jueves, 29 de octubre de 2015

Por más vueltas que le demos, "al final todos acabamos en una caja de pino"

Magosto, Castanyada, Halloween, Todos los Santos, el Día de los Muertos, varios nombres para una celebración similar que coincide con el inicio del mes de Noviembre. Antes de nada dejar claro que no quiero dar a entender que voy a escribir sobre estas festividades. El objetivo de este nuevo post es hablar sobre los valores, concretamente el de la humildad.

Esta introducción un tanto surrealista en la que empiezo nombrando celebraciones y acabo diciendo que voy a reflexionar sobre la humildad, la explico en las siguientes líneas.

Leyendo hoy sobre las Catrinas (imagen creada por artistas mexicanos como símbolo de la miseria y los errores políticos con afán de burla hacia la situación del país y de las clases privilegiadas de la época y que hoy se ha convertido en una imagen que se extiende a muchos países y se utiliza como disfraz durante estos días) he dado con esta frase que dijo hace poco más de un siglo su creador:

La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera
(José Guadalupe Posada, grabador, ilustrador y caricaturista mexicano 1852-1913)


O lo que vendría siendo más burdo “al final todos acabamos en una caja de pino”… y ahora sí, ¿qué pretendo decir con esto?, ¿qué relación tienen estas frases con la humildad?

Diariamente estamos rodeados de gente que ni por asomo pone en práctica este valor tan importante. Personas déspotas, engreídas y con un afán de protagonismo y superioridad que interrumpen cualquier avance que se plantee en una sociedad en cuanto a valores se refiere.

La humildad, o la ausencia de la misma, no entiende de clases sociales, edades, sexo ni religiones. Puede “afectar” a cualquier persona, aunque si es cierto que suele predominar entre quienes tienen un motivo más objetivo por el que sentirse superiores frente a otros (posición jerárquica en la empresa, alto poder adquisitivo, etc.). El cuadro clínico de estas personas comparte una serie de rasgos y carencias que permiten diagnosticar fácilmente la patología: no saben escuchar, no suelen ser receptivos, son personas distantes, muestran una clara despreocupación por los demás, suelen no ser sinceros y sobre todo carecen de empatía. Estas personas, que además creen saberlo todo, generan tanta soberbia que engulle la poca humildad que pudiera existir y les hace ser engreídos, resentidos y, en definitiva, poco felices en su día a día.

Ser humilde no significa ser débil, simplemente se trata de ver las propias limitaciones y saber reconocerlas para aprender. Siendo conscientes de estas limitaciones las personas se abren al diálogo, al aprendizaje y a la mejora continua, dejando descubrir a los demás las virtudes que se poseen sin necesidad de ir explicándolas y exponiéndolas allí por donde pasan.

El valor de la humildad no requiere de objetos materiales, ni dinero, ni fama, ni estatus… requiere de algo mucho más intangible que se demuestra en los pequeños detalles con y para las demás personas en las situaciones más cotidianas que podamos imaginar. Las personas humildes ganan en confianza, en estima y en liderazgo y demuestran ser aquellos que acaban convirtiéndose en los verdaderos amigos.

Llegados a este punto, y retomando la frase de José Guadalupe, lanzo mi reflexión que puedes o no compartir: 

“Todos estamos de paso en esta vida y lo más importante es ser conscientes de que quien hoy está aquí puede estar allí mañana. Un momento puede cambiar nuestras vidas por completo; ¿por qué no hacerla más fácil para quienes tenemos al lado, haciéndonosla a su vez más fácil también a nosotros mismos?”

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