Se suele decir que una
persona es coherente cuando lo
que siente, dice y hace coincide. Y en efecto estos son los tres aspectos
que tienen que estar en consonancia si queremos hablar de coherencia.
Por muy buenos que sean
tus valores, por muy buen
orador que seas o por muy correcto que parezcas al ejecutar una acción, si los
tres puntos no están alineados nunca podrás trazar una línea recta que te
brinde coherencia.
Todos conocemos personas
públicas y no públicas cuyos argumentos, sus mítines y su oratoria son
perfectos y a priori creíbles, pero que a la hora de la verdad actúan de una
manera totalmente contraria a estos valores que en su día transmitían con tanta
seguridad. Estos personajes pueden llegar a tener éxito en el corto plazo, pero a
la larga sus marcas personales salen escaldadas y con ellas pierden cualquier
credibilidad y respeto, generando odio y rechazo por parte de quienes en su día
les apoyaron.
Es por ello que aunque en
el tiempo sea más lento y costoso uno siempre debe optar por trabajar la coherencia desde sus
propios valores, dichos y hechos. Sólo así se asegurará la credibilidad y
la firmeza en la huella que deje en los demás tanto a nivel personal como
profesional.
Para conseguir un trazo
perfecto de tu línea recta personal tienes que comenzar por conocerte primero
desde tu interior: cuáles son tus valores, qué sientes cuando haces las
cosas de una manera y cuando las haces de otra, cómo te comunicas contigo mismo… porque este es realmente el trabajo más lento y el más difícil. A partir
de ahí, la visibilidad de cara a los demás dependerá de tu capacidad para
plasmar esos valores y esa labor de autoconocimiento en palabras y hechos y
esto ya es cuestión de tener bien definidos el dónde estás y el adónde quieres llegar.
Más potente va a ser la
marca personal de una persona con valores perversos y que actúe y defienda sus
actos acorde a esos valores que la de una persona con valores perversos que
transmita todo lo contrario y, finalmente, acabe por actuar conforme a esa
perversión que tiene interiorizada. Si los valores y las acciones no coinciden
con lo que uno comunica es muy probable que la estrategia de esa persona acabe
por autodestruirse en cuestión de tiempo.
Cualquier curso o programa de comunicación que no empiece por la enseñanza de ciertas capacidades y habilidades para trabajar la autocrítica y el autoconocimiento, no puede tener éxito a la hora de ponerlo en práctica en una empresa o fuera de la misma. La fachada comunicativa no puede ser sólida, consistente y duradera en el tiempo si en el interior las vigas se están tambaleando a su antojo. Es mucho más sencillo transmitir estrategias comunicativas que transmitir trabajo personal hacia el interior de uno mismo, porque para conocerse uno a sí mismo se requiere constancia, tiempo, compromiso y mucha valentía, ya que a nadie le gusta ser consciente de que tiene debilidades que requieren una atención especial.
Mi consejo: "Para conocer bien a una persona, grupo u organización no escuches lo que dice, escucha lo que hace"; recuerda que las palabritas se las lleva el viento.
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