Los
valores comienzan a formarse desde que somos niños y cada uno le damos nuestro
toque personal, nuestro enfoque y nuestro propio sentido.
Dependerá mucho del contexto en el que nos desarrollemos que un mismo valor
siga un camino u otro. La familia, los amigos, la escuela, la televisión, las
NTIC, el entorno físico, social, económico… todos influirán en el enfoque
constructivo que le damos a los diferentes valores que adquirimos.
Los
valores ejercen una fuerte influencia en las actitudes de las personas
convirtiéndose en la base de nuestra convivencia social (hacia el exterior, con
los demás) y personal (hacia el interior, con uno mismo).
La
puesta en práctica de nuestros valores es una decisión puramente personal, unas
veces con más consciencia y otras con menos, dependiendo también de nuestra
capacidad para controlarlos y de la rapidez de decisión con la que tengamos que
actuar. Por tener muy definidos unos valores no quiere decir que siempre actuemos
conforme a ellos ante determinadas personas, oportunidades o dificultades que
la vida nos ponga en nuestro camino. En ocasiones, y erróneamente, tenemos
influencias externas (amenazas, presión social) o internas (miedos,
experiencias negativas) que nos hacen actuar de manera opuesta a nuestros
propios valores, y remarco “erróneamente”, pues sin intención estaremos
dando lugar a un choque interno que no tardará en dar secuelas negativas a
nuestro estado anímico, pudiendo incluso llegar a convertirse en patológico:
malestar, tristeza, culpabilidad, etc.
Adaptarnos
a los valores de otra persona, de un grupo o de una empresa es requisito
necesario si queremos lograr un vínculo cordial y que aporte coherencia a la
relación establecida. Asumir y aceptar esos valores ajenos no es tarea fácil,
sobre todo cuanto más dispares sean esos valores a los nuestros, pero el querer
o no adaptarnos a ellos es una decisión personal fundamentada en nuestros
propios principios y en la convicción que hacia esos valores tengamos. Si uno
no está convencido de algo muy probablemente no actúe de la manera esperada,
por lo que para que exista una alineación entre los valores de otros y los
propios debe haber convencimiento y decisión de querer remar juntos hacia el
mismo lugar.
Si
pretendemos lograr bienestar personal y buen clima con los demás primero
debemos tener muy claro cuáles son nuestros valores para intentar, en segundo
lugar, rodearnos de personas que compartan un grado similar en nuestra escala
de valores, de manera que se nos facilite nuestra toma de decisiones y nuestras
actuaciones conforme esperamos de nosotros mismos y también conforme los demás
esperan que hagamos. De esta forma se nos abre el camino para poder tener una
convivencia sana y una mejor eficacia y eficiencia en las relaciones personales
y profesionales.
Todo se complica cuando los valores puros que adquirimos en la niñez
dejan de serlo tras añadirles nuestros granitos de personalidad, experiencia,
influencia…, pero esto también ocurre con muchos otros aspectos del ser humano,
pues por eso ninguno es idéntico a otro. El verdadero acierto y mérito está en
lograr encontrar el punto de equilibrio y entendimiento entre diferentes
individuos con definiciones y percepciones híbridas de un mismo valor.
Si todos fuéramos capaces de actuar con Responsabilidad, Honestidad, Solidaridad, Humildad y Respeto tendríamos una sociedad más justa y seguramente seríamos todos un poquito más felices.
Si todos fuéramos capaces de actuar con Responsabilidad, Honestidad, Solidaridad, Humildad y Respeto tendríamos una sociedad más justa y seguramente seríamos todos un poquito más felices.
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