Estamos en FEBRERO, mes del Tiburón Ballena como animal que nos hace reflexionar sobre los prejuicios en este Blog. Comparto con vosotros este artículo que me ha resultado interesante.
Puerto de Buenos Aires. Contingentes de inmigrantes en el comedor de uno de los hoteles previos al definitivo de Dársena Norte. Noviembre de 1905. |
Desde
el inicio de la Humanidad, han existido entre los hombres conductas
prejuiciosas, ya sea por cuestiones de raza, de religión, de clases
sociales o de geografía. Esta constante sigue vigente en el siglo
XXI.
En
estos tiempos, esos signos segregacionistas se cobran nuevas
víctimas, aunque la matriz sigue siendo la misma. Hay formas de
discriminación social que perduran desde antaño, y existen otras
que se canalizan con antagonismos referidos al lugar de nacimiento,
como si ello fuera una condena inapelable.
Somos
testigos de nuevos prejuicios y estigmatizaciones fuertes, tajantes y
terriblemente inhumanas. En este escalón se suelen situar algunas
personas intolerantes, usando su dedo acusador para desprestigiar a
alguien, por ser hijos de una colectividad, nación o pueblo.
La
educación impartida en muchas familias acomodadas durante el siglo
pasado, fue más bien clasista. Ser hijo de inmigrantes era mal visto
por las familias tradicionales. Pero, a ciencia cierta, no todos los
hijos de inmigrantes eran tratados de la misma forma. Por ejemplo,
ser hijo de franceses o de ingleses, era mejor que ser hijo de
españoles. Ni qué decir si eras hijo de italianos, “los tanos”
fueron tal vez, los peores catalogados.
No
se puede creer, que se siga atribuyendo que los italianos “son
mafiosos”, que los gallegos, vascos y españoles “son brutos”,
que los franceses “son antipáticos”, que los ingleses “son
imperialistas” y, porque no decirlo, que los argentinos “son
prepotentes”. Nuestro país se hizo en buena medida, gracias al
aporte de los inmigrantes. Esos hombres y mujeres llegaron con una
mano atrás y otra adelante, en su mayoría sin dinero, huyendo de la
hambruna, pero con nobles recursos.
Se
sacrificaron con el sudor de su frente, trabajando en el campo y en
otros tantos oficios, para construir y ser parte de la Argentina
moderna. Sin ellos, no seríamos lo que somos. Los inmigrantes son
parte de la argentinidad. Ellos aportaron su cultura, sus
tradiciones, su arte, su trabajo, su carácter, su personalidad. Por
ese motivo, debemos estar muy agradecidos a cada uno de ellos, y a
cada una de las colectividades que representan.
Hoy
seguimos recibiendo distintas corrientes de inmigrantes, que con
mucha dificultad intentan lograr un lugar digno en una Argentina más
pobre, con menos recursos y con una grave crisis socio-económica.
Desde esta realidad, es que renace nuevamente un maltrato contra los
nuevos inmigrantes, que son víctimas de palabras ofensivas.
Es
muy común oír hoy en día, el destrato hacia los chinos, por su
condición, en forma peyorativa. Como bien lo señaló el Papa
Francisco, también caen en ese desprecio clasista los “cabecitas
negras”, los “bolitas” y los “paraguas”. Ese estereotipo
racista hacia los pueblos y a sus habitantes, como si fueran personas
de segunda categoría, es una forma aberrante de discriminación que
se instaló entre nosotros como algo natural.
No
corresponde condenar ni categorizar despectivamente a nadie. La
corrupción, no es patrimonio de ninguna nación, ni pueblo, ni grupo
social. Más bien es fruto de la fragilidad de la naturaleza humana,
sin importar su condición y sin justificar sus implicancias. La
inmoralidad de los actos corresponde estrictamente a la acción
personal y no grupal.
Si
queremos una sociedad más justa, más inclusiva, más equilibrada,
desterremos estas etiquetas groseras y preconceptos humillantes hacia
las personas o grupos sociales de manera generalizada.
20 de Febrero de 2020
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