Durante
los primeros seis meses de este año hemos estado tratando algunos de los
principales temas de este blog en relación a personalidades famosas de nuestros
tiempos. A partir de este mes de julio y durante el segundo semestre de 2019,
haré lo propio con personajes que ya no tenemos físicamente entre nosotros,
pero que por algunas razones siguen estando presentes en la actualidad y, por su
marca personal, son embajadores de aspectos concretos que iremos tratando en
cada temática mensual.
Este
mes lo dedicaremos a la fuerza interior, la cual todos poseemos, pero no todos
hemos logrado descubrir. Antes de entrar a fondo en la temática, presentar al
personaje que demostró haberla descubierto y con ella haber tenido la capacidad
de resistir a momentos y situaciones verdaderamente difíciles. Ella es la
famosa Juana de Arco.
Jeanne
d’Arc, conocida también como la Doncella de Orleans, nació en el norte de
Francia en 1412. Fue una joven campesina que con 17 años guió al Ejército
francés en la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra. Si bien no logró
acabar con el conflicto entre franceses e ingleses, Juana de Arco logró cambiar
la mentalidad de los franceses, quienes se creían inferiores a los ingleses. Su
fuerza interior y resistencia le permitieron afrontar las dificultades con
optimismo, dejando sola a su familia a muy corta edad para poder cumplir su
misión, liberar a los oprimidos y hacer justicia por el rey de su país, Carlos
VII. Fue capaz de trasladar su creencia y potencia personal a los demás,
consiguiendo liderar a más de 5 mil hombres para liberar Orleans de las fuerzas
inglesas. Logró sobrellevar el ser capturada, vendida y juzgada por sus
enemigos, siendo obligada a retractarse para no ser ejecutada de sus
afirmaciones sobre la voz de Dios que siempre dijo había escuchado siendo
pequeña y que le habían guiado su lucha. Pero Juana rehusó de esta obligación y
ratificó lo que ella creía y lo que había vivido, aunque ello le costase la
vida. Murió en 1431, a los 19 años, tras ser entregada a los ingleses y siendo
condenada por la Inquisición como hereje y quemada viva.
La
fuerza interior está en nosotros y es fácil identificar si la tenemos o no
desarrollada. Nace del autoconocimiento, que a su vez permite desarrollar la
autoestima, esa valoración y percepción que uno es capaz de hacer de sí mismo,
y que debiera ser positiva, en la que se detectan los puntos fuertes y las
áreas de mejora y se traduce en un afán por mejorar y en la satisfacción de uno
mismo. La autoestima no es innata, se debe desarrollar a lo largo de la vida y
está influenciada por el contexto. Tiene un componente cognitivo (lo que
pienso), uno afectivo (lo que siento) y uno conductual (lo que hago). Cuanto
más alienados estén estos componentes, más coherencia existirá y más
satisfacción habrá con el propio yo. La fuerza interior está, por lo tanto,
estrechamente ligada a la autoestima. Una persona tiene desarrollada su fuerza
interior cuando es capaz de vivir consigo misma, de forma coherente y
armoniosa, siendo capaz de afrontar cualquier situación que se salga de esa
armonía sin perder el control de sus emociones.
Por
todo ello, tener una gran fuerza interior requiere conocer y manejar las
propias emociones, saber afrontar situaciones adversas, no anclarse en el
pasado y tomarlo sólo como experiencia para mejorar, no esperar a que otros
hagan lo que uno desearía y seguir siempre adelante.
Personalmente,
considero que la clave para tener desarrollada la fuerza interior en un modo
que podríamos definir como “aceptable”, radica en intentar mantener ese equilibrio
entre lo que sentimos, decimos y hacemos. Las personas que sienten algo
diferente a lo que hacen o dicen, o las que simplemente hacen algo distinto a
lo que dicen o piensan, seguramente no tengan esa sensación interna de paz y
bienestar que les pueda permitir “dormir tranquilas”. A veces motivados por “el
qué dirán”, a veces por no ser “políticamente incorrectos”, actuamos de una
manera que probablemente nos lleve a un estado de frustración y arrepentimiento
posterior, en ocasiones lamentándonos de no poder volver atrás para subsanar el
error cometido. Como decíamos más arriba, esta conducta ya del pasado debería
ayudarnos sólo para aprender en los actos futuros, en ningún momento deberíamos
anclarnos en ella y vivir en el arrepentimiento. Tanto la autoestima como la
fuerza interior son capacidades que las personas poseemos y podemos ir
moldeando a lo largo de nuestras vidas, en las que tanto la experiencia como la
determinación van a ser claves en ese proceso de cambio constante.
Juana
de Arco, en ningún momento y bajo ninguna de las adversidades que sufrió a lo
largo de su corta vida tuvo dudas en desequilibrar su propia balanza. Lo que
sentía y pensaba le llevaron a seguir actuando de la misma manera hasta el
final de sus días. No sabremos si fue totalmente acertado en los tiempos que
corrían, cuando la Inquisición era muy radical con sus condenas, pero lo que sí
sabemos es que Juana tenía una autoestima y una fuerza interior altamente
desarrolladas y que son claramente evidentes incluso siglos después de su
muerte.
"No tengo miedo, nací para hacer esto" |
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