miércoles, 28 de abril de 2021

La gestión emocional del tiempo

Vivimos en un mundo acelerado en el cual siempre vamos con prisas, impaciencias y exigencias externas y propias. El “aquí y ahora” no sólo es un dicho que sirva para definir un momento bien aprovechado en el presente, por ejemplo cuando estamos viajando, sino que también nos sirve para definir la exigencia a la que como sociedad nos estamos acostumbrando. Voy a comprar algo y lo quiero “aquí y ahora”, no puedo esperar a que me lo pidan y venir a recogerlo otro día, así que voy a otro lugar o decido comprarlo por Amazon que será más rápido; estoy esperando la respuesta a un email y la necesito “aquí y ahora”, si no tendré que descolgar el teléfono para solicitar la contestación directamente… y así, nos estamos habituando a vivir, en una sociedad altamente consumista que, además, nos consume a nosotros mismos.

Estar a un lado o al otro de esta exigencia hace que cada día se nos presente como una nueva carrera de fondo, en la que la velocidad juega un papel muy importante, porque así nos lo piden nuestros clientes, nuestros proveedores, nuestra familia, amigos e incluso nosotros mismos. Pero además de la velocidad, debemos ser capaces de tener una alta resistencia para poder soportar como mínimo las 12 horas de actividad que nos esperan por delante. Y, por supuesto, tenemos que acertar lo máximo posible e intentar que todo salga bien, evitando cualquier error que nos haga perder tiempo y gastar más energía, mermando tanto la velocidad como la resistencia con la que hemos empezado la jornada. Como vemos, esto se convierte normalmente en un ciclo en el que al final quienes salimos perdiendo somos nosotros mismos. El estrés por no llegar a todos lados, la frustración por no cumplir las expectativas, la falta de reconocimiento y recompensa por las tareas bien hechas… provocan insomnio, alteraciones emocionales, problemas psicosociales… de los que a veces nos damos cuenta demasiado tarde.

Para añadir un último ingrediente a todo este cóctel atómico, además… ¡queremos ser felices! Y como os podéis imaginar, un cóctel en el que se mezclan carrera de fondo, estrés, frustración, cambio emocional y la búsqueda constante de la felicidad, es prácticamente una combinación y una misión imposible.

Cuando esto ya ha llegado a un punto fuera de nuestro alcance, todo puede volverse frustrante y entramos en ese momento en el que se nos aparecen dos vocecitas, una junto a un oído que nos dice “Stop” y otra junto al otro oído que nos dice “Continúa, no les falles”. Ésta, la que quiere quedar bien con todo el mundo, y la otra, la que piensa más en nosotros mismos por encima de los demás. Y, en este caso, ni una ni otra tiene más o menos razón, ni una ni otra busca hacernos mal, sino todo lo contrario, ambas tratan de ayudarnos a su manera. Lo ideal, en estos casos, será hacer caso de ambas y ser capaces de buscar el equilibrio entre sus mensajes, evitando el consumo excesivo de energía y consiguiendo llegar a una posible solución de todo este caos: saber determinar qué tareas son prioritarias por encima de cuáles son urgentes será la clave, porque de urgentes seguramente van a ser la mayoría.

Abro un paréntesis para hacer una analogía con uno de mis hobbies en el ámbito deportivo que es correr. El running ha llegado a mi vida más tarde que pronto, porque antes yo era más acuático, pero al fin de cuentas, con cualquier deporte podríamos hacer un símil como el siguiente. He tenido la oportunidad, o mejor dicho la osadía, de correr algunas maratones, 42 kilómetros 195 metros desde que pisas la línea de salida hasta que consigues alcanzar la meta. En una maratón se necesita velocidad, aunque no es lo más importante a no ser que luches por ser parte de la élite, mucha resistencia y preparación, pero sobre todo mucha cabeza. Básicamente, porque llega un momento en esa carrera, concretamente entre los kilómetros 30 y 35, que para todos aquellos que os dedicáis a correr sabéis que se le llama “el muro”, en el que uno mismo construye una especie de muro mental al que muchos corredores no son capaces de vencer y deciden abandonar en ese punto la competición. Existe un motivo fisiológico que explica la existencia de este muro y se basa en que el cuerpo ha consumido durante la carrera toda la reserva de glucógeno y es más o menos el momento en el que empieza a buscar energía en la reserva de grasa, una reserva mucho menos eficaz para soportar un esfuerzo físico continuo. Este cambio del organismo coincide con un momento en el que mentalmente estás agotado y ambas cosas hacen que te vengas abajo, pero cuanto más preparado estés mentalmente para ese momento, cuanto más te hayas concienciado de que ese momento va a llegar, más fuerza mental vas a poner en marcha para sobrepasar ese tramo crítico y afrontar el resto de kilómetros con un nuevo chute de energía, llegando a culminar la carrera seguramente con una sonrisa.

Podemos ver cómo en esta realidad en la que vivimos tan parecida a una maratón diaria, debemos intentar priorizar lo realmente importante y tratar que las tareas no se conviertan siempre en urgencias y fuegos que apagar. Debemos aprender a ser asertivos y decir “no” y debemos aprender a perdonarnos si no conseguimos alcanzar algún objetivo. Es importante conseguir canalizar nuestra autoexigencia y dominarla, sin que ella consiga dominarnos a nosotros mismos, y sólo de esta manera seremos capaces de llegar a esa meta a la que antes llamaba felicidad, que al fin de cuentas es lo que todos más deseamos.

Muchas veces hemos escuchado que el exceso de análisis nos lleva a la parálisis y así es, algo totalmente extrapolable a una maratón y a un día cualquiera en los que nos vemos inmersos en una rutina de vértigo. Ya tenemos suficientes tareas como para añadir además la de analizar absolutamente todo, ¿no creéis?. Pensar demasiado en las situaciones en las que ya estamos inmersos, sólo nos va a llevar a una parálisis y a un desgaste de energía mental que va a repercutir en nuestra energía física, necesaria para continuar ejerciendo las tareas con garantías de éxito. Llegará un momento en el que el tiempo irá en nuestra contra y en el que una pelota de exigencias se irá convirtiendo poco a poco en una gran bola de prisas, urgencias, errores y frustraciones. Por ello, la importancia de planificar, de ser proactivos, de evitar analizar demasiado las cosas, perdiendo oportunidades y convirtiéndonos en personas tan perfeccionistas que acabemos errando constantemente. Es importante establecer plazos, tener clara cuál es la meta, pero no obsesionarse con ella, no pensar tanto en ese kilómetro 42, sino en pequeños logros como pueden ser los kilómetros 10, 21 y el salto del propio “muro”, tras el cual alcanzar con éxito la meta con una sonrisa ya será prácticamente un hecho.

2 comentarios:

  1. Muy buenas respuestas a este hecho: saber decir no y perdonarse a uno mismo si no podemos alcanzar tantas cosas.
    Porque el precio a pagar por ir demasiado rápido puede ser muy alto. Y por supuesto, el estrés, las prisas y el no poder disfrutar el presente es incompatible con la felicidad. Como bien dices, tenemos que luchar por mantener ese equilibrio que dices. ¡Buen post!

    Un abrazo gigante.

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    1. @Yolanda, muchas gracias en primer lugar por dedicar un tiempo a la lectura y en segundo por el comentario. Efectivamente, tenemos que ser capaces de valorar en muchas ocasiones si nos vale la pena arriesgar teniendo en cuenta el precio que podríamos llegar a pagar después. Graciasss

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