La mayoría de nosotros
sabemos que escuchar significa algo más
que oír, incluso algo más que prestar atención. Oír es un acto pasivo y automático, mientras que escuchar
implica una atención activa, que formula preguntas y sugiere respuestas, que se
anticipa a la acción futura y que implica no sólo al conducto auditivo, sino
también a todo el circuito del pensamiento.
Escuchar supone percibir e interpretar según nuestros
conocimientos, experiencias, creencias, presunciones y sobreentendidos de los
que somos prácticamente inconscientes.
Pocas personas son conscientes de la cantidad de tiempo que en su vida dedican a escuchar, de lo mal que lo hacen y de lo costoso que ello les resulta.
Pocas personas son conscientes de la cantidad de tiempo que en su vida dedican a escuchar, de lo mal que lo hacen y de lo costoso que ello les resulta.
Según algunos estudios
llevados a cabo a partir de la década de 1920 se sabe que entre un 70 y un 80% de nuestro tiempo lo dedicamos a la comunicación,
acorde a los siguientes porcentajes:
- 45% lo pasamos escuchando
- 30% hablando
- 16% leyendo
- 9% escribiendo
Resulta sorprendente que la
escucha, elemento de la comunicación del que mayormente dependemos, no reciba
en la práctica la menor atención por parte de nuestro sistema educativo, mientras que la lectura y la escritura ocupan
una posición predominante, incluso antes que la oratoria. Es decir, todo lo
contrario de lo que debería ser.
La buena noticia es que
siempre se puede aprender a escuchar
mejor. Existe un modelo que ayuda a escuchar mejor al permitirnos detectar
en qué parte del proceso erramos para poder mejorar. Se trata del Modelo S.I.E.R.
- Sentir: es decir, oír. Percibir sensorialmente lo que otra persona está transmitiendo.
- Interpretar: comprender lo captado.
- Evaluar: es la importancia que tiene para uno lo que se ha interpretado. Intervienen aquí nuestros intereses y valores.
- Responder: en función de la evaluación realizada damos una respuesta que puede ir en consonancia o no con la intención del emisor a la hora de exponer su mensaje.
Si nuestro error yace en la fase del Sentir, tendremos que dejar hablar al otro concentrándonos en
lo que dice. En cualquier proceso de escucha siempre hay que hablar menos de la
mitad de lo que se escucha (30% hablar, 70% escuchar).
Si detectamos que el problema lo tenemos en la Interpretación, tenemos que intentar no dejarnos llevar
por las emociones ni los prejuicios
hacia el emisor. Es una buena técnica la de parafrasear, es decir, repetir de manera resumida con tus palabras
lo que el otro te está diciendo con el fin de comprobar que estás entendiendo su
mensaje.
Cuando el error se comete en la fase de la Evaluación, seguramente se deba
a que evaluamos mucho más por la forma en la que se dicen las cosas que por el
contenido del mensaje. Es probable que el error sea en este caso del emisor,
que está cuidando poco el cómo dice las cosas. Pero desde nuestro papel de
receptores debemos centrarnos más en el
qué que en el cómo para así evitar una incorrecta evaluación.
Si por el contrario erramos en la fase de la Respuesta, debemos
saber que ésta es necesaria si queremos dar feedback a nuestro interlocutor sobre la receptividad y
entendimiento de su mensaje, aunque esta respuesta no permita precisamente llegar
a ningún acuerdo. Este es el momento de cambiar el rol y convertirnos en emisores de
un nuevo mensaje.
En definitiva, influimos sobre la persona con la que
estamos hablando y él o ella influye sobre nosotros, por lo que obtendremos
una mejor comunicación en la medida que nos adaptemos más a nuestro interlocutor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario