La
empresa es como un río que nace en las montañas y va recogiendo agua de las
lluvias, del deshielo y de los afluentes con los que se va cruzando en su largo
camino hacia la desembocadura en el mar. Cada gota de lluvia y cada gota de
nieve derretida son las actitudes, las habilidades, las motivaciones, la
experiencia de cada uno de los empleados de la compañía. Los afluentes, la
fuerza de los equipos que se suman a la corriente del
río para recorrer con bravura el camino hacia la meta: el mar.
Para que este río fluya y no se acabe secando se requiere una unión estrecha de sus aguas ya desde la cúspide de aquella montaña donde se encuentra su nacimiento. Sin embargo, en muchas ocasiones, este viaje se convierte en toda una odisea durante el cual se va perdiendo fuerza como consecuencia de las fugas de comunicación y de las contradicciones que se originan durante el camino.
El
afluente que entregó sus aguas al río fluía con fuerza, llevando consigo ideas
frescas y propuestas para mejorar la productividad y la calidad de sus aguas,
haciendo fuerte al río a la vez que limpio, y beneficiando a toda una serie de
ecosistemas interconectados y de biodiversidad que se iba encontrando a lo
largo del recorrido. Biodiversidad que puede estar formada por clientes, proveedores, nuevos
empleados, talento, organizaciones, comunidades de vecinos, medios de
comunicación, medioambiente…
Lo
que nunca se pensó es que a lo largo del camino iban a existir obstáculos que
provocarían desvíos del caudal y pérdida de la fuerza principal, además de un perjuicio sobre la
calidad de sus aguas, como consecuencia de vertidos tóxicos, algunos
accidentales y muchos otros provocados, y de una ralentización de la velocidad
de carrera debida a que todos esos afluentes comenzaban a sentirse confusos, perdidos o
intoxicados por culpa de esos vertimientos de sustancias tóxicas.
La
disminución de la fuerza del agua y la mala calidad provoca que la
biodiversidad tenga que huir a buscar otras aguas más limpias, dejando al río
en un estado de desolación y desgaste que le dificultará alcanzar con éxito el
objetivo propuesto en un inicio (llegar al mar con bravura, fuerza y aguas
cristalinas).
Mezclando
metáfora y realidad, las contradicciones que emanan desde los órganos
directivos, así como la falta de comunicación y los choques territoriales
entre afluentes (equipos de trabajo) que comparten un mismo propósito, dan como
resultado la aparición de remolinos (rumorología) que confunden y desorientan
al río (empresa) en su camino.
Teniendo
en cuenta que esta es una realidad en muchas organizaciones, en la mayoría de
ellas, a pesar de que la corriente siga perdiendo fuerza, los departamentos
persisten en su misión de llegar al mar con resiliencia y perseverancia frente
a las adversidades. Y con esto se conforman muchos directivos, sin tener en
consideración que las frustraciones y sus tolerancias, las desmotivaciones y
los mecanismos de defensa para superarlas o las faltas de comunicación interna
y las conversaciones de pasillo que las suplen, son temas prioritarios para
abordar desde sus orígenes.
Las
empresas deben trabajar en fortalecer los afluentes, no solamente en el origen de
estos, sino en su confluencia con el caudal principal del río y durante todo su
camino hacia el mar, retroalimentando las fortalezas y subsanando las áreas de
mejora que se detecten, fomentando una cultura de comunicación clara, unas
acciones que no incurran en contradicciones y teniendo en cuenta las opiniones
de quienes lideran departamentos y equipos, que al fin de cuentas son los oídos
y los ojos de lo que ocurre a diario en el entorno organizacional.