A veces me da la sensación
de que vivimos en una burbuja que lejos de ser transparente es totalmente
opaca. Una burbuja que no nos deja ver el camino por el que vamos (presente),
mucho menos el horizonte (futuro), aunque sí el camino ya recorrido (pasado)
porque este no hace falta verlo ya que forma parte de nuestra memoria. No tan
sólo en cuestión de tiempo, sino también en cuestión de espacio, la burbuja
opaca tampoco nos deja ver lo que tenemos a nuestro alrededor, apartándonos en
ocasiones de la auténtica realidad en la que vivimos.
Nos pasamos la vida pensando que ésta será eterna, que las desgracias sólo les pasa a los que tenemos al
lado, pero que mientras no me toque a mí no tengo por qué preocuparme
demasiado, nos lamentamos del pasado sin prestar atención al presente y mucho
menos al futuro. Nos arrepentimos de lo que hicimos o no hicimos, sin querer
darnos cuenta de que eso ya no se puede cambiar y sobre todo sin darnos cuenta de que es ahora cuando podemos hacer algo para que lo hecho o no hecho en el
pasado adquiera un nuevo camino en el presente.
Y así de complicado nos lo
hacemos todo y cuanta más creatividad tenga uno, más enrevesado puede llegar a
hacerse su día a día. Buscamos opinión en los demás, unas veces porque somos muy
influenciables y acabamos haciendo lo que los demás esperan que hagamos y otras
veces sólo por escucharles, aunque acabemos haciendo todo lo contrario. Nos
cuesta encontrar el punto medio de las cosas y es en ese punto medio donde
seguramente esté el éxito, donde seguramente estén las bases de la felicidad,
pero sinceramente ¿has sido capaz alguna vez en tu vida de tener todos los
puntos equilibrados?... yo no.
Tenemos la mala costumbre de
ir paseando por la calle, mirando al suelo y pensando en lo que nos han dicho,
en lo que nos ocurrió o en lo que tenemos que hacer cuando lleguemos a casa, a
la oficina o de aquí a dos semanas, pero difícilmente disfrutando del paseo,
del momento, alzando la mirada y observando los edificios, la arquitectura, el
paisaje, la gente, la primavera en los árboles…
Sólo cuando el presente se
convierte en pasado es cuando caemos en la cuenta de haber dejado de hacer
cosas que deberíamos haber hecho, y además parece que nos guste recrearnos en
ese pensamiento sobre el pasado, que nos hace perder el oremus, olvidando el presente y a quienes forman parte del mismo, convirtiéndose esto a su vez en un
nuevo error presente que no tardará en formar parte de nuevos lamentos.
Debemos ser capaces de tener
ese instante de reflexión diaria que nos ayude a respondernos a eso
de “¿qué voy a hacer hoy?”. ¿Qué tal si comenzamos por proponernos unos
objetivos diarios que conviertan nuestra rutina y nuestras malas costumbres en
nuevos hábitos más saludables?: procurar que la vuelta a casa después del día de
trabajo se convierta en un paseo más que en una carrera, detenernos a observar
lo que hay y ocurre a nuestro alrededor, desconectar con una lectura, escuchar
música o tomar un café con un amigo/a, ir al gimnasio no para estresarse más
sino para relajarse y descargar la adrenalina acumulada durante el día, etc.
Realmente todo tiene cabida
en este listín de propuestas, se trata de no permanecer en esa burbuja opaca,
sino de ir limpiando sus paredes para convertir la opacidad en transparencia y
poder ver nítidamente nuestro presente y vislumbrar nuestro futuro, sólo como
referencia y no como obsesión.
Somos animales de costumbres
y aunque nos cueste el cambio debemos, al menos para las malas costumbres, ser
capaces de actuar como motor de autocambio permanente y adaptarnos a los nuevos
tiempos y sobre todo para lograr sentirnos mejor con nosotros mismos.
Y como lo de hoy va sobre malas
costumbres os dejo aquí una canción de la cantante andaluza Pastora Soler (‘La
mala costumbre’) que más allá de su voz y de su estilo nos deja un mensaje de
esos lamentos que nos hacemos sobre el pasado por no haber prestado la suficiente atención
cuando éste fue presente.
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