Cuando se decide cambiar de trabajo se pasa por un proceso de adaptación durante el cual uno puede llegar a sentirse dudoso e insatisfecho por el cambio que ha decidido realizar. Esta insatisfacción puede ser experimentada tanto por el propio empleado, quien quizás haya dejado atrás un proyecto en el que llevaba bastante tiempo, pero del cual se había desilusionado y haya optado por una nueva empresa en la que las condiciones le son más favorables, o también puede ser una insatisfacción experimentada por parte del empresario, que puede llegar a considerar que se ha equivocado con la incorporación de este nuevo empleado ya que no está a la altura de las expectativas.
El tiempo máximo de adaptación del nuevo empleado a la empresa es de aproximadamente 6 meses, por lo cual es importante que tanto empresa como empleado se den un tiempo de habituación al nuevo contexto, así como para que se produzca el establecimiento de las relaciones con los nuevos compañeros. Si transcurrido ese tiempo siguen existiendo insatisfacciones por alguna de las dos partes, la empresa debería tomar medidas o bien el propio empleado, pues no es sano estar trabajando en un lugar o con unos compañeros con los que uno no se sienta satisfecho.
En la
mayoría de los casos, la adaptación se hace relativamente rápida. Aproximadamente,
en torno al primer mes los trabajadores logran entender la dinámica de la
empresa y se adaptan rápidamente al cambio, siempre y cuando durante el proceso
de acogida se den las circunstancias que permitan que el empleado comprenda y
aprenda sobre la nueva posición, mucho más allá de lo que le puedan haber
explicado durante el proceso de selección. Durante ese momento de entrevistas,
seguramente, le habrán contextualizado en general cómo funciona la empresa y
cuál es su puesto dentro del organigrama, pero la teoría debe verse reflejada
en la práctica y por eso es realmente importante ese primer mes en el que va a haber
un plan de acogida que le permita entender y aprender cómo funciona realmente su
posición dentro de la empresa, además de quiénes van a ser sus tutores en ese
proceso de inmersión.
La
empresa, por su parte, deberá cerciorarse de que el plan de acogida se está
llevando a cabo de la mejor manera posible para que los intereses propios se
logren alcanzar en el menor tiempo y para que el empleado sienta que “la moto
que le vendieron” realmente era la que él quería comprar. Es importante
remarcar aquí que no todos los planes de acogida deben ser copias exactas unos
de otros, sino que cada uno deberá estar adaptado a cada empleado para que el
resultado sea lo más satisfactorio posible para las dos partes.
Si a
pesar de haber realizado un buen plan de acogida, y haber puesto todas las
herramientas y soluciones en el tintero, el empleado no se está adaptando a la
empresa, o no se están consiguiendo los objetivos para los cuales fue
contratado, habrá que tomar la casi siempre difícil decisión de rescindir su
contrato.
Por su
parte, si el empleado se está dando cuenta de que en la empresa no le está
dando lo que él necesita para ser feliz y estar satisfecho, deberá buscar una
alternativa que se adapte a sus necesidades afuera, en el amplio mercado
laboral.
La
insatisfacción de los empleados está creciendo en los últimos años. Algunos
estudios, como el último que realizó IESE sobre Responsabilidad familiar
corporativa en la Comunidad de Madrid (2019), confirman que el 61% de los
empleados está insatisfecho con su trabajo. En concreto, 4 de cada 10 hombres y
6 de cada 10 mujeres dicen no sentirse satisfechos en su empresa,
mayoritariamente por motivos de conciliación, aunque existen otros factores de
insatisfacción relacionados con el ambiente laboral desfavorable, el entorno
contaminante, la falta de reconocimiento, el salario o con las políticas internas de la empresa. Lo que
está claro es que un empleado poco satisfecho es un empleado poco rentable para
la empresa y una persona infeliz que está soportando una carga emocional
negativa mucho más allá de sus 8 horas de jornada diaria.
Desde
el departamento de Recursos Humanos estamos acostumbrados a escuchar quejas de
algunos empleados (por suerte los menos) que dicen sentirse insatisfechos con
la empresa por alguna de estas causas. Personalmente, estoy convencido que la
insatisfacción prolongada tiene graves consecuencias para la salud física y
emocional de la persona y para quienes forman parte de sus círculos más
cercanos. Por esta razón, y soy el primero que me lo he aplicado a lo largo de
mi vida profesional, recomiendo siempre analizar cuál es el equilibrio o
desequilibrio existente en la balanza cuando ponemos las cosas buenas que nos
brinda el lugar de trabajo y las malas, que no nos hacen sentirnos felices.
Cuando esta balanza se posiciona de manera alarmante en la parte negativa, hay
que ser realistas y considerar que no vamos a lograr que las cosas en la
organización sean como nosotros queremos o como desearíamos que fueran, por lo
que la mejor decisión será siempre buscar la estabilidad personal, bien aceptando la
realidad o bien dándose la vuelta y saliendo por la puerta que algún día se
abrió para dejarnos entrar.
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