas a rajatabla y confía en estas medidas preventivas”.

Hacer solo lo que nos mandan

Y, sin embargo, a Adriana Marqueta, doctora en Psicología por la Universidad de Zaragoza, le preocupa que, cuando se piensa en acatar las normas, “no nos estemos planteando nada más que hacer aquello que nos mandan”. “Hay personas –continúa–, cuya fortaleza está en función de lo que le dictan los demás, y estas no van a tener ningún problema en mantener esa distancia física tan necesaria para atajar la pandemia. Pero ahora, deberíamos plantearnos nuestra propia responsabilidad para actuar. Es decir: voy a acatar las normas, sí, y no solo porque me lo mandan, sino porque también voy a fortalecer mi salud emocional, mental y física. Y eso, va a ser bueno para mí y para los demás". "Ahora, es muy importante que cada uno encuentre su fuente de seguridad en sí mismo”.

"Todavía recuerdo cuando pensábamos que en España sería imposible dejar de fumar en los bares"

Marqueta recalca que estos cambios que estamos viviendo –mantener la distancia, usar mascarillas y guantes, lavarnos las manos con gel hidroalcohólico– “son muy visuales, llaman mucho la atención, al fin y al cabo, estamos haciendo algo que nunca habíamos hecho antes”, aunque, en lo de hacer fila, ya tenemos alguna experiencia. Y afirma contundente que, “si tenemos la certeza de que estas medidas nos protegen, las cumpliremos. Nos adaptaremos y cambiaremos algunas costumbres”. “Todavía recuerdo –explica– cuando pensábamos que en España sería imposible dejar de fumar en los bares. Y, ahora, ¡no se le ocurriría a nadie! Ante lo nuevo, el ser humano siempre muestra reticencia, siente miedo, pero al final, se adapta”. “Y ya hemos demostrado que tenemos capacidad para enfrentarnos a situaciones dramáticas, adversas –no olvidemos que generaciones muy cercanas vivieron una guerra civil– y salir reforzados”.

La psicóloga matiza que el confinamiento ha hecho que mucha gente se sintiera sola y que tenemos que recuperar el lenguaje emocional, de los afectos. “En estos momentos, no nos podemos tocar, pero sí estar cerca de las personas que queremos” y, si es necesario, “aprenderemos a mostrar los afectos de otra manera”. “¡Ojalá podamos seguir abrazándonos! –exclama–, el ser humano necesita el contacto físico para vivir, pero mantengamos los abrazos de verdad, no los de cortesía. ¿Igual cambiamos eso de dar dos besos a personas que acabamos de conocer?”.

"Cuando no podemos elegir, automáticamente se activa el mecanismo de la adaptación"

La percepción del riesgo, vital

Para su colega María González de la Iglesia, doctora en Psicología por la Facultad de Medicina de Zaragoza y vocal de la Junta Directiva de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía, es vital que seamos capaces de “mantener la percepción del riesgo”. Las personas que han padecido los efectos de la pandemia, que han sufrido la pérdida de algún familiar, son más conscientes del peligro y están reaccionando mejor a las medidas de distanciamiento que los que piensan que “eso del coronavirus, no va con ellos, que solo afecta a los otros”. Por eso, “tengo muchas dudas –afirma–, y nos va a costar adaptarnos. Durante el proceso de desescalada, mucha gente se ha lanzado a la calle como ‘pollo sin cabeza’ y eso es un gran peligro”. Pero González confía en que seremos capaces de frenar los contagios, porque “ese mismo individualismo, que nos hace pensar en nosotros mismos –no me siento en una terraza por miedo a contagiarme–, lleva implícito pensar en los demás”. “Es momento de acatar las normas –resume– y, cuando no podemos elegir, automáticamente se activa el mecanismo de la adaptación. Todo el proceso del ser humano se resume en dos palabras: adaptación y supervivencia. Nos adaptamos o morimos”.

Y, si en algo coinciden todos, es en que también deberíamos acostumbrarnos a cambiar los términos, porque el distanciamiento nunca debería ser social, sino físico, pues de lo que se trata, ni más ni menos, es de ampliar el espacio entre personas para reducir el contagio.

Ese abrazo que ahora echamos tanto de menos

Ese abrazo que ahora tanto echamos de menos puede parecer el gesto más libre y espontáneo del mundo y, aun siéndolo, estar sujeto a pautas establecidas: duración, intensidad, fuerza, postura, palmaditas o no…”, explica el sociólogo zaragozano Juan Manuel Iranzo Amatriaín, doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. “El abrazo es un ritual social que, pese a su sencillez, permite expresar multitud de sentimientos; hay miles de abrazos distintos. Pasa igual con los saludos –continúa–, el modo como andamos por la calle, las conversaciones de circunstancias... La vida social a pequeña escala es un rosario de rituales de interacción que se combinan en redes y estructuras, configurando cada sociedad”.

"Hemos compartido un ritual nuevo y muy efectivo: el aplauso diario a los sanitarios, que nos ha dado fuerza para resistir"

Para refrendar su tesis, el sociólogo argumenta que “en los siglos XVI se produjo la Reforma protestante y la Contrarreforma católica. La mayoría de la gente tenía una idea muy vaga de las diferencias teológicas entre iglesias, lo que no les impedía perseguirse con ferocidad, y vivía su fe sobre todo a través de ritos y ceremonias que crearon emotividades características distintas. De ahí vienen la sobria severidad nórdica y la barroca y efusiva sentimentalidad mediterránea". Por otro lado, "existen en toda Europa algunos rituales donde los adultos pueden reunirse, charlar y relajarse juntos: la sauna finlandesa, la ‘Stammtisch’ (tertulia) alemana, la terraza española, la cena en casa con amigos en Francia o Italia. Su función es la misma, pero su ritual es distinto y nutre emociones y normas de trato diferentes”. “Y ahora, en gran parte de Europa –puntualiza–, hemos compartido un ritual nuevo y muy efectivo: el aplauso diario a los sanitarios. Aún más que para agradecerles su esfuerzo y su sacrificio ha servido para hacernos visible unos a otros nuestro compromiso y nuestra unión, y nos ha dado fuerzas para resistir”.

Lucía Serrano 
31 de Mayo de 2020 02:00
https://www.heraldo.es/

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