A diferencia del resto de
animales, el ser humano tiene la capacidad de poder experimentar una situación de estrés
ante la ausencia de un estímulo. Mientras que un ciervo experimenta estrés en
el momento que siente la presencia de un cazador que le está a punto de
disparar, el ser humano es capaz de activar el mismo proceso estresante sólo
por el hecho de pensar que tiene a alguien apuntándole con un arma o que en un
futuro alguien le disparará, aunque en ese momento se encuentre en el sofá de
su casa. Así actúa el poder de nuestra mente.
El cuerpo del ciervo
dedicará toda su energía para activar los músculos necesarios que le hagan huir
de la situación y en décimas de segundo echará a correr. Del mismo modo el
cuerpo de la persona dedicará toda su energía para intentar huir de esa
situación estresante, dejando de lado otras necesidades menos importantes para
más adelante (comer, descansar, el cuidado personal, el sexo, la vida social…). En el
primer caso, el del ciervo, la dedicación de la energía que hace su cuerpo
durará unos minutos, hasta que haya desaparecido la amenaza o hasta que el
cazador haya terminado con su vida. En el segundo, la persona puede estar días,
semanas incluso meses en esa dedicación enérgica por una amenaza que ni
siquiera ha percibido en real sino que es fruto de su imaginación.
La complejidad psicológica del ser humano puede llevarle a enfermar y a experimentar un periodo de estrés continuo que derive en depresión o en una situación estresante que complique su salud.
Los seres humanos somos tan complicados que también llegamos a confundir en muchas ocasiones el amor y el odio. Ambas emociones son muy diferentes en cuanto al comportamiento al que nos lleva, pero se activan en el mismo lugar del cerebro. Son dos emociones tan afines fisiológicamente hablando que en el caso de dos amantes no podríamos saber si están haciendo el amor o apuñalándose, conociendo sólo sus constantes hormonales y sus reacciones fisiológicas (frecuencia cardíaca y tensión arterial). A diferencia del resto de animales, los seres humanos tenemos las emociones mezcladas; podemos amar y odiar al mismo tiempo a alguien, como dice Robert Sapolsky (científico y escritor estadounidense), por eso no podemos ser como los perros, cuyo amor al amo está puramente basado en la lealtad.
La resiliencia es una capacidad fundamental para la gestión y control de las emociones, al menos hasta el nivel de no caer en la propia confusión permanente que te pueda derivar a la enfermedad mental. Una mente estructurada y una inteligencia emocional trabajada y desarrollada te permitirán mejorar tu capacidad de resiliencia y, en definitiva, tu salud y calidad de vida.
La complejidad psicológica del ser humano puede llevarle a enfermar y a experimentar un periodo de estrés continuo que derive en depresión o en una situación estresante que complique su salud.
Los seres humanos somos tan complicados que también llegamos a confundir en muchas ocasiones el amor y el odio. Ambas emociones son muy diferentes en cuanto al comportamiento al que nos lleva, pero se activan en el mismo lugar del cerebro. Son dos emociones tan afines fisiológicamente hablando que en el caso de dos amantes no podríamos saber si están haciendo el amor o apuñalándose, conociendo sólo sus constantes hormonales y sus reacciones fisiológicas (frecuencia cardíaca y tensión arterial). A diferencia del resto de animales, los seres humanos tenemos las emociones mezcladas; podemos amar y odiar al mismo tiempo a alguien, como dice Robert Sapolsky (científico y escritor estadounidense), por eso no podemos ser como los perros, cuyo amor al amo está puramente basado en la lealtad.
La resiliencia es una capacidad fundamental para la gestión y control de las emociones, al menos hasta el nivel de no caer en la propia confusión permanente que te pueda derivar a la enfermedad mental. Una mente estructurada y una inteligencia emocional trabajada y desarrollada te permitirán mejorar tu capacidad de resiliencia y, en definitiva, tu salud y calidad de vida.
De nuevo, un artículo en el que reafirmo lo que dije en el primero que escribí: no podemos
negar que los humanos estamos hechos de emociones.
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