Estamos en OCTUBRE, mes del gato como animal que nos hace reflexionar sobre la coherencia en este Blog. Comparto con vosotros este artículo que me ha resultado interesante.
El sol
acaba de salir, el horizonte tiembla con tenues rayos de luz. Es un paisaje
mágico, como cada día que acaba de nacer. Otra oportunidad de seguir con lo que
dejamos ayer o de empezar algo distinto.
Las circunstancias externas que forman parte de nuestra vida, como el trabajo, la pareja o tener dinero, constituyen sólo el 10% de nuestra felicidad según varios estudios de Psicología.
Se afirma que el 50% de la felicidad está en los genes, que es innata, y el 40% restante lo conforma lo que pensamos y hacemos. Esto último es precisamente lo que podemos cambiar.
Otras
afirmaciones aseguran que la felicidad es la salud o las relaciones sociales,
pero en realidad, la felicidad se basa en la coherencia: ser coherentes
con lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos nos llena, nos hace felices.
Si somos coherentes con nosotros mismos nuestro estado de ánimo, nuestra salud, nuestro trabajo y todo lo demás nos acompañará.
Ser
coherente con lo que se piensa, se dice y se hace parece sencillo pero no lo
es.
Serlo
muchas veces implica cambios y el ser humano está programado para la rutina y
hacer las mismas cosas, principalmente para ahorrar energía, algo muy útil para
nuestro instinto de supervivencia. Tendemos a ir a los mismos sitios,
caminar por las mismas calles, ir con la misma gente y hacer las mismas
actividades. Haciéndolo de esta manera no tenemos que pensar demasiado porque
actuamos más o menos de forma automática.
Además,
para conservar nuestra zona de confort tendemos a reprimir emociones. Por
ejemplo, me enfado en el trabajo o en casa pero no digo abiertamente lo que
pienso para no enfrentarme a una situación de posible conflicto. Entonces hay
discordancia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.
Dedicamos
más de media vida a entrenar nuestra mente, a adquirir competencias para razonar,
deducir, relacionar, diferenciar, clasificar y argumentar, mientras ignoramos
el lenguaje emocional y su significado.
En nuestra
sociedad utilizamos en exceso la mente. Las cefaleas, o dolores de cabeza, son
habituales entre todos nosotros y es un indicativo de que se está buscando
la solución de forma reiterada a una problemática.
Hay muchas
personas “mentales” que buscan la solución a sus conflictos a través de sus
pensamientos. No obstante, la solución se debe sentir y no pensar: se debe
sentir en el corazón.
Las
situaciones que no sabemos gestionar de forma eficaz impactan en nuestro
organismo. Reprimimos emociones que pueden acabar convirtiéndose en una
patología física o mental o en una dificultad. Para que esto no ocurra hay que
ser coherentes con lo que pensamos, sentimos y hacemos y una forma innata de
lograrlo es escuchando nuestro corazón.
Cuando
pensamos con el corazón y obramos en consecuencia, empezamos a vivir
situaciones que coinciden con nuestro estado interior, con nuestra esencia.
En el
trabajo podemos ver fácilmente si somos coherentes: trabajar no es ir unas
horas concretas, a sacrificarte para después salir y volver a vivir. Las
personas coherentes tienen trabajos que aman, trabajos que les llenan,
trabajos en los que fluyen.
Ser coherente
es una opción, una filosofía de vida, una forma de pensar, sentir y hacer
acorde con nosotros mismos, en equilibrio con nuestro ser. Cuando somos
coherentes y estos tres elementos, mente, corazón y manos, están alineados,
vivimos el escenario de felicidad que hemos construido.
Creemos
que tenemos toda una vida por delante para ser coherentes, que si no hacemos lo
que queremos no pasa nada, que ya lo haremos más adelante; pero,
desgraciadamente, el lamento más común que expresan las personas que están
en sus últimos días es: “Ojalá hubiera tenido el coraje de vivir una vida fiel
a mí mismo, y no la vida que otros esperaban de mí”.
La felicidad consiste
en poner de acuerdo tus pensamientos, tus palabras y tus hechos.
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