Hoy, 31 de octubre, noche de Halloween,
es una buena ocasión para hablar de esos otros “fantasmas” del pasado que a
veces vuelven, no para asustarnos, sino para mostrarnos cuánto hemos cambiado.
Esta semana he vuelto a encontrarme con una persona que, en su momento, fue una gran fuente de dolor. Alguien a quien deseé no volver a ver, que representaba para mí una serie de heridas que parecían imposibles de superar. Durante los primeros años, algunos mensajes esporádicos y conversaciones breves y casi banales reabrían en mí emociones profundas: un cúmulo de rabia, rencor, tal vez incluso odio, que creía imposible de disipar. Aunque ya hace mucho tiempo que sabía que todo esto ya estaba sanado, no ha sido hasta este reencuentro presencial cuando esto se ha confirmado.
En este reencuentro, más de una década después, algo ha sido diferente. Un sentimiento casi superficial, casi como si esa persona fuera alguien con quien no hace tanto que me vi, como aquel compañero de un trabajo anterior o un antiguo colega de universidad con quien mantuviera buena relación, la cual se enfrió y con quien después de mucho tiempo me volvía a reencontrar. Este encuentro lo definiría como cordial y sincero, pero sin mover ni remover mi mundo como lo hacía antes.
Al reflexionar sobre esto, he entendido algo importante que me gustaría compartir, porque todos, en algún momento, enfrentamos nuestros “fantasmas” del pasado. Ya sea una expareja, un amigo que nos traicionó, un familiar con quien tuvimos roces dolorosos. Son relaciones que, en su momento, nos marcaron profundamente y que al final nos exigen enfrentarnos a lo que nos duele, para no cargar toda la vida con ese peso. He aprendido, con esta experiencia, que el verdadero "soltar" no implica perdonar a esa persona en términos absolutos, sino liberar nuestra energía de un pasado que ya no nos define.
La psicología ha investigado mucho sobre
cómo y por qué nuestras emociones hacia personas que nos hicieron daño cambian
con el tiempo. Lo que he descubierto es que, con la distancia y el tiempo,
nuestras percepciones de ese “fantasma” se transforman. No es que la persona
cambie, sino que somos nosotros quienes maduramos emocionalmente.
Para mí, este cambio en mis emociones fue algo gradual. Al recordar cómo me sentía hace años, noto que ahora el dolor se ha desvanecido. Esto, en la neurociencia, se explica a través de la desactivación que el cerebro hace de ciertas respuestas emocionales intensas cuando deja de percibir una amenaza. En otras palabras, cuando nos damos cuenta de que esa persona ya no tiene el poder de herirnos, el dolor simplemente pierde su fuerza.
Si ahora sientes que estás en ese proceso, confía en que lo que hoy duele intensamente se irá disipando. Quizás el perdón total no sea necesario para que puedas seguir adelante; a veces basta con que la intensidad de ese dolor disminuya hasta convertirse en un simple recuerdo que no perturba.
Durante mucho tiempo, e incluso ahora, he sido incapaz de pensar en lograr un perdón total y real, excusando cada error de esa persona para finalmente liberarme de la rabia. Pero, de nuevo entrando en mi rama, la psicología, he logrado experimentar en mi propia persona lo que se denomina el “perdón adaptativo”. Un tipo de perdón que no necesita una reconciliación profunda ni requiere que justifiquemos y perdonemos todo lo que nos hicieron; en lugar de eso, implica aceptar lo ocurrido sin permitir que el pasado siga definiendo nuestro presente. Esto es “soltar”, lo cual no significa olvidar lo que pasó ni justificar el daño; significa simplemente aprender a no aferrarnos a las heridas.
Este encuentro, además, me ha permitido
evidenciar algo que es lógico y coherente y no es más que he cambiado, y
también, muy probablemente, esa persona lo haya hecho. Nuestras vidas ahora son
diferentes. Si esa persona está leyendo esto, quizás también haya experimentado
algo similar. Tal vez haya percibido esa especie de perdón que, sin demasiadas
palabras, le he brindado, lo cual le ha abierto la mente hacia una reflexión
más sensata, aceptando errores de los que antes era incapaz de
responsabilizarse. Esta evolución, este desbloqueo que ahora siento en la
situación, dejando de lado orgullos y rencores, me permite imaginar un futuro
distinto. Puede que pase otra década antes de volver a cruzarnos o quizás nunca
haya otro encuentro, pero, al menos, aquel sinuoso camino de dolor y
resentimiento se ha convertido en lo que todavía nos pueda unir, aunque solo
sea el pasado, en una senda más ligera y confortable para ambos.
Si estás pasando por una situación similar, si te encuentras con un “fantasma” del pasado que te removió el alma en su momento, recuerda que lo importante no es buscar un perdón perfecto ni reconciliarte del todo. Lo esencial es que reconozcas tu propio cambio y observes cómo ese dolor se va transformando en algo cada vez más ligero. Quizás llegue un día en el que, como yo, puedas estar frente a esa persona y sentir que las aguas ya han vuelto a su cauce, sabiendo que, en caso de que pueda seguir existiendo contacto, este ya sería mucho más sincero, sin necesidad de medir cada palabra o cada acto, e incluso sin llegar a perturbaciones al tratar temas que en el pasado fueron muy delicados.