miércoles, 26 de febrero de 2020

Desterrar los prejuicios y estereotipos, de ayer y de hoy (por Ignacio Cloppet)

Estamos en FEBRERO, mes del Tiburón Ballena como animal que nos hace reflexionar sobre los prejuicios en este Blog. Comparto con vosotros este artículo que me ha resultado interesante.

Puerto de Buenos Aires. Contingentes de inmigrantes en el comedor de uno de los hoteles previos al definitivo de Dársena Norte. Noviembre de 1905.

Desde el inicio de la Humanidad, han existido entre los hombres conductas prejuiciosas, ya sea por cuestiones de raza, de religión, de clases sociales o de geografía. Esta constante sigue vigente en el siglo XXI.

En estos tiempos, esos signos segregacionistas se cobran nuevas víctimas, aunque la matriz sigue siendo la misma. Hay formas de discriminación social que perduran desde antaño, y existen otras que se canalizan con antagonismos referidos al lugar de nacimiento, como si ello fuera una condena inapelable.

Somos testigos de nuevos prejuicios y estigmatizaciones fuertes, tajantes y terriblemente inhumanas. En este escalón se suelen situar algunas personas intolerantes, usando su dedo acusador para desprestigiar a alguien, por ser hijos de una colectividad, nación o pueblo.

La educación impartida en muchas familias acomodadas durante el siglo pasado, fue más bien clasista. Ser hijo de inmigrantes era mal visto por las familias tradicionales. Pero, a ciencia cierta, no todos los hijos de inmigrantes eran tratados de la misma forma. Por ejemplo, ser hijo de franceses o de ingleses, era mejor que ser hijo de españoles. Ni qué decir si eras hijo de italianos, “los tanos” fueron tal vez, los peores catalogados.

No se puede creer, que se siga atribuyendo que los italianos “son mafiosos”, que los gallegos, vascos y españoles “son brutos”, que los franceses “son antipáticos”, que los ingleses “son imperialistas” y, porque no decirlo, que los argentinos “son prepotentes”. Nuestro país se hizo en buena medida, gracias al aporte de los inmigrantes. Esos hombres y mujeres llegaron con una mano atrás y otra adelante, en su mayoría sin dinero, huyendo de la hambruna, pero con nobles recursos.

Se sacrificaron con el sudor de su frente, trabajando en el campo y en otros tantos oficios, para construir y ser parte de la Argentina moderna. Sin ellos, no seríamos lo que somos. Los inmigrantes son parte de la argentinidad. Ellos aportaron su cultura, sus tradiciones, su arte, su trabajo, su carácter, su personalidad. Por ese motivo, debemos estar muy agradecidos a cada uno de ellos, y a cada una de las colectividades que representan.

Hoy seguimos recibiendo distintas corrientes de inmigrantes, que con mucha dificultad intentan lograr un lugar digno en una Argentina más pobre, con menos recursos y con una grave crisis socio-económica. Desde esta realidad, es que renace nuevamente un maltrato contra los nuevos inmigrantes, que son víctimas de palabras ofensivas.

Es muy común oír hoy en día, el destrato hacia los chinos, por su condición, en forma peyorativa. Como bien lo señaló el Papa Francisco, también caen en ese desprecio clasista los “cabecitas negras”, los “bolitas” y los “paraguas”. Ese estereotipo racista hacia los pueblos y a sus habitantes, como si fueran personas de segunda categoría, es una forma aberrante de discriminación que se instaló entre nosotros como algo natural.

No corresponde condenar ni categorizar despectivamente a nadie. La corrupción, no es patrimonio de ninguna nación, ni pueblo, ni grupo social. Más bien es fruto de la fragilidad de la naturaleza humana, sin importar su condición y sin justificar sus implicancias. La inmoralidad de los actos corresponde estrictamente a la acción personal y no grupal.

Si queremos una sociedad más justa, más inclusiva, más equilibrada, desterremos estas etiquetas groseras y preconceptos humillantes hacia las personas o grupos sociales de manera generalizada.


20 de Febrero de 2020

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