Estamos en MAYO, mes del Salmón como animal que nos instruye sobre la salida de la zona de confort en este Blog. Comparto con vosotros este artículo que me ha resultado interesante.
El aislamiento llegó
por sorpresa a nuestras vidas y manejar herramientas emocionales para permanecer en un mismo lugar durante tanto tiempo es indispensable.
¿Qué sucede cuando nos sentimos encerrados incluso estando en nuestra casa?
Muchas personas hablan estos días del síndrome cabin fever, es decir,
del síndrome de la cabaña.
Controversia en la
comunidad científica
El síndrome de
la cabaña no es un trastorno clasificado por ninguno de los dos
estamentos que catalogan las patologías dentro de la salud mental, como son la
Organización Mundial de la Salud (OMS) y la American Psyquiatric Association
(APA). Sin embargo, es un término que ha sido utilizado recientemente
con el objetivo de describir el fenómeno que muchas personas están sufriendo
estos días ante el desconfinamiento. A pesar de que
algunos autores señalen que ni siquiera es posible generalizar bajo este
concepto la situación que se está empezando a generar.
¿Qué es el síndrome de
la cabaña?
El síndrome de la
cabaña es un estado que, sin llegar a ser una claustrofobia, se
relaciona con percibir el lugar donde estamos pasando la cuarentena como una
cabaña, es decir, sentimos el espacio pequeño y agobiante pero seguro. Este
síndrome comenzó a describirse aproximadamente en 1.900, cuando los cazadores y
buscadores de oro de Estados Unidos pasaban meses en sus cabañas para trabajar.
El aislamiento les producía desconfianza y, a su vez,
una negativa a volver a la civilización.
¿A quiénes afecta?
Principalmente a
ancianos y personas con perfiles de personalidad más hipocondriaca o ansiosa.
¿Cuáles son sus
síntomas?
Algunos de los más
comunes son:
- Letargia: sentirse cansado, con dificultad para levantarse del sofá o la cama.
- Dificultades de atención: problemas de concentración y, por lo tanto, ciertos despistes o déficits de memoria.
- Apatía o falta de motivación.
- Ansiedad.
- Emociones y sentimientos desagradables, como angustia, miedo, inseguridad, tristeza o frustración.
- Miedo al exterior, es decir, a salir del espacio donde se ha estado durante un tiempo aislado.
Si lo padecemos, ¿qué
podemos hacer?
Se puede trabajar de forma autónoma pero, si el miedo
persiste, es importante acudir a un profesional de la salud mental,
como un psiquiatra o psicólogo. De todos modos, estos son algunos consejos a
llevar a cabo:
- Darnos tiempo. Hemos salido de nuestra zona de confort, estamos ante una pandemia y por lo tanto, es comprensible tener un abanico de emociones y sentimientos contradictorios. Darnos tiempo para aceptar y gestionar la nueva situación.
- Cuidar el diálogo interno. Evitar alimentar los miedos y las inseguridades. Es importante cuidar lo que nos decimos a nosotros mismos ante la situación vivida: si solo vemos el miedo y entramos en pánico, o si nos trasladamos mensajes de comprensión y ánimo.
- Establecer rutinas y objetivos. Marcar nuevas rutinas y objetivos muy a corto plazo. Evitar pasar exorbitante tiempo en la cama o en el sofá.
- No reprimir las emociones.
- Exponernos progresivamente. Salir de forma paulatina para enfrentarse al miedo y a la inseguridad que produce la exposición con el exterior.
Desde el comienzo de la
pandemia, cada uno ha pasado por diferentes fases, siendo la palabra “adaptación” la
que prevalece.
El ser humano es capaz
de adaptarse, presentar resiliencia y afrontar los
problemas, por ello, cada uno de nosotros debemos confiar en nuestra capacidad,
buscar recursos y superar del mejor modo esta situación. Es un trabajo personal
y muy enriquecedor. Como dijo J.R.R. Tolkien: “solo atravesando la
noche se llega a la mañana”.
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