Ya hace bastante tiempo que el
departamento de recursos humanos tiene como misión la detección del
talento en los procesos de selección. Detectarlo se puede detectar, pero de
nada va a servir si después, una vez incorporado, no se le sigue prestando la
atención que requiere.
El talento es una cualidad temporal que, aunque puede permanecer muchísimos años o incluso toda la vida en una persona, no tiene por qué ser así y puede fácilmente dejar de ser permanente. El talento necesita seguir siendo regado y cuidado para que siga aflorando.
Una empresa exitosa o talentosa puede
convertirse en mediocre cuando queda diluida entre las demás, cuando ya deja de
sorprender a su cliente y deja de ofrecerle una experiencia de compra
excepcional. Lo mismo ocurre con las personas. Una persona con talento puede
entrar en el grupo de la mediocridad en el momento en el que deje de dar valor
añadido a su desempeño profesional y entre a formar parte de esa mayoría de
profesionales que no hacen daño al negocio, pero que tampoco están haciendo que
éste destaque y brille.
Ser mediocre no es nada malo, pero tampoco
es nada bueno; simplemente, es permanecer en ese punto medio de la famosa campana
de Gauss en la que se encuentra la amplia mayoría de una muestra,
grupo o población.
En la gráfica de esa campana, encontramos
en sus extremos al menor número de personas de todo el grupo, siendo el lado
izquierdo el más negativo (donde se sitúan aquellos que restan y perjudican
claramente al negocio, en nuestro ejemplo) y, el extremo derecho, aquel donde
se halla el talento, que constituye un claro motor de creatividad, empuje y
rentabilidad para la empresa. Precisamente, en este extremo es en el que como
empresarios y como empleados desearíamos que se encontrase el gran número de
nuestra plantilla de profesionales, en el lado de la excelencia.
Jugar en la liga de la mediocridad no beneficia nada a los equipos ni a las
personas que lo forman, porque difícilmente se va a poder pasar a una posición
más prestigiosa si no se hace un gran esfuerzo. Sin embargo, va a ser más fácil
caer al abismo de la decadencia, bien porque la comodidad se convierta en
desidia, bien porque otros se pongan las pilas y nos acaben adelantando,
desplazándonos hacia el extremo más negativo.
Por ello, es importante no
conformarse con formar parte de la mediocridad y es necesario
centrarse en querer ser los mejores o, como mínimo, nuestra
mejor versión. Ser los mejores, en ocasiones, es un propósito demasiado
ambicioso y quizás difícil de conseguir, porque de ello también dependen
muchísimos otros factores externos sobre los que a veces no tenemos influencia
directa, pero querer ser nuestra mejor versión es un deseo que sí nos va a
permitir poco a poco ir distanciándonos de la mediocridad.
“Si todos lo hacen, no puede estar mal”,
típico comentario que te diría la persona con pensamiento mediocre y
conformista. En el entramado profesional nos encontramos no sólo con empleados
que tienen esta idea, sino también con muchos mandos que la tienen y la
manifiestan. Muy probablemente, además, son mandos a los que se les está
premiando por su veteranía y no por conseguir una importante variación positiva
del resultado o una destacable progresión en su desempeño. Esto hace que el
pensamiento inicial se retroalimente y se complete con la idea de “para qué
me voy a esforzar más si con lo que hago ya me están premiando”.
Deberíamos lograr tener personas en
nuestros equipos que no se conformen con el “aprobado por los pelos”, porque
ante cualquier despiste ese aprobado se convertirá en un suspenso, el cuál
requerirá después un gran esfuerzo poder remontarlo. Se necesita detectar el
talento, conseguir mantenerlo a nuestro lado, cuidarlo y procurar que siga
trabajando con un compromiso constante y lleno de objetivos de mejora
continuos que nunca se acomoden y se diluyan en la bruma de la
mediocridad. Si realmente deseamos tener un equipo talentoso, estimulemos
siempre el valor diferencial de las personas de nuestros equipos para
que se traduzca en una serie de acciones que aporten una experiencia
diferencial al cliente, quien debe percibirla y, de esta manera, elegirnos
antes que a cualquier otra empresa de la competencia. Para ello, procuremos
valorar objetivamente las habilidades y los éxitos de las personas del
equipo, de manera grupal, pero también individualmente, para que en un equipo
mediocre en el que exista una persona talentosa ésta no quede diluida en la
mediocridad del grupo, cosa que, además de ser injusto, provocaría su fuga o
bien el “contagio” de la mediocridad de quienes le rodean. Acostumbrémonos a trabajar
en un entorno en el que se premie a las personas por los pequeños pasos que van
consiguiendo, por el avance y consecución de objetivos marcados, y no por la
experiencia y veteranía. Es evidente que mayor experiencia profesional no tiene
por qué tener correlación directa con mayor talento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario