martes, 2 de julio de 2019

JULIO: Juana de Arco, la campesina cuya fuerza interior sigue visible 600 años después


Durante los primeros seis meses de este año hemos estado tratando algunos de los principales temas de este blog en relación a personalidades famosas de nuestros tiempos. A partir de este mes de julio y durante el segundo semestre de 2019, haré lo propio con personajes que ya no tenemos físicamente entre nosotros, pero que por algunas razones siguen estando presentes en la actualidad y, por su marca personal, son embajadores de aspectos concretos que iremos tratando en cada temática mensual.

Este mes lo dedicaremos a la fuerza interior, la cual todos poseemos, pero no todos hemos logrado descubrir. Antes de entrar a fondo en la temática, presentar al personaje que demostró haberla descubierto y con ella haber tenido la capacidad de resistir a momentos y situaciones verdaderamente difíciles. Ella es la famosa Juana de Arco.


Jeanne d’Arc, conocida también como la Doncella de Orleans, nació en el norte de Francia en 1412. Fue una joven campesina que con 17 años guió al Ejército francés en la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra. Si bien no logró acabar con el conflicto entre franceses e ingleses, Juana de Arco logró cambiar la mentalidad de los franceses, quienes se creían inferiores a los ingleses. Su fuerza interior y resistencia le permitieron afrontar las dificultades con optimismo, dejando sola a su familia a muy corta edad para poder cumplir su misión, liberar a los oprimidos y hacer justicia por el rey de su país, Carlos VII. Fue capaz de trasladar su creencia y potencia personal a los demás, consiguiendo liderar a más de 5 mil hombres para liberar Orleans de las fuerzas inglesas. Logró sobrellevar el ser capturada, vendida y juzgada por sus enemigos, siendo obligada a retractarse para no ser ejecutada de sus afirmaciones sobre la voz de Dios que siempre dijo había escuchado siendo pequeña y que le habían guiado su lucha. Pero Juana rehusó de esta obligación y ratificó lo que ella creía y lo que había vivido, aunque ello le costase la vida. Murió en 1431, a los 19 años, tras ser entregada a los ingleses y siendo condenada por la Inquisición como hereje y quemada viva.


La fuerza interior está en nosotros y es fácil identificar si la tenemos o no desarrollada. Nace del autoconocimiento, que a su vez permite desarrollar la autoestima, esa valoración y percepción que uno es capaz de hacer de sí mismo, y que debiera ser positiva, en la que se detectan los puntos fuertes y las áreas de mejora y se traduce en un afán por mejorar y en la satisfacción de uno mismo. La autoestima no es innata, se debe desarrollar a lo largo de la vida y está influenciada por el contexto. Tiene un componente cognitivo (lo que pienso), uno afectivo (lo que siento) y uno conductual (lo que hago). Cuanto más alienados estén estos componentes, más coherencia existirá y más satisfacción habrá con el propio yo. La fuerza interior está, por lo tanto, estrechamente ligada a la autoestima. Una persona tiene desarrollada su fuerza interior cuando es capaz de vivir consigo misma, de forma coherente y armoniosa, siendo capaz de afrontar cualquier situación que se salga de esa armonía sin perder el control de sus emociones.

Por todo ello, tener una gran fuerza interior requiere conocer y manejar las propias emociones, saber afrontar situaciones adversas, no anclarse en el pasado y tomarlo sólo como experiencia para mejorar, no esperar a que otros hagan lo que uno desearía y seguir siempre adelante.


Personalmente, considero que la clave para tener desarrollada la fuerza interior en un modo que podríamos definir como “aceptable”, radica en intentar mantener ese equilibrio entre lo que sentimos, decimos y hacemos. Las personas que sienten algo diferente a lo que hacen o dicen, o las que simplemente hacen algo distinto a lo que dicen o piensan, seguramente no tengan esa sensación interna de paz y bienestar que les pueda permitir “dormir tranquilas”. A veces motivados por “el qué dirán”, a veces por no ser “políticamente incorrectos”, actuamos de una manera que probablemente nos lleve a un estado de frustración y arrepentimiento posterior, en ocasiones lamentándonos de no poder volver atrás para subsanar el error cometido. Como decíamos más arriba, esta conducta ya del pasado debería ayudarnos sólo para aprender en los actos futuros, en ningún momento deberíamos anclarnos en ella y vivir en el arrepentimiento. Tanto la autoestima como la fuerza interior son capacidades que las personas poseemos y podemos ir moldeando a lo largo de nuestras vidas, en las que tanto la experiencia como la determinación van a ser claves en ese proceso de cambio constante.

Juana de Arco, en ningún momento y bajo ninguna de las adversidades que sufrió a lo largo de su corta vida tuvo dudas en desequilibrar su propia balanza. Lo que sentía y pensaba le llevaron a seguir actuando de la misma manera hasta el final de sus días. No sabremos si fue totalmente acertado en los tiempos que corrían, cuando la Inquisición era muy radical con sus condenas, pero lo que sí sabemos es que Juana tenía una autoestima y una fuerza interior altamente desarrolladas y que son claramente evidentes incluso siglos después de su muerte.


"No tengo miedo, nací para hacer esto"

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