Cuando hablamos de marca personal lo hacemos refiriéndonos a la impresión que causamos en los demás y a
la huella que dejamos en sus memorias cuando nos recuerdan.
Por supuesto, una marca
personal no debe entenderse siempre en términos positivos. El hecho de que
alguien tenga una potente marca personal no significa que sea una persona
admirada, una persona carismática o alguien que desborda bondad y buena praxis.
Ejemplos de personalidades como Adolf Hitler, Benito Mussolini y Osama Bin
Laden encabezan los rankings de personalidades que han pasado a la historia por
tener una marca personal potente, pero negativa, al menos para la gran mayoría
de la humanidad.
Nosotros los anónimos, que
también tenemos nuestra marca personal, nos distribuimos sin duda en toda esa
retahíla de adjetivos que van desde el más perverso hasta el más bondadoso en
cuanto al branding se refiere. Nuestros valores, creencias, estilos de
comunicación, comportamientos, así como nuestros rasgos de personalidad
influyen en la confianza y agrado que trasmitimos a los demás y en la marca que
nos caracteriza.
Mientras que posicionar una
marca personal es un proceso difícil (requiere medición, establecer objetivos a
alcanzar, identificar puntos distintivos y potenciarlos), el llegar a destruirla
es algo relativamente fácil y rápido teniendo en cuenta la fragilidad existente
en las escalas de valores, apreciaciones, percepciones y opiniones de las
personas, quienes constantemente opinamos sobre las marcas personales de los demás (qué nos inspiran, qué nos generan, qué sentimos al tenerles presentes…).
Cualquier error relevante que no vaya en consonancia con lo que
representamos como marca puede hundir a ésta en cuestión de segundos y tirar
por la borda todo el trabajo y esfuerzo que hayamos invertido en su proceso de construcción.
Las emociones y los
sentimientos negativos generados en alguien como consecuencia de la conducta de otro, la cual resultase discordante con la percepción que sobre él o ella tenía, suelen dejar tal calado en la memoria
que se convierten en imborrables. Aunque a partir de ese momento esa otra persona ponga todo su empeño por solventar el error cometido, el desengaño o
sufrimiento generado habrá dejado un sentimiento
difícil de olvidar y fácilmente evocable ante cualquier nuevo error, por insignificante
que sea.
En definitiva, si
conseguimos dejar la huella que deseamos en los demás habremos dado un gran
paso en nuestro proceso de construcción de marca, pero no debemos relajarnos ni olvidar que a
partir de ese momento hay que seguir cuidándola, trabajándola y perfilándola
según se requiera, incluso después de haber alcanzado el objetivo por el que se
puso empeño en potenciarla. Es indiscutible que un error que sea incoherente
con la marca que tratamos de transmitir la va a distorsionar consiguiendo que
en vez de dejar huella provoque heridas que darán lugar a cicatrices, que por
definición, son prácticamente imposibles de borrar.
La base ser auténticos, de que te vale crearte una máscara de perfección si todos sabemos que tenemos luces y sombras. Pienso que es mejor ser tu mismo desde el inicio para no decepcionar ni que te decepciones luego a los meses de ser contratad@. Saludos buen post.
ResponderEliminarEso es primordial José Luis, no se puede ser actor/actriz toda la vida; al final siempre hay un momento en que se te cae la máscara. Gracias por tu tiempo y por dejar este comentario.
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