Magosto,
Castanyada, Halloween, Todos los Santos, el Día de los Muertos, varios nombres
para una celebración similar que coincide con el inicio del mes de Noviembre. Antes
de nada dejar claro que no quiero dar a entender que voy a escribir sobre estas
festividades. El objetivo de este nuevo post es
hablar sobre los valores, concretamente el de la humildad.
Esta
introducción un tanto surrealista en la que empiezo nombrando celebraciones y
acabo diciendo que voy a reflexionar sobre la humildad, la explico en las
siguientes líneas.
Leyendo
hoy sobre las Catrinas (imagen creada por artistas mexicanos como símbolo de la
miseria y los errores políticos con afán de burla hacia la situación del país y
de las clases privilegiadas de la época y que hoy se ha convertido en una
imagen que se extiende a muchos países y se utiliza como disfraz durante estos días) he dado con esta frase que dijo hace poco más de un siglo su
creador:
“La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”
(José Guadalupe Posada, grabador, ilustrador y caricaturista mexicano 1852-1913)
O lo
que vendría siendo más burdo “al final todos acabamos en una caja de pino”… y ahora
sí, ¿qué pretendo decir con esto?, ¿qué relación tienen estas frases con la
humildad?
Diariamente
estamos rodeados de gente que ni por asomo pone en práctica este valor tan
importante. Personas déspotas, engreídas y con un afán de protagonismo y
superioridad que interrumpen cualquier avance que se plantee en una sociedad en
cuanto a valores se refiere.
La
humildad, o la ausencia de la misma, no entiende de clases sociales, edades,
sexo ni religiones. Puede “afectar” a cualquier persona, aunque si es cierto
que suele predominar entre quienes tienen un motivo más objetivo por el que sentirse
superiores frente a otros (posición jerárquica en la empresa, alto poder
adquisitivo, etc.). El cuadro clínico de estas personas comparte una serie de
rasgos y carencias que permiten diagnosticar fácilmente la patología: no saben escuchar, no suelen ser receptivos, son personas distantes, muestran una clara
despreocupación por los demás, suelen no ser sinceros y sobre todo carecen de
empatía. Estas personas, que además creen saberlo todo, generan tanta soberbia
que engulle la poca humildad que pudiera existir y les hace ser engreídos,
resentidos y, en definitiva, poco felices en su día a día.
Ser
humilde no significa ser débil, simplemente se trata de ver las propias
limitaciones y saber reconocerlas para aprender. Siendo conscientes de estas
limitaciones las personas se abren al diálogo, al aprendizaje y a la mejora
continua, dejando descubrir a los demás las virtudes que se poseen sin
necesidad de ir explicándolas y exponiéndolas allí por donde pasan.
El
valor de la humildad no requiere de objetos materiales, ni dinero, ni fama, ni
estatus… requiere de algo mucho más intangible que se demuestra en los pequeños
detalles con y para las demás personas en las situaciones más cotidianas que
podamos imaginar. Las personas humildes ganan en confianza, en estima y en
liderazgo y demuestran ser aquellos que acaban convirtiéndose en los verdaderos
amigos.
Llegados
a este punto, y retomando la frase de José Guadalupe, lanzo mi reflexión que
puedes o no compartir:
“Todos estamos de paso en esta vida y lo más
importante es ser conscientes de que quien hoy está aquí puede estar allí mañana. Un momento puede cambiar nuestras vidas por completo; ¿por qué no
hacerla más fácil para quienes tenemos al lado, haciéndonosla a su vez más
fácil también a nosotros mismos?”
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